Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El teatro como arma arrojadiza: la cultura siempre infravalorada

La cultura todavía se plantea como personaje secundario de la sociedad.
Se calcula que el teatro perdió un millón de espectadores a finales de 2012 tras la subida del IVA.
El teatro
Mart Calleja
Se calcula que el teatro perdió un millón de espectadores a finales de 2012 tras la subida del IVA.

Dicen que la vida es puro teatro. En muchos sentidos, sí. En la manera de convivir, incluso en las formas de discutir. Lo vemos en la propia táctica de la pelea política diaria, donde importa más los estribillos del argumentario que la gestión. Sin embargo y paradójicamente, el teatro se sigue utilizando como insulto por algunos políticos y acérrimos seguidores. Titiritero, se suelta con desdén todavía en dosmilveintitrés.

Incluso cuando un representante público acude a ver una obra teatral se le señala con cierta bufa, como si estuviera perdiendo el tiempo, evidenciando clasismos que, ilusos, creímos estar superados. Pero que nos siguen marcando demasiados pasos. Porque la cultura todavía se plantea como personaje secundario de la sociedad. No es así, pero si lo fuera, la vida tampoco tiene sentido sin personajes secundarios. Ni en la ficción ni en la realidad. Los personajes secundarios son los que permiten que avance la trama, que tenga sentido. 

La crisis sanitaria del coronavirus Covid-19 puso en valor a esos aparentes secundarios que, en realidad, son protagonistas del día a día. Aunque los mediáticos cañones de luz no suelan apuntar hacia su papel principal. Y cuando se les apunta, se les trata con un perverso snobismo: los dependientes de supermercado, los cuidadores de las residencias de ancianos, los servicios de limpieza… Pocas veces son protagonistas, pero son decisivos cabezas de cartel de la vida de todos. También ocurre con los artífices de la cultura. Algunos sí cuentan con la atención de las cámaras y los aplausos, los llaman celebrities, aunque tras ellos existe una descomunal retaguardia construyendo valiosísimo patrimonio. Y la mayoría no duda en vivir en la incertidumbre para no dejar de crear. 

Aunque pasen los años, aunque el gran público nunca descubra su talento, anteponen el poder social del arte a una estabilidad económica propia. Hasta eligen mantenerse a base de trabajos temporales, muchos de ellos precarios y con horarios particulares, no vaya a ser que les impidan estar disponibles cuando salga un casting. Mejor permanecer, por ejemplo, en empleos de media jornada con esa flexibilidad que facilite compatibilizarlos con una función, un personaje episódico en una serie o un cortometraje. La pasión del "titiritero" suele ganar en prioridad, aunque la posibilidad de sobrevivir en el mundo artístico sea, en muchos casos, una utopía. Es lo habitual en un oficio desprotegido como el actoral, constantemente en la cuerda floja de la intermitencia.

Eligen el camino del teatro de la cultura. Porque la cultura, toda ella, nos cobija, nos protege, nos estimula, nos desafía, nos acompaña abriéndonos la mente a otras realidades, nos hace viajar aunque no salgamos de casa. Y nos entretiene, en el más poderoso sentido del verbo entretener que, en cambio, se sigue usando con entonación peyorativa. Olvidan quienes lo hacen que entretener es el primer paso de cualquier camino hacia lo que somos. 

La creación siempre está ahí, comprometida con su sociedad, su tiempo y las adversidades. Aunque no haya aplausos y la remuneración económica no sea la justa. Lo vimos en la cuarentena de hace ya tres años. Es la compañera que nos inspira y nos hace olvidar, al menos un rato, la soledad, los quebraderos, el miedo. Nos permite tomar un respiro. Incluso nos abre caminos que ni siquiera sabíamos que existían. Quizá por eso molesta a algunos que añoran las tijeras de la censura, quizá por eso se utiliza como insulto. Porque puede desmontar creencias preestablecidas. Porque, pase lo que pase, entre los nubarrones grises de la vida, siempre nos quedarán las historias de la cultura como refugio. 

Borja Terán
Periodista

Licenciado en Periodismo. Máster en Realización y Diseño de Formatos y Programas de Televisión por el Instituto RTVE. Su trayectoria ha crecido en la divulgación y la reflexión sobre la cultura audiovisual como retrato de la sociedad en los diarios 20 minutos, La Información y Cinemanía y en programas de radio como ‘Julia en la Onda’ de Onda Cero y 'Gente Despierta' de RNE. También ha trabajado en ‘La hora de La 1' y 'Culturas 2' de TVE, entre otros. Colabora con diferentes universidades y es autor del libro 'Tele: los 99 ingredientes de la televisión que deja huella'.

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