Crítica de 'El exorcismo de Georgetown': Russell Crowe, un actor poseído en una película mejor de lo que se dice

El filme de Joshua John Miller, hijo de Jason Miller (el padre Karras de 'El exorcista'), exhibe unas ideas y un lado 'meta' (una posesión en el marco del rodaje de una obra de terror) que prevalecen sobre su naturaleza fallida
Russell Crowe, en 'El exorcismo de Georgetown'
Russell Crowe, en 'El exorcismo de Georgetown'
(Vértice 360)
Russell Crowe, en 'El exorcismo de Georgetown'

Además de regalarnos esos momentos de Russell Crowe en Vespa vestido de sacerdote y sus diálogos en italiano, El exorcista del Papa fue una sorpresa en términos de entretenimiento de género y de taquilla. Un éxito que ha allanado una segunda película de la temática con el actor, El exorcismo de Georgetown, la cual no guarda relación con la anterior y que presenta varias particularidades. La principal, que se rodó en 2019 y que ha sido rescatada después de haber quedado en el limbo.

La obra, con Miramax detrás y que ha llegado a España (de la mano de Vértice 360) antes de estrenarse en Estados Unidos, resulta asimismo singular por su premisa, con Crowe interpretando a un actor que hace de exorcista en un filme de posesiones que ha iniciado su producción. Una estrella que tocó fondo por sus adicciones y que ha encontrado un papel que puede significar su regreso. Sin embargo, además de verse superado, empieza a sentirse mal y a comportarse de manera extraña.

El exorcismo de Georgetown (The exorcism en su título original, el español hace referencia a la obra de ficción que se rueda en la historia) presenta también el detalle llamativo de que su director, Joshua John Miller, es hijo de Jason Miller, el memorable padre Karras de la magistral El exorcista, quien volvería a la saga en la más que reivindicable tercera entrega.

Joshua John Miller, guionista de Las últimas supervivientes, comenzó en la industria como actor y se le asocia sobre todo a Los viajeros de la noche, la vampírica y muy de culto película de Kathryn Bigelow. Para su largometraje cuenta con Crowe, Ryan Simpkins (la hija del protagonista), David Hyde Pierce (sí, el mítico hermano de Frasier), Adam Goldberg, Sam Worthington, Chloe Bailey, Samantha Mathis (tiene una aparición casi testimonial) y, en una pequeña colaboración en el prólogo, Adrian Pasdar, compañero suyo en Los viajeros de la noche.

Crítica de 'El exorcismo de Georgetown'

Valoración:
Russell Crowe, en otra imagen de 'El exorcismo de Georgetown'
Russell Crowe, en otra imagen de 'El exorcismo de Georgetown'
(Vértice 360)

Más allá de que puede haber quien la confunda con una secuela, El exorcismo de Georgetown se enfrenta a las buenas sensaciones que dejó El exorcista del Papa. La inevitable comparativa condiciona las expectativas respecto al filme de Joshua John Miller cuando son películas bien distintas. Si la película de Julius Avery jugaba con la vistosidad y efectismos de los elementos del cine de posesiones y con el carismático retrato de Russell Crowe como exorcista socarrón y fiel a su estilo, la de Miller da una vuelta de tuerca a la temática y aplica rasgos de metacine para decantarse por el drama como señala lo que proyecta Crowe. Un tono compatible con que en ciertas situaciones canalice lo delirante.

El exorcismo de Georgetown despierta atractivo conceptual por el factor del cine dentro del cine y el hecho de que la posesión y lo demoníaco surjan en el marco del rodaje de una película precisamente adscrita a ese subgénero. En concreto, el mal afecta a los actores elegidos para interpretar al exorcista protagonista (el original y el sustituto).

El componente genera sugerencia, al igual que la carga que desprende esa fría habitación habilitada en el plató que remite a la de Regan en El exorcista. Este escenario, en el que por supuesto acontece el clímax, concentra dosis de metacine, presentes también en que Miller hable en realidad de su propio largometraje cuando en la historia se señala que la obra en filmación se inspira en títulos icónicos que llevan aparejada una leyenda maldita y que la producción es un drama envuelto en terror.

Que Miller escribiera Las últimas supervivientes y que entre los productores figure Kevin Williamson (Scream) son otros dos detalles que enlazan con la inclinación de El exorcismo de Georgetown hacia lo meta.

Miller exhibe maneras en el tono y el tratamiento, en su combinación de la cuestión del rodaje con el foco en lo íntimo, en cómo la culpa del sacerdote ficticio se funde con la situación emocional de dolor, inseguridad y tormento del actor que le intenta dar vida, y en las ideas que va introduciendo. Sin embargo, el director no acierta con la evolución y la dinámica del relato conforme este avanza hacia los tramos decisivos. A pesar de su evidente parte fallida, sus curiosos preceptos y su lado atípico la hacen una película rescatable y con puntos de interés.

El retrato principal tiene su dimensión por la presencia que transmite Crowe en el rol de un actor, por cierto apellidado Miller, que quiere retomar su carrera pero que está oxidado y falto de confianza. Meterse en la piel de un exorcista con sus demonios internos provoca que adquiera viveza la culpa que le consume por las adicciones (con el alcohol al frente) en las que se sumió tras la muerte de su mujer. La historia describe que empieza a sentirse extraño, errático y disperso, y cuando la situación va a más es cuando el filme entra en su particular deriva.

La simbolizan esas imágenes con el personaje en trance para desconcierto de su hija y diversos vacíos de desarrollo, entre ellos el pobre modo de dar carpetazo al factor del rodaje y dejarlo inconcluso cuando los sucesos que acontecen pedían continuarlo, la chirriante reaparición después del 'accidente' en apariencia mortal provocado por el demonio y lo relativo al episodio oscuro del que fue víctima el protagonista en su juventud. Los huecos de guion también conllevan que, por ejemplo, la contribución de Sam Worthington (su personaje participa en la película que ruedan) se limite a la del que 'pasaba por ahí'.

Miller no está muy fino en la articulación de los momentos de terror, si bien uno se queda con el enfoque dramático y 'pequeño' y con el tono, favorecido por la fotografía de Simon Duggan (detrás de la imagen de Furiosa). En todo caso, El exorcismo en Georgetown ofrece una llamativa escena de transformación corporal grotesca y creepy.

En la resolución asoman lo flojo y lo ridículo, pero al mismo tiempo interviene la sugerencia de lo delirante y de lo metacinematográfico. El epílogo, por el contrario, sí que sabe a poco.

Ryan Simpkins, David Hyde Pierce y Chloe Bailey, en 'El exorcismo de Georgetown'
Ryan Simpkins, David Hyde Pierce y Chloe Bailey, en 'El exorcismo de Georgetown'
(Vértice 360)

Crowe está acompañado por Ryan Simpkins, correcta como la hija del actor y en la práctica coprotagonista por el peso narrativo que ostenta. Entre los secundarios destaca, aparte de lo mencionado de Worthington, la aportación del gran David Hyde Pierce como un sacerdote católico y psiquiatra que ejerce de asesor en la producción. Adam Goldberg está atinado como el director cretino que presiona al oxidado intérprete.

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