Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La tele de hoy necesita un Emilio Aragón

Emilio Aragón en 'El Gran Juego de la Oca'
Emilio Aragón en 'El Gran Juego de la Oca'
Globomedia
Emilio Aragón en 'El Gran Juego de la Oca'

En aquella España que, por fin, tenía la esperanza de empezar a discernir qué quería ser y qué no, apareció un chaval sin voz en la pantalla de El Gran Circo de Televisión Española. Miliki quiso que su hijo Milikito se iniciara contando historias sin poder decir nada. Lo consiguió. Las tomas falsas que quedan en el archivo de TVE muestran a niños gritar con devoción “¡Milikito, milikito!” antes de grabar. Le querían. Se identificaban. Era ingenuo, imperfecto y no tenía voz. Pero siempre le terminábamos entendiendo, pues las emociones no dependen tanto de los discursos como de las complicidades.

Emilio Aragón Álvarez cogió el testigo de su padre Emilio Aragón Bermúdez parándose a descubrir su expresividad corporal. Como buen payaso, aunque Miliki, Fofó y Gaby eran mucho más que unos payasos. Ellos mismos firmaban sus programas como directores artísticos. Sus sketches eran dignos del Saturday Night Live, templo norteamericano de la tele-comedia. Una coreografía perfecta de miradas, decorados y cámaras que ensanchaba la pantalla desde la profundidad del ingenio teatral más que desde la trivialidad del chiste efímero. 

Emilio Aragón aprendía de la experiencia de su familia mientras crecía en una generación, su generación, que quería despojarse de los pavores que la dictadura nos había incrustado en las cabezas. La mezcla de la enseñanza de padres y tíos y las ganas de romper corsés empujaron a Emilio Aragón a dirigir con una particular mirada propia Ni en vivo ni en directo, Vip Noche, El Gran Juego de la Oca, Médico de Familia...

Géneros tan diferentes y tan iguales. Porque, al final, en todos, Emilio Aragón sabía que se trataba de narrar bien una historia, nuestra historia. Incluso cuestionándose cómo nos dijeron que se debían narrar las historias. Así se atrevió a lucir esmoquin negro con zapatillas blancas. El sacrilegio de los agoreros simplemente se transformó en iconografía propia. Dar la vuelta a las reglas absurdas es un síntoma de inteligencia. Y Emilio borró engolamientos, desmontó la cuarta pared de los platós y dio vía libre a la espontaneidad desde la empatía atenta a los estados de ánimo de sus contemporáneos. En realidad, como hizo su familia. Pero con el desparpajo que permitían aquellos nuevos tiempos de libertad sostenida en la celebración de la convivencia. 

La tele de hoy necesita nuevas y nuevos Emilios Aragones. Que relativicen las dinámicas que parecen obligadas y, también, cuenten con la memoria que otorga bagajes para tejer bien la creatividad, abrazándola con amplitud de miras. Eso es lo que falta a los canales clásicos y, por eso mismo, se están quedando enquistados en temores y repeticiones. La antítesis de aquella familia de payasos que se percató de que es imposible cambiar a mejor si no comienzas intentando entender a tu sociedad.

Borja Terán
Periodista

Licenciado en Periodismo. Máster en Realización y Diseño de Formatos y Programas de Televisión por el Instituto RTVE. Su trayectoria ha crecido en la divulgación y la reflexión sobre la cultura audiovisual como retrato de la sociedad en los diarios 20 minutos, La Información y Cinemanía y en programas de radio como ‘Julia en la Onda’ de Onda Cero y 'Gente Despierta' de RNE. También ha trabajado en ‘La hora de La 1' y 'Culturas 2' de TVE, entre otros. Colabora con diferentes universidades y es autor del libro 'Tele: los 99 ingredientes de la televisión que deja huella'.

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