Cuestionar una ley no es machismo

violencia genero

El panorama que dibuja el incesante aumento de las agresiones de hombres contra mujeres es espeluznante. Cada día podemos leer noticias que dicen cosas muy similares a lo que leí esta misma mañana, viernes 24: ”Un hombre ha matado, de al menos un disparo de escopeta, a una mujer, de 35 años, que estaba embarazada, tras mantener una discusión en la localidad de Vinaròs (Castellón)…“ Con variaciones insignificantes sobre el lugar del crimen, las edades de víctima y verdugo o los países de procedencia, una y otra y otra vez la radio vomita noticias similares. El dolor y la impotencia son insufribles. Hasta el día 10 de este mes esta trágica contabilidad hablaba de 44 mujeres asesinadas a manos de sus parejas desde que comenzó el año. Es una pesadilla que no tiene fin. La administración confirma 916 asesinatos desde 2003. Desaparecida ETA, los criminales que matan a sus mujeres compiten con las cifras de aquella organización terrorista.

Parece que las medidas de protección, atención telefónica, policiales o judiciales no bastan para contener la hemorragia. Según datos del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) 13.445 mujeres denunciaron a su pareja o expareja por violencia cada mes entre abril y junio de este año y las sentencias condenatorias dictadas fueron el 67,2%.  A 31 de octubre, el programa VioGen, el sistema de seguimiento integral de este tipo de casos, en funcionamiento desde hace diez años, tiene registrados 478.671 casos, de ellos, 55.319 activos (10 de riesgo máximo, 175 medio, y 4.566, bajo). Estas cifras mareantes revelan que la sociedad tiene un cáncer y no se encuentra un remedio que lo cure. Tan sólo puede ofrecer la triste esperanza de que, detectado a tiempo, algunos casos puedan no ser mortales.

La hipersensibilización que este horrendo horizonte provoca en algunos sectores sociales, especialmente algunos grupos feministas, en contacto más cercano con las víctimas, puede conducirles, y de hecho así sucede algunas veces, a actitudes de ciega intransigencia que les hace negar una realidad, aunque no sea ni de lejos tan dramática como la expuesta anteriormente, una realidad de la que no se conocen cifras o se hace muy escaso hincapié en ellas: la de los casos en que los maltratados son hombres.

El pasado domingo 19 estaba anunciada en Barcelona la presentación de un documental cuyo título había originado una alarma desde antes de que llegara a producirse, cuando se estaba tratando de financiar con una campaña de micromecenazgo en Verkami, plataforma que cedió a las presiones de quienes lo calificaban de “documental de maltratadores” y obligó a buscar otras vías, mediante ingresos directos en cuenta bancaria. Respondiendo a esos prejuicios se presentó un grupo de mujeres dispuestas a boicotear el acto, entre las cuales se encontraba Carme Sansa, actriz catalana muy activa en distintos campos de batalla, ya fuera contra los bombardeos de la OTAN en Yugoslavia, contra la guerra de Irak o en defensa de los derechos femeninos.

En el vídeo de este incidente Carme Sansa parece defender el bloqueo a la exhibición de este documental restando toda importancia al asunto del que se ocupa: “son sólo cuatro hombres”, se le oye decir. Si eso es lo que quería decir, hay que reconocer que no es una razonable vara de medir la importancia de los problemas de cualquier minoría. No se puede imitar la mentalidad del ejército israelí con los refugiados palestinos: “un muerto de los nuestros vale por mil de los vuestros”, como si se contabilizaran las víctimas de dos bandos enfrentados. Aunque fueran "sólo cuatro hombres" ¿no merecerían respeto al reclamar sus derechos? Todos los maltratados, sean mujeres, hombres, niños, ancianos o inmigrantes, no importa cuál sea su número, son dignos de atención y protección. Finalmente, después de unos cuantos gritos de un lado y otro, de un rifirrafe venial, insultos, peinetas y gritos no muy delicados de “Sin piernas, ni brazos, machitos a pedazos”, el documental pudo exhibirse sin más sobresaltos.

