Crítica de 'Operación Marea Negra', la miniserie sobre el submarino lleno de cocaína que cruzó el Atlántico

De un tiempo a esta parte, el narcotráfico ha pegado fuerte en la ficción española. Sus particularidades locales nos gustan y, junto a la curiosidad que despierta el entramado global de sus organizaciones (cada vez más sofisticadas), empatizamos fácilmente con las maneras de hacer de aquí, con sus personajes autóctonos y, sobre todo, con la epicidad del piloto que se busca la vida como puede, y no debe, para salir adelante. En la película de Daniel Monzón (en el cine, el fenómeno narco es más escaso), deseábamos hasta el límite que Luis Tosar nunca atrapara a El niño en su ruta entre Gibraltar y Marruecos.

En los últimos años, series nacionales como Fariña (que inició la carrera) o Vivir sin permiso (que tomó el testigo) han puesto la realidad gallega en el mapa. Ahora, Operación Marea Negra bebe de un suceso real: la intercepción policial del primer narcosubmarino en Europa en 2019. A partir de ahí, la serie construye una historia desde el punto de vista, y hazaña, de su personaje protagonista: el piloto vigués Agustín Álvarez, que consiguió trasladar tres toneladas de cocaína desde el Brasil amazónico hasta la costa gallega en un semisumergible artesanal hecho con fibra de vidrio y resina. Un milagro de la navegación.

La serie se inspira en el suceso, no se basa. Así lo decidieron los productores después de un primer conato de llevar a la pantalla una versión muy ajustada a los hechos. También iba a ser un largometraje que al final derivó en una miniserie de cuatro capítulos de 40 minutos, que discurre por muchos lugares distintos: desde los más trepidantes y adrenalíticos, propios de la pura trama de acción, hasta otros contemplativos y reflexivos. Todos conviven en perfecta armonía. Operación Marea Negra te engancha de principio a fin.

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Qué tiene Galicia, con su cielo plomizo, sus pescadores, sus narcos y su acento de “la terriña”, que siempre conquista. Y qué tienen sus intérpretes gallegos, que sus personajes siempre nos calan profundo. Como ese entrenador de boxeo que es Luis Zahera (aparición breve, pero necesaria) o ese abuelo, en las carnes de Luis Manquiña, un pescador y hombre decente que sufre por su nieto Nando (Álex González), máximo protagonista. El actor tripite como púgil, ahora amateur, después de Segundo asalto y Alacrán enamorado. Con un logrado acento gallego, construye un personaje solvente, no exento de aristas.

Partirse la cara en el ring no da dinero. Salir a pescar con su abuelo, tampoco. En su excelencia como marinero y conocedor de la Costa da Morte, el personaje de Álex González encuentra la salida. Es su prima carnal (Nerea Barros), hija de uno de los jefazos de la cúpula del narcotráfico entre Galicia y Portugal, con la que a veces se enrolla, la que le inicia como piloto. Una propuesta que llega algo temprana y precipitada, a través de un personaje cuya aparición y relación con Nando no acaba de entenderse ni de justificarse.

El acertadísimo casting internacional lo completan algunos actores portugueses y el brasileño Bruno Gagliasso (Marighella), que consigue armar un narcotraficante simpático e implacable a partes iguales, que, en ningún momento, roza el estereotipo latinamoamericano. Destacan también las formas del portugués Nando Lopes (San Jorge) en el personaje del amigo del protagonista. Al otro lado, el plantel policial hispano-portugués (liderado por el gallego Xosé Barato y la portuguesa Lúcia Moniz, que recordamos por Love Actually) lo integran personajes correctos que se dejan ver muy poco, hasta que al final cogen fuerza. Todos ellos, poco carismáticos. La empatía se queda, al 100%, en el “lado oscuro”.

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Ya en el semisumergible, a lo largo de 6.000 kilómetros por el Océano Atlántico, el trío formado por Álex González, el colombiano David Trejos y el brasileño Leandro Firmino mantiene una tensión equilibrada, que aprieta y desaprieta el personaje de Trejos, en el rol de un narcotraficante y asesino sin escrúpulos, frente a un piloto aguerrido, inteligente y resolutivo, que nunca pierde la cabeza, y un mecánico inofensivo. El pero es que los desafíos y problemáticas a los que se enfrentan durante la travesía, que pueden costarles la vida, se resuelven demasiado fácilmente, en apenas unos segundos. La tensión dura poco.

Por contra, las escenas que transcurren en el Amazonas gozan de una complejidad y un ritmo más que adecuado, demostrando el rey del thriller que es Daniel Calparsoro, con detalles que rozan la superproducción. Como la persecución en plena selva amazónica, la burla al cerco policial en alta mar o el propio desenlace: adrenalina en estado puro.

El elemento romántico que pretende ser el libro sobre la Costa da Morte que Nando lleva consigo, y que su abuelo le regló, carece de profundidad. Aparece en los momentos de flaqueza del protagonista, casi como una tabla de salvación, pero se queda en anécdota. Dice la dedicatoria que su abuelo escribió en él: “Busca tus sueños, pero aléjate de temporales y arrecifes, y así nunca naufragarás”. En su propio “naufragio”, Nando se descubre.

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