CINEMANÍA nº 325

Dwayne Johnson en el papel de Black Adam, la nueva portada de Cinemanía
Dwayne Johnson en el papel de Black Adam, la nueva portada de Cinemanía
Cinemanía
Dwayne Johnson en el papel de Black Adam, la nueva portada de Cinemanía

1 ¡Fuego! El día que vi Al final de la escapada en pantalla grande se encendió la película, ardió el celuloide y hubo que interrumpir la proyección. Sentimos el auténtico calor del cine, un incendio de emociones. Literal. Literal literal, y no literal figurado como solemos querer decir. Así irrumpió en mi vida Jean-Luc Godard, del que solo había visto Banda aparte en un cine club universitario de Barcelona haciendo tiempo para ir a entrenar. 

Eso era cuando John Travolta y Uma Thurman se echaron a bailar en Pulp Fiction con un batido de cinco dólares y una Coca-Cola con sirope de vainilla (puede que incluso le echasen una bola de helado, no esa cosa de Vanilla Coke que inventaron después) entre pecho y espalda, y todo remitía a una danza anterior: ver a Anna Karina bailar con Claude Brasseur y Sami Frey me hizo entender, y me estaba sacando el carné de conducir, la importancia de mirar por el retrovisor.

En la muerte de JLG, que convirtió la vanguardia en norma y por eso quiso seguir siendo vanguardista para romper esa norma una y otra vez, escuché a Garci comparar a Godard con un genio del jazz, y desde entonces le imagino buscando una nueva improvisación que le liberase nuevamente de toda atadura anterior, y empiezo a entender que sus películas, que cambiaron el cine para siempre, no pueden significar lo mismo para todos: igual que hubo gente que pidió que le devolvieran el dinero en aquella llamarada invernal del pequeño cine Olite de Pamplona, mi adorado Charly, nuestro amigo hoy cineasta Víctor Iriarte y yo nos quedamos a ver la película hasta el final (de la escapada), en parte para disfrutar de Belmondo y de Jean Seberg y su jersey, pero sobre todo para estar allí por si todo volvía a arder como le habría gustado a Godard.

2. Magma. Escribía Julio Llamazares que cuando viajaba en el coche de su padre por las carreteras de León en los años 60, el parabrisas se convertía en la pantalla de un cine móvil, y el paisaje era una película. Esa es una de las razones de sus maravillosas Escenas de cine mudo (1994), un libro que me marcó, en parte porque a pesar de la diferencia generacional, uno podía hacer suyo, veinte años arriba o abajo, lo que sentimos por el cine los que de niño no teníamos muchas más cosas. 

En aquellos relatos, modernísimos, pegados a lo que se conoce como la España vacía/vaciada (hay conflicto ideológico hasta en los adjetivos) y tan cerca de eso que tan de moda se ha puesto ahora y que llaman autoficción, la realidad se impone como recuerdo en competencia con lo que vimos en las películas. El cine y lo real se confunden como experiencia vivida. Y ese es precisamente el mismo magma que une los 70 años que acaban de cumplir el chapoteo hecho milagro y el mejor goodmorning que te puedan dar desde una pantalla (junto con el ¡Buenos días! de los peques de Ozu, por supuesto) en Cantando bajo la lluvia con las historias de Jean-Luc Godard y el cine de Claire Denis, y con el nuevo superhéroe de DC. Al sueño de ese cine que nos sigue fascinando le rogamos que no se acabe, y a la realidad le pedimos que Black Adam sea tan divertida como ¡Shazam! Al menos riman. Buena señal.

3. 6 de octubre. Curiosidad viejuna: el cine tiene patrón. Estuvo a punto de ser Francisco de Asís, el santo más representado en pantalla a pesar del Francesco de Mickey Rourke, pero el elegido fue San Juan Bosco porque fomentó las artes escénicas en las escuelas salesianas (antes que del cine, ya era patrón de los actores). Mi padre, que supo lo que era el frío interno en los salesianos de Pamplona, me contó que allí, donde también se helaba Montxo Armendáriz, descubrió el cine. 

Hasta hace poco esto era lo más cerca que había estado nuestro cine de tener un día señalado, una fiesta. Y el año pasado se instauró oficialmente el 6 de octubre. Gran noticia. Se escogió el día del fin de rodaje de Esa pareja feliz, donde coincidían Berlanga, Bardem, Fernán Gómez y Elvira Quintillá, entre otros. Cualquier otra efeméride con Chomón, Buñuel o Saura también valdría. Lo importante no son los santos sino el milagro del cine. 

Este es el segundo año que lo celebramos, pero cuanto menos administrativo suene, cuantos menos politiqueos haya, cuanto más natural sea, mucho mejor. A ver si, finalmente, podemos liberar el concepto de fiesta del cine secuestrado por la idea de un mero descuento. La torre de los siete jorobados, La tía Tula, La escopeta nacional, Volver a empezar, Tren de sombras, Alcarràs… ¡Esa pareja feliz! Que la fiesta del cine español sea para siempre ir a ver juntos una buena película.

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