Había sido el último de los obstáculos a sortear por un trabajo que no deja de ser la expresión de unas ideas, todo lo discutibles que se quieran, pero que lleva camino de convertirse en un filme maldito. Hasta el Festival de Cine y Derechos Humanos de Barcelona arguyó las amenazas recibidas para rechazar primero, aceptar después y por último desvincularse del todo de mostrarlo ante el temor de sufrir los anunciados escraches.

Silenciados, cuando los maltratados son ellos pretende poner el foco en esa minoría silenciosa y oculta que son los varones que se sienten perjudicados por la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género (LIVG) de 28 de diciembre de 2004. El director Nacho González intenta dejar claro, sin gran éxito, a tenor de los ataques recibidos, que reconoce el gravísimo problema de la violencia contra las mujeres pero entiende que no puede lucharse contra él dejando a un lado las disfunciones que provoca, con graves perjuicios para hombres que también son víctimas de violencia dentro de la pareja o se ven chantajeados en disputas matrimoniales por la custodia de sus hijos u otros litigios.

El propio director reconoce que: “cinematográficamente no es nada atractivo. En principio teníamos guionizadas dramatizaciones, voces en off, recursos... pero una vez tuvimos todas las entrevistas hechas y condicionados por no poder excedernos de 60 minutos (por motivos que no vienen a cuento), decidimos prescindir de todo lo demás y centrarnos en las entrevistas. Como digo, cinematográficamente "no tiene nada", pero la información recopilada y la credibilidad de quienes la facilitan son demoledoras”. Estoy sustancialmente de acuerdo con ese diagnóstico, pero tengo que pronunciarme contra cualquier tipo de atentado contra la libertad de expresión y éste es uno claro. El filme pone el altavoz a quejas que parecen razonables: un hombre denunciado por su pareja, sin comprobarse la veracidad de los hechos, va directamente a la cárcel ante el peligro de que en caso contrario pudiera engrosar la abultada lista de criminales, aunque al día siguiente pueda ser puesto en libertad sin otra consecuencia que las malas horas pasadas a la sombra. No existe un “Instituto del hombre” ni lugar al que dirigirse para denunciar sin que un funcionario en la comisaría se ría en las barbas del “calzonazos”. Se quejan de que hay una conciencia creada en las instituciones que da toda credibilidad a la mujer y ninguna al hombre. Se quejan de un trato desigual que ni creen justo ni resulta útil para combatir la violencia contra las mujeres y penaliza discriminadamente al varón. Reclaman, en definitiva, un cambio en la legislación que atienda también los casos de los hombres que no son maltratadores, sino que son maltratados.

La película peca de lo mismo que reprocha a la ley, de tener una visión unilateral, al centrarse sólo en los problemas de los hombres, por muy justificada que esté su reclamación. Incluso el propio poster resulta un poco truculento. Más empatía conseguiría si se hubiera detenido a explicar con algún detalle (como el que se ofrece al principio de este post, por ejemplo) el pavoroso contexto de incesantes asesinatos de mujeres en el que nos encontramos. No demuestra una gran sensibilidad hacia esa tristísima realidad y ello penaliza la credibilidad de sus argumentos. Es la excusa para que reciba ataques injustificados, insultos y amenazas por parte de quienes no entienden de matices, quienes creen que defender a un hombre es prueba evidente de machismo, que criticar una ley que pretende defender a las mujeres es defender a los maltratadores. Sin embargo, entre una cosa y otra hay un gran trecho.

Silenciados, cuando los maltratados son ellos parece olvidar que por graves que sean para los hombres las consecuencias de una ley defectuosa por desgracia la situación de la mujer en su conjunto es muchísimo más peligrosa y es lógico que concite toda la atención de la sociedad. No hubiera sobrado que admitiera entenderlo. Pero es evidente que este documental expone opiniones legítimas que merecen ser debatidas seriamente, son carne de polémica, materia sensible que exige ser considerada con todo cuidado y atención. No es de recibo que se le tache de machista de antemano sin haber escuchado sus argumentos. Ninguna forma de censura es de recibo.

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