OPINIÓN

Donde no hay mata

Donde no hay mata
Donde no hay mata
Donde no hay mata

El otro día aparecí como firmante, junto con personas destacadas de la cultura, de un manifiesto donde se pedía algo así como la convergencia de la izquierda. ¿El porqué la firmé? Sencillamente un compañero actor me lo sugirió y quise quedar bien con él diciéndole que sí. No es que me arrepienta, pero si soy sincero reconozco que no sabía muy bien lo que en ese momento firmaba (ni ahora tampoco). Por otra parte, me sentí halagado con la propuesta: por fin formaba parte de un grupo de artistas audaces y críticos, y además sin exigirme mucho esfuerzo. El caso es me destacaron en varios medios como uno de los que encabezaban la propuesta, y alguien incluso me tildó de intelectual (sin asomo de ironía). Después me llamaron para entrevistarme de un programa de tertulia política y por supuesto allí que me personé. Mientras estuve callado, todo el mundo me encontró de lo mas interesante. Yo me encargaba de mirarlos a todos y cada uno de ellos, de una forma penetrante y enigmática. En un momento dado, el presentador me preguntó sobre el manifiesto en cuestión y yo le contesté con llaneza que no sabía gran cosa del asunto. “¿Pero usted aparece como firmante?”. “Sí, claro –asentí– es que me lo pidió un compañero actor, de los buenos, de los del método, y no supe decirle que no”.

Todos prorrumpieron en sonoras risotadas, creyeron que bromeaba. Después me dirigieron miradas llenas de suspicacia, entornando los ojos meditabundos. Entonces uno de los señores pareció tener una epifanía e interpretó mi respuesta como la voz sincera de la calle poniendo en mi boca palabras como: “ilusión”, “entusiasmo”, “capacidad de desborde”… Yo sonreía, confuso y mareado, hacía calor en el plató. “¿Podemos airear?”, pregunté. “¿Te refieres al país, Joaquín? Claro que podemos”. Entonces me desmayé.  

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