OPINIÓN

El columpio

Pintura de Henri Michaux
Pintura de Henri Michaux
Cinemanía
Pintura de Henri Michaux

A este columpio frente a mi ventana vienen a columpiarse casi exclusivamente adolescentes. Lo hacen siempre hasta el extremo, como si intentasen dar la vuelta entera. No es un columpiarse liberador, feliz. En estas columpiadas hay, en general, rabia, desesperación, impotencia ante un mundo hostil que no da tregua. Ahora mismo, una teenager de coleta rubia lleva tres horas columpiándose. Hace cero grados fuera. Veo su rostro deformado por el esfuerzo.

Henri Michaux dice en su libro Una vía para la insubordinación que a menudo se dan poltergeists en casas en las que hay chicas adolescentes. Según él, la frustración y la rabia que pueden acumularse en la mente de una joven, aunque sea de forma inconsciente, pueden provocar que los cristales se rompan solos, que los muebles se muevan y se lancen contra las paredes sin que nadie los empuje. 

La angustia secreta de una adolescente puede materializarse en una fuerza invisible que la levanta por los aires. Michaux rebate las teorías que relacionan los sucesos paranormales con el demonio diciendo: “¿Qué necesidad hay del demonio cuando basta la persona?”. Dejándome caer cómodamente en esta teoría, creo que el columpio frente a mi ventana es un neutralizador de poltergeists. Si no fuese por ese columpio que canaliza la frustración, muchas de las casas de este pueblo –pueblo en paz, de casas de madera con porche y jardín– tendrían el tejado levantado, las barandillas arrancadas, las plantas muertas. Iowa City debe su belleza a este columpio.

Hace tiempo que no soy una adolescente, pero a veces aún siento que me encrespa el cuerpo esa misma furia sorda y ciega que me hizo romper un cojín a mordiscos a los doce años. Ayer, después de batallar con un texto que no me salía, miré desde mi ventana a un hombre que andaba por la calle. El hombre se resbaló en el hielo y cayó.

Hoy me levanto, saco a mi perra a pasear, me acerco al columpio. Poso el culo, agarro las cadenas, me impulso. Intento subir lo más alto posible. De mi boca sale un gruñido de esfuerzo que no parece mío. Pero es mío. Pataleo y me impulso con más fuerza, como si intentase dar la vuelta entera.

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