El resurgir envenenado de Usera: "El barrio está mejor, pero no se puede maltratar al vecino y que se tenga que ir"

Un puente sin ningún lustre cruza por encima del Paseo de Santa María de la Cabeza conectando los distritos de Carabanchel y Usera, al sur de Madrid. Se le conoce como el puente de los Capuchinos, por la parroquia y el colegio de esta orden que se alza, en el lado de Usera. Avanzando un poco más, se abre un inesperado barrio de casitas bajas con jardín, como una isla ajena al ajetreo de la ciudad.

"Yo soy del barrio de toda la vida, mi padre hizo las casas que hay ahí, cada vecino se hizo la suya en los terrenos que le entregó la Benéfica Belén a través del Ayuntamiento y el Episcopado", explica Juan Manuel Ureña, rodeado por una montaña de sillas en el pequeño local que sirve de sede a la Asociación de Vecinos de Moscardó.

Ureña, un funcionario jubilado de 74 años, describe a los vecinos tradicionales de la zona como "variopintos en sus profesiones", pero todos ellos de clase trabajadora. Su padre era sastre. En los 80, las viviendas sociales fueron entregadas en propiedad a sus inquilinos y lo que entonces era una zona periférica, se ha convertido en un muy cercano al centro y envidiablemente tranquilo. El precio de la vivienda se ha disparado y la población del barrio está, poco a poco, cambiando.