[FICX 2021] Amalia Ulman, desencanto gijonés y performance en la era de la precariedad con 'El Planeta'

Gijón luce con el blanco y negro de 'Manhattan' en un relato sobre la precariedad y las apariencias cargado de estilo y humor.
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"Fake it till you make it" [Finge hasta que lo consigas], el mandato capitalista basado en las apariencias de poder y riqueza –que ha abierto no tantas empresas dispuestas a generar riqueza y puestos de trabajo como crismas de "turboemprendedores" al estamparlas contra el duro muro de la realidad–, dispone de un escaparate tentacular y asfixiante en redes sociales aspiracionales como Instagram. 

La obra artística de Amalia Ulman ha tratado la cuestión desde diversas perspectivas de género, clase, sexualidad y representación. Después de varias piezas audiovisuales y expositivas, El Planeta es el primer largometraje de esta joven nacida en Argentina y criada en Gijón. En él se funden de manera orgánica y performativa sus distintas preocupaciones dentro de una historia de ficción atravesada por aspectos autobiográficos y de la propia intrahistoria de la ciudad asturiana.

El Planeta cuenta la historia de una madre y una hija inspiradas en las conocidas como 'estafadoras de Gijón'; dos mujeres que llegaron a estafar miles de euros en los negocios locales comprando toda clase de productos con pagos a crédito. Ulman, que protagoniza la película junto a su propia madre, superpone este comportamiento fraudulento con otro tipo de engaños mucho más aceptados como modo de vida: desde las relaciones sentimentales aupadas sobre mentiras y medias verdades a la precariedad de una industria cultural donde se utiliza la visibilidad como remuneración principal, si no única.

En esa visibilidad se fundamenta el modo de vida de las dos protagonistas mientras esperan el anunciado momento en el que serán desahuciadas de un piso en el que se van quedando sin suministros. Esa inexistencia de ingresos no impide que la madre mantenga fuera de casa una apariencia de mujer adinerada y decadente, de clase pudiente venida a menos, que salta de un chanchullo a otro con compras a crédito en El Corte Inglés, favores comerciales basados en el supuesto compromiso matrimonial de su hija con un político local y pequeños hurtos en el Alimerka.

Mientras tanto, a la joven no le va mucho mejor. Recibe ofertas de trabajo vistosas dentro de la industria de la moda pero sin dinero de por medio, emplea apps para vender electrodomésticos de segunda mano y fetichismos sexuales muy concretos (hilarante cameo de Nacho Vigalondo como comprador) y va a la biblioteca pública a cargar la batería del ordenador y el móvil con el que hace sus fotos de influencer.

La ciudad de Gijón, filmada con un melancólico blanco y negro que recuerda a Manhattan (1979), es la tercera protagonista de El Planeta. Se suceden las estampas de fachadas ruinosas, negocios cerrados con la persiana bajada y carteles de "Se vende", "Se alquila" o "Se traspasa". Un escenario urbano alienante y sumido en la crisis que hace más asfixiante todavía el abandono –muy elegante y fotogénico, eso sí– con el que actúan las dos mujeres. 

Si la matriarca recuerda en ocasiones a los soliloquios de Felicidad Blanc en  El desencanto (1976), la hija está más cerca de los protagonistas de la Extraños en el paraíso (1984) de Jim Jarmusch. Será por el blanco y negro, por la narración a base de viñetas o por la angustia fascinada que genera ver un acto de funambulismo condenado al fracaso, pero El Planeta transmite una sensación de desesperanza vital con la que es difícil no identificarse.

Coordinador web 'Cinemanía'

Crítico de cine que ve demasiadas series, licenciado en Periodismo y posgraduado en Semiótica en la Universidad Complutense de Madrid; cayó en una marmita de Nouvelle Vague cuando era pequeño y lleva mucho tiempo acostándose tarde en festivales de cine.

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