El señuelo de las niñas asesinadas y desnudas en el bosque

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Entre literatura y cine se ha dado una relación de carácter simbiótico o matrimonial desde los inicios de la historia de éste, y ya se sabe la cantidad y variedad de 'situaciones' que eso implica. Lo más frecuente es que el uno se aproveche de la otra, aunque también se ha dado este parasitismo en sentido inverso.

Los novelistas han peleado por evitar que los guionistas masacraran sus obras y se hicieran malas películas con ellas. A veces esos conflictos han sido legendarios. En sentido contrario, ejemplo de adaptación que resultó una gran película a partir de una gran novela: El nombre de la rosa, 1980, de Umberto Eco, que Jean-Jacques Annaud dirigió en 1986, ambos con enorme éxito.

Curiosamente Annaud suprimió de la novela todo aquello que no tenía relación directa con la trama policíaca, es decir por lo menos la mitad de las páginas (bueno, a ojo de buen cubero, no las he contado) y aun así le quedó apañadísima, con un inolvidable monje detective que conservaba las barbas de Sean Connery.

El feliz ejemplo escogido es muy poco habitual. En España tuvieron sus diferencias el bueno de Vicente Aranda y un escritor que colecciona bastones y es de los más leídos en nuestro país, don Antonio Gala. Tanto es así que se llegó a editar un dvd de La pasión turca en el que se pueden ver dos finales distintos. A Aranda también le costó tener que tragar las quejas de Juan Marsé, de cuya pluma tomó diversos argumentos, y se enzarzó con él en un cruce de acusaciones sobre la falta de talento de unos y otros.

Nada parecido a esto ha sucedido con la escritora Dolores Redondo y el cineasta Fernando González Molina.

No he leído El guardián invisible, primera parte de la Trilogía del Baztán, con cuya adaptación a la pantalla su autora dice sentirse muy satisfecha, pero sí he visto la película dirigida por Fernando González Molina (que obtuvo un éxito de taquilla con su título anterior, el culebrón Palmeras en la nieve) que se estrena mañana.

Eso significa que no haré ningún ejercicio de lectura comparada de las dos obras. La propia escritora, por cierto ganadora del premio Planeta 2016 con Todo esto te daré, dice que el filme respeta la esencia de la novela, lo que no sé muy bien qué alcance tiene. Si las debilidades de un guion que tira por la calle comercial en cuanto que tiene ocasión son heredadas de la novela, ésta no me inspira mucha confianza.

Y supongo que la película debe de ser bastante fiel al argumento de la novela. Marta Etura encarna a una inspectora jefe de homicidios de la Policía Foral de Navarra llamada Amaia Salazar que dice haberse formado profesionalmente en el FBI. Así de repente pensamos en Jodie Foster y El silencio de los corderos. Como no es cosa de inventarse un Hanibal Lecter para aleccionarla, disponemos de un amigo norteamericano, Aloisius Dupree, que le regala pensamientos new age (si no recuerdo mal desde Nueva Orleans) para que mire dentro de sí misma y pueda encontrar al asesino. Y si no, están las cartas que echa su tía, más del terruño, que no cree en las meigas en versión euskonavarra pero sí que haberlas haylas.

Tenemos chicas adolescentes asesinadas a las que el criminal deja tiradas desnudas en el bosque, lo que sin duda es un señuelo comercial de primer orden, muñecos sin personalidad, sin historia, que sólo sirven para hacer avanzar la investigación, a la que no le faltan los elementos típicos del cine norteamericano y escenas con recursos fáciles mil veces vistos. Del otro hilo argumental, el de la infancia de Amaia Salazar atormentada por una madre que está como las maracas de Machín, se supone que se sabrá más en la segunda o tercera parte. Pero es muy dudoso que pueda adquirir un aspecto más serio y menos estereotipado que el que tiene en esta primera entrega de la trilogía.

Con esas mimbres y con los medios con que cuenta la producción, amén de una bella fotografía y lujosa ambientación, la película se venderá presumiblemente bien merced al poderoso aparato publicitario de Atresmedia que la respalda. Lo malo que tiene es que una historia, que presume de respirar el oxígeno de Elizondo y los bellos parajes del Pirineo navarro que le rodean, suena a mil veces vista en otros territorios y está narrada de un modo previsible y rutinario.

Eso sí, la escritora no se siente traicionada. Mejor para ella.

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