Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La vida agotadora de Isabel Preysler

Preysler representa la diferencia entre triunfar en un posado de una revista y la complicación de comunicar delante de una cámara de televisión.
Isabel Preysler en su documental en Disney Plus
Isabel Preysler en su documental en Disney Plus
Disney
Isabel Preysler en su documental en Disney Plus

La vida de Isabel Preysler es agotadora. Agotadora de ver, lo demuestra su documental en Disney Plus. Isabel Preysler: mi Navidad es fatigoso. Se hace largo porque en él no pasa absolutamente nada. Como mucho nos enseña problemas de millonarios: que si las niñas hacían confeti con la típica máquina con la que los ricos destruyen papeles, que si no soporta que sobreviva alguna copa con algún rasguño en su cristalería, que si no le gusta que le molesten mientras desayuna su agua caliente con lima y vitaminas, su zumo de pomelo, su kiwi, su pomelo de nuevo pero esta vez en fruta, su semillas de lino y, como remate, su agua de Jamaica.

De hecho, el desayuno es lo más interesante de todo el documental. El resto, realiza un retrato de una persona obsesionada con una perfección pública imposible. Una perfección impostada que sólo remite a frialdad. Ahí está el problema de Isabel Preysler en televisión. La imagen fija no es igual que la imagen en movimiento. Ella lo sabe. Y lo insinúa en el docu.

En las revistas del corazón, sus posados calculados han funcionado porque trasladaban a una España a la ensoñación de pedigrí y lujo al que aspirar, especular e incluso criticar. Se mira la foto, se comenta y se pasa página. La expresividad congelada en una publicación escrita permite imaginar las empatías, pero en la grabación en vídeo hay que atesorar comunicación verbal y no verbal con el recorrido suficiente para despertar curiosidad y retener la atención. Y para eso hay que ser generoso. Y no pensar demasiado en cómo se te ve en cámara.

Pero Preysler intenta controlar que su imagen quede tremendamente impoluta, o como piensa ella que es ser impoluta. Sin embargo, de esta forma, sólo proyecta la soledad de una persona encerrada en un universo de plástico despegado completamente de la calle. Entonces, en el más benevolente de los casos, es fácil pensar: todo lo que se ha perdido. Aunque como parece que se lo ha perdido desde sus orígenes no lo puede echar de menos. Así que ahí está enredada en la excelencia de aguantar el tipo con aquello que durante generaciones se insistía que debía ser una mujer de bien. Siempre idílica, siempre discreta, siempre cuidando su hogar. Sus dilemas que se plantean en el docu están en mandar órdenes a su servicio para que cada cosa de la casa esté pulcra y, en el día más complicado, pensar qué regalos comprar. Y ya estaría. 

Un personality show atrae cuando muestra la vida de personas con una agenda marcada de ideas, talentos, proyectos, ilusiones, retos y atrevimientos, pero aquí sólo se intuye a la reina de un elegante y, a la vez, gélido palacio, donde nadie parece andar cómodo, donde nadie parece poder despeinarse, donde nadie parece ser como aparenta.

Hasta el momento, el más realista documental de la casa de Isabel Preysler lo hizo Loles León cuando asaltaba chaletes de celebridades en su hilarante participación en Hola Raffaella. Era 1992 y Loles se plantó por sorpresa en la urbanización de Puerta de Hierro, llamó al telefonillo y realizó una descarada radiografía del mundo Preysler sin necesidad de que apareciera en imagen Isabel Preysler. Le abrieron el pórtico de la verja de la mansión, habló con su servicio. Hasta intentó convencer al personal de entrar a hacer pipi en uno de sus numerosos baños y, de paso, conocer la caseta del perrito. Muy famosa en el momento al comentarse que contaba con calefacción y cortinas.

Aunque, sobre todo, Loles León conversó con las trabajadoras de las casas vecinas. Todas charlaban sin demasiados filtros. Inclusive de las cacas de los perros del vecindario chic. Era un país más ingenuo. Sentíamos a Raffaella y Loles como personas de confianza, pues eran la antítesis de lo que se ve de Preysler en su documental de Navidad en el que ni se ve su cena de Navidad. Loles y Raffaella entendían que la tele no es tele sin sentirse cómodo, sin abrirse, sin relativizar y sin reírse de uno mismo. Lo transmitían todo el rato, también en su arte a la hora de merodear en casas en las que da la sensación que hasta servirte tú mismo tu propio café es vulgar. Bueno, tu propia agua de Jamaica.

Borja Terán
Periodista

Licenciado en Periodismo. Máster en Realización y Diseño de Formatos y Programas de Televisión por el Instituto RTVE. Su trayectoria ha crecido en la divulgación y la reflexión sobre la cultura audiovisual como retrato de la sociedad en los diarios 20 minutos, La Información y Cinemanía y en programas de radio como ‘Julia en la Onda’ de Onda Cero y 'Gente Despierta' de RNE. También ha trabajado en ‘La hora de La 1' y 'Culturas 2' de TVE, entre otros. Colabora con diferentes universidades y es autor del libro 'Tele: los 99 ingredientes de la televisión que deja huella'.

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