CINEMANÍA nº 320

'Doctor Strange en el multiverso de la locura', protagonista del último número de la revista.
'Doctor Strange en el multiverso de la locura', protagonista del último número de la revista.
Cinemanía
'Doctor Strange en el multiverso de la locura', protagonista del último número de la revista.

1. Fantasma. Recordar es volver a pasar por el corazón, como cuenta mi amigo David que le gustaba explicar a Eduardo Galeano. Esta pasada Navidad –el Grinch existe–, unos ladrones entraron en casa de mis padres aprovechando que estaban de viaje, unos días juntos en familia. 

Se llevaron poco, a pesar de que lo escudriñaron todo y de que había muchas cosas de un valor que los cacos (por ser amable) nunca iban a entender. Por suerte. Pero el espectáculo de ver por los suelos, como en una película (¿dónde vivir lo que no has conocido si no?) lo que más quieres, es peor que el sablazo de dejarte sin lo que buscaban y no teníamos.

Mi colección de entradas de cine, siete u ocho años de adolescencia y primera juventud cinemaníaca, apareció tirada, despreciada por los suelos junto a las cartas de Elena, las postales de carteles de películas compradas por correo y las crónicas manuscritas y archivadas de los partidos de fútbol que jugué de chaval. Los ladrones buscaban dinero y joyas sin saber que aquello valía muchísimo más. Al ver las fotos de lo que arrasaron me sentí como Rooney Mara y sus notas escondidas en A Ghost Story

Rooney Mara en 'A Ghost Story'
Rooney Mara en 'A Ghost Story'
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Todo lo que había guardado era un señuelo por si volvía, para no dejar de ser nunca quien fui, y reconocí el miedo a perderme. Bendecí a mi madre por no tirarlo cuando me marché de casa. Todos aquellos recuerdos coleccionados hablaban más de mí que yo mismo.

2. VHS. Cuando comencé mi colección de entradas, ya abandonada (¿Quién puede hoy coleccionar códigos QR?), pero a buen recaudo hasta que llegaron los golfos apandadores, apenas empezaban a imprimir la sala, el título de la peli y la sesión en aquellos papelitos que aún nadie llamaba tickets. Luego fuimos aprendiendo que esa impresión sin tinta, térmica, también era efímera, y se acaba borrando, pero nos parecía perfecta para ordenarlas, para dejar constancia, para marcar un pequeño hito cotidiano, para mantener viva la experiencia. 

Junto a ellas, todavía, los boletos clásicos, en tiras de colores con sello oficial, que se quedaban en nada cuando el portero, paso previo al bar con Toblerones y al acomodador con linterna, cortaba a la mitad. Ni siquiera quedaba hueco para apuntar la película en el reverso.

Nadie podía imaginar que el cine tal y como lo conocíamos iba a necesitar todo nuestro amor para competir con las comodidades de la vida digital. Y que recordar se iba a hacer imprescindible. Tanto como conservar nuestros pedazos de vida vinculados al cine. La colección de entradas de cine representa el eco de las películas que vimos. Siguen siendo, aun en su inexorable camino hacia el borrado de todo vestigio de que allí hubo una sesión cumplida, arqueología de una pasión, como la correspondencia con el amor de mi vida o la cuenta de los goles que marqué. 

Nuestros recuerdos son la prueba ontológica de la fe en el cine. Si lo podemos explicar, a través de locos cinemaníacos que coleccionan VHS, posters, entradas, libros, blu-rays o revistas, es que existe algo mayor digno de ser fomentado: el futuro del cine.

3. Magos. Con nuestras colecciones y recuerdos, y con nuestras decisiones, somos los que mantenemos la fe en el cine. Y necesitamos todas las fuerzas del mundo, incluida la magia de los personajes de Marvel, tan denostados a veces por los prejuicios ante el cine de superhéroes. Ellos siguen llevado a millones de espectadores al cine, refrescando un maravilloso hábito que muchos de ellos seguirán cultivando, ampliándolo a otros géneros, ojalá eternamente.

Imagen de 'La rosa púrpura del Cairo', de Woody Allen
Imagen de 'La rosa púrpura del Cairo', de Woody Allen
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Desde El mago ya en 1898, con Méliès delante y detrás de la cámara en su doble papel de rey del truco, al duelo Vincent Price-Boris Karloff en El cuervo (1963) de Roger Corman, pasando por la búsqueda de Dorothy en El mago de Oz (1939), sin olvidar la cantera cinemaníaca de Hogwarts, los magos han forjado material perfecto para los sueños de cine. 

Directores tan aparentemente apegados al terreno, a lo humano, como Woody Allen incorporaron la magia a su cine: la receta china de Alice, el salto a la pantalla de La rosa púrpura de El Cairo, la hipnosis de La maldición del escorpión de Jade... Igual que Welles, que Bergman, que Capra. Ahora vuelve Strange a la gran pantalla con sus mundos alternativos, pero, para que pueda desplegar su magia, antes tenemos que estar ahí nosotros, dispuestos a trascender el legado del cine, a recordarlo y a transmitirlo. Las películas han sido siempre nuestro multiverso.

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