OPINIÓN

Mis clásicos: 'Ciudad de conquista'

Mis clásicos: 'Ciudad de conquista'
Mis clásicos: 'Ciudad de conquista'
Mis clásicos: 'Ciudad de conquista'

Orson Welles, hombre de ideas fluctuantes y contradictorias, era sin embargo muy claro y seguro en algunas de sus convicciones artísticas. Para él, James Cagney era el mejor actor que había conocido, el de más clara y magnífica versatilidad (no debemos olvidar que Cagney fue un excelente bailarín y un hombre con un sentido del ritmo excepcional). Durante más de 20 años ofreció el lujo de su interpretación, de sus bailes, e incluso de sus facultades físicas y su energía inagotable a los papeles más dispares de la cinematografía. Pequeñajo, cabezón, poseía el don que sólo unos pocos han conseguido. Todo lo que él hacía rezumaba sinceridad y sus ojos (a veces demasiado pintados por el maquillador de turno) trasmitían los sentimientos que él quería.

Nunca fue un galán ni insistió demasiado en hacer de bueno ni de guapo. Se limitaba a contarnos retazos de una vida casi siempre mísera en el Brooklyn que él adoraba. Era el actor completo, podía ser el bueno, el malo, el traidor, el gángster envilecido o el rey del tap dance. Fue premiado con el Oscar una sola vez, cuando él era un Oscar viviente, un creador total. Junto a su amigo Raoul Walsh nos ofreció momentos de una inspiración insuperable como Al rojo vivo, y de una sencillez inspiradísima. “¿Y quién hace del malo? Hombre, James Cagney ¿Y del bueno? James Cagney ¿Y del boxeador? James Cagney ¿Y del ciego, y el listo, el chulo o el personaje shakesperiano…?" Cuando ya era muy maduro hizo con Billy Wilder Un, dos, tres y consiguió encarnar al rey de la Coca-Cola con tal maestría que durante años se habló de la creación de Cagney como una de las más sorprendentes de la historia del cine. No era precisamente un hombre modesto, pero sí un hombre consecuente y de ideas más claras que casi nadie, incluso políticamente hablando.

Durante mucho tiempo y debido a estas ideas, la censura española prohibió no sus filmes sino su

nombre. No era nadie. Orson Welles decía que Cagney era capaz de convertir la situación más disparatada en un retazo de vida. Ciudad de conquista, realizada por Anatole Litvak, un judío errante de Hollywood lleno de talento, es la historia de la pobre gente, de los desheredados de la gran ciudad. Es la historia de dos hermanos que buscan el triunfo, uno es boxeador, el otro compositor (excelentes también Arthur Kennedy, Frank McHugh y hasta el histriónico Anthony Quinn en uno de sus mejores papeles). Elia Kazan interpretó al justiciero de las gentes del barrio. Todo (la música de Max Steiner, la foto de Sol Polito, en un blanco y negro extraordinario)

colaboró a la rara perfección de esta obra maestra. El filme no tuvo en España el menor éxito. Nuestras gentes no entendían mucho de boxeo ni de música sinfónica moderna ni de nada

de nada. Y si tuvo alguna resonancia, fue gracias a la interpretación de James Cagney, incomprendida también, hasta que la Academia de Hollywood lo premió con el Oscar, aunque

no por Ciudad de conquista sino por un musical en el papel de bailarín de tap. Ann Sheridan nunca estuvo ni antes ni después tan bella como en Ciudad de conquista. Ahora que la televisión está revisando ciertas películas de calidad, reivindiquemos esta joya que es además prólogo de la obra de Elia Kazan Un árbol crece en Brooklyn, tan desigual después pero siempre interesante.

Litvak nos ofrecería enseguida Sorry Wrong Number, y Nido de víboras (musicada por Gerry Mulligan) que originaron todo un estilo de películas de una amargura excepcional que prevalece

hasta nuestros días.

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