Adiós a las armas: ETA en el cine

Creadores de sombras libro

Ahora que ETA parece haber cerrado la puerta y entregado las llaves tal vez podamos ver con otros ojos algunas de las películas que a lo largo de los años que ha durado la pesadilla han venido pisando en el lodazal para tratar de desentrañar sus claves. Uno de los directores más conocidos y que con más frecuencia y éxito lo ha hecho es el guipuzcoano (aunque nacido en San Salvador en 1950) Imanol Uribe.

Sus dos primeros largometrajes, El proceso de Burgos (1979) y La fuga de segovia (1981) llevaban a la organización ETA en el núcleo argumental y la tercera, La muerte de Mikel (1983) buceaba más en su inmediata periferia. En 1994 Días contados causó una gran sensación en el festival de San Sebastián, en el que ganó la Concha de Oro a Mejor Película, y posteriormente conquistó la Gala de los Goya con ocho galardones, entre ellos los más importantes.

Uribe presentó la que hasta ahora es su última película, Lejos del mar, en 2015 en el marco del festival donostiarra y las crónicas cuentan que la prensa la acogió con una mezcla de aplausos y risas. Confieso que cuando pude verla y recordé ese dato me indignó la estupidez de algunos compañeros de profesión, porque consideré que el filme era muy valiente al aproximarse a la cuestión que ahora, cada día que pasa, resulta clave para restañar las heridas provocadas por tantos años de barbarie y criminal ceguera: la posible o imposible reconciliación entre víctimas y verdugos, la posible o imposible reinserción de los que han abandonado la violencia. El público, mucho más lúcido y sensible a esta reflexión, acogió la película con una gran ovación.

Lejos del mar está protagonizada por Elena Anaya y Eduard Fernández, dos actorazos que lidian con personajes y escenas de dificilísima resolución, nada menos que la relación erótica, turbia, extraña y contradictoria entre un etarra recién salido de la cárcel y una médico huérfana, la hija de un asesinado y el asesino de su padre.

Imanol Uribe retorna al tema del terrorismo para levantar acta del momento histórico y dejar esbozadas unas preguntas candentes: ¿Qué hacemos con los etarras que han cumplido condena y salen de la cárcel? ¿Son personas con derechos como los demás? ¿Son monstruos a los que hay que maldecir por siempre jamás? ¿Son todos iguales, asesinos criminales sin escrúpulos? ¿O puede que haya entre ellos quienes consideran que no sólo destrozaron la vida a sus víctimas sino que también se destrozaron a sí mismos, y lo supieron desde el primer instante en que cometieron el atentado?

El proceso de desarme de ETA debería haber culminado ayer. Aún es pronto para saber si es definitivo y total. Aún es pronto para saber si todos los cachorros de la banda y sus acólitos se plegarán al futuro que hayan diseñado aquellos a los que llaman despectivamente “los liquis”, liquidadores o liquidacionistas, un término de lejana resonancia estalinista cuyo eco parece que aún perdura, o provocarán una escisión que aún nos reserve algún disgusto.

Tampoco sabemos si este momento histórico aparecerá pronto o tarde en nuestro cine, pero antes o después lo hará. Existe la creencia equivocada de que no hay muchas películas que dediquen su atención preferente a ETA. Muy al contrario, nuestro cine se ha ocupado profusamente de ese fenómeno en todas sus facetas, escarbando en todas las fases por las que ha atravesado con el paso del tiempo, desde sus inicios, como da cumplida y exhaustiva cuenta un libro recientemente publicado: Creadores de sombras, ETA y el nacionalismo vasco a través del cine, de Santiago de Pablo (Editorial Tecnos, Grupo Anaya), catedrático de Historia Contemporánea en la Facultad de Letras de la Universidad del País Vasco y miembro de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España.

En el libro que nos ocupa De Pablo pasa revista a más de cincuenta largometrajes, de ficción o documentales y a más de una veintena de largometrajes para televisión y vídeo, que de una manera u otra, con mayor o menor relieve en el cuerpo argumental, integran en él a la banda terrorista. El número de obras sorprenderá, por tanto, a muchos, pero sirve especialmente para recordar que lo compone un buen manojo de películas cuyos títulos son bastante conocidos, desde El proceso de Burgos (Imanol Uribe, 1979) hasta, sin ir más lejos, en un registro completa y felizmente distinto, Ocho apellidos vascos, el “bombazo”, perdón por el chiste fácil, de recaudación de 2014 (poco menos de 60 millones de euros a finales de ese año con casi diez millones de espectadores, la tercera película más vista de la historia de España) pasando por el muy polémico documental de Julio Medem, La pelota vasca, la piel contra la piedra (2003).

Santiago de Pablo señala que desde que la banda anunciara en 2011 su disposición a abandonar las armas se han producido trece largometrajes centrados en la violencia política vasca, tanto para reflejar historias en torno a sus víctimas como a las de los propios etarras o gentes de su entorno a manos de los GAL, con variados tratamientos.

Podrá reprochársele al autor del libro que sus análisis sobre las cualidades de cada película no coincidan con los de uno pero como obra de consulta amena -y también densa- nos parece impagable, poniendo en perspectiva tanto aquellos valores como la repercusión social y política que tuvieron los filmes en el momento de su estreno.

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