OPINIÓN

Ha muerto el hijo de mi escritora favorita

'Smoke', de Wayne Wang y basado en la novela de Paul Auster
'Smoke', de Wayne Wang y basado en la novela de Paul Auster
Cinemanía
'Smoke', de Wayne Wang y basado en la novela de Paul Auster

Hace pocos días, Daniel Auster, de 44 años, murió de sobredosis. Murió el chico de ojos de agua de Smoke. Tenía la fiereza de su padre y su madre. Algunas semanas antes había sido detenido a causa de la muerte de su hija, un bebé de 10 meses que falleció por sobredosis de heroína y fentanilo. 

Tanto en uno de los casos como en el otro, los medios ofrecieron el siguiente titular: “Muere la nieta del famoso escritor Paul Auster”. Y más tarde: “Muere de sobredosis el hijo del famoso escritor Paul Auster”. Qué espantoso debe ser que los medios, en su compulsión sensacionalista, te empujen a un lado y te hagan desaparecer de la ecuación, como robándote de nuevo un hijo que ya te ha sido arrebatado a manos de las drogas. Daniel Auster era el hijo de mi escritora favorita, Lydia Davis. Estuvo casada un tiempo con Paul Auster. Después se separaron.

A mediodía, mientras sigo rastreando noticias, encuentro en el New York Times la pista más cercana, algo que me acerca a ella: “Daniel Auster es el hijo del escritor Paul Auster, con quien nos pusimos en contacto y rechazó hacer declaraciones, y de Lydia Davis, con quien no conseguimos ponernos en contacto”. 

Imagino a mi escritora favorita: el rostro demacrado, pálido, el teléfono desenchufado, fumando en secreto al fondo del jardín, mirando una sombra que le parece que se mueve entre las ramas. Pero no. Es el viento, son las ramas nada más. Entro en su cocina, intentando no hacer ruido. Sólo veo su cabeza girada hacia los árboles oscuros, las volutas de humo de un cigarro que sostiene, pero no fuma. 

Enciendo el fuego, bato un huevo, le añado tomillo, orégano, romero, sal, queso blanco de cabra desmigado. El aceite abraza la mezcla, crepitando. Cuando vuelve a la casa, yo ya no estoy. Pero sobre la encimera espera la tortilla, aún caliente, dorada, insuficiente para detener el dolor, pero suficiente para emborronarlo durante los cuatro segundos que tarda en engullirla, pálida, con la boca temblando y los ojos de agua muy abiertos.

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