Entrar a un plató de televisión suele acarrear una decepción. Todo parece más pequeño, desordenado y falso. Las marañas de cables se enredan, los decorados se amontonan. Peor aún si los focos están apagados. Entonces, la cálida explosión de color en pantalla se tuerce en un frío e insípido gris en la realidad. La tele es así, la tele es la combinación de la fascinación de la iluminación y el arte de la realización, la tele de hoy está creada para sentirse por la tele.
En cambio, al cruzar la puerta del estudio de El Grand Prix el desencanto no sobreviene Al contrario, la emoción se desborda. Te sientes literalmente en un parque de atracciones.
Cuando hace un año se diseñó el regreso del torneo entre pueblos, la productora y TVE podían haber caído en la trampa de "modernizar" la esencia del concurso con una escenografía de suelo negro y gigantes paredes de pantallas de leds. Hubiera desaparecido la magia.
Es uno de los problemas que sufre la televisión actual. Casi todos los decorados parecen el mismo. Y lo mismo ese suelo brillante y ese tabique de leds se utiliza en un plató de tele, que en un estudio de radio o que en una feria de congresos. El Grand Prix entendió que debía huir de la homogeneización general y volvió a crear con atrezo clásico la ensoñación de un pueblo en verano, azul como el mar y amarillo como la arena, con casas elásticas que remueven nuestra imaginación. Eso es la tele, pero se nos estaba olvidando por una mezcla de prisas y prejuicios. Dos palabras que, juntas y por separado, suelen frenar el ingenio que es la base del audiovisual. Y de la vida.
Allí, en medio del plató, nos reencontramos con el abrazo de Ramón García y, una vez más, nos regaló una clase maestra de tele. Ramontxu transmite la emoción del comunicador que no sólo habla, sobre todo es generoso hasta para escuchar. Es la única forma de ordenar bien ideas en un estudio tan inmenso, lleno de gentes implicadas con su pueblo y con la ilusión de representarlo en TVE.
Patear el plató de El Grand Prix es sentir esa alegría de celebrar en congregación y dar un respiro a la individualista monotonía. Un lugar lleno de recovecos, con escaleras hacia ninguna parte y hasta con una gran piscina en la que caer para levantarse. El Gran Prix consigue la ya rara avis televisiva de que recuperemos un rato la sonrisa de la ingenuidad de cuando éramos niños y todavía nos creíamos, como cantaba Ramón en otro mítico programa suyo, que la vida era un juego y había que apostar y todo era posible, porque la vida era una apuesta y nada más.
La tele por detrás. pic.twitter.com/THBZaXadte
— Borja Terán (@borjateran) June 17, 2024
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