Cómo se hizo 'Avatar: El sentido del agua': las claves de la apuesta más arriesgada de James Cameron

13 años después de 'Avatar', James Cameron nos invita a sumergirnos en una experiencia única... literalmente.
Fotograma de 'Avatar: El sentido del agua'
Fotograma de 'Avatar: El sentido del agua'
Cinemanía
Fotograma de 'Avatar: El sentido del agua'

En los mentideros de Hollywood se cuenta un chiste macabro: si tienes una pistola con dos balas y a tres directores y perfeccionistas insufribles como David Fincher, Michael Mann y James Cameron, ¿con quién gastarías la primera bala? El bromista responde: con James Cameron. ¿Y la segunda bala? También con James Cameron, no sea que haya sobrevivido a la primera bala… Y, sin embargo, a ese obsesivo compulsivo de carácter imposible se ha entregado la industria en su enésimo momento de crisis.

Porque sí, nos gusta pensar en la historia del cine como forma de arte, con nuestras cuquilistas y pajiepifanías, pero el cine como entretenimiento, como el mayor espectáculo del mundo y, en el último término, las salas comerciales, viven del evento, del acontecimiento. No deja de ser un niño caprichoso que necesita saber que siempre le prestan atención, que es el centro de las miradas y del ocio de los humanos.

Hace ahora 13 años, el chavalín hacía pucheritos: el primer Avatar se las tuvo que ver con los temores derivados de la piratería y la digitalización. Hoy, antes de la salida de su secuela, la amenaza de la desaparición del público es mayor. “Nos han dado un puñetazo doble: la pandemia y el streaming”, ha declarado James Cameron a la revista Total Film. Acción y reacción: si él fue capaz de salvar el cine (o un determinado tipo de cine) una vez, ¿por qué no va a hacerlo dos? Cameron no se esconde: “Tal vez consigamos recordar a las personas lo que significa ir a las salas”.

En su empeño, el director cuenta, como el chistoso, con dos balas: su experiencia profesional y su pasatiempo favorito. No todo el mundo puede contar sus secuelas por éxitos. ¿La Fórmula Cameron para lograrlo? “La clave de una secuela es sorprender de una forma que no sea desconcertante. Reconectar con lo familiar que resulta divertido y que provocó que la primera entrega fuera un éxito, pero hacerlo de una manera inesperada, o que te conduce a un sitio inesperado”. 

Lo que hizo con Aliens: El regreso (1986), con aquella Reina xenoforma y sus mil vástagos a cuál más cabroncete, y Terminator 2: El juicio final, licuando la carne y el metal del T-1000 en una reconsideración del cuerpo humano que todavía perdura. Y después está el agua, bendita en su caso, que le obsesiona desde que era un niño y crecía en su Canadá natal cerca de las cataratas del Niágara. Una monomanía que nos ha regalado Pirañas II: Los vampiros del mar, The Abyss, Titanic… Si se suman ambas obsesiones se entiende mejor el argumento de Avatar: El sentido del agua, y no solo su título.

Fotograma de 'Avatar: El sentido del agua'
Fotograma de 'Avatar: El sentido del agua'
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La secuela recupera a la pareja protagonista. Neytiri (Zoe Saldaña) y Jake (Sam Worthington), dos décadas después de lo narrado en la primera entrega. Los héroes no han perdido el tiempo: el amor ha dado sus frutos en forma de tres churumbeles, Neteyem, Lo’ak, y Tuk. Como Pandora es un reflejo idealizado del universo de Cameron, los Sully encarnan las nuevas formas de familia y adoptan a otras dos criaturas, Spider y Kiri, siendo esta última la que más va a dar que hablar.

Ríete de Scorsese convirtiendo a un septuagenario De Niro en un chavalote en El irlandés… Cameron envida a lo grande: Sigourney Weaver, a sus 73 castañas, se ha metido en el cuerpo digital de la tal Kiri, una adolescente de 14 con todos los traumas de la pubertad.

Según ha contado a Empire: “No quiero señalar a Marvel o DC, pero en la fantasía y la ciencia-ficción parece que los héroes no están arraigados en sus relaciones, en esos sentimientos que te hunden o te hacen volar, que hacen que dejes de dar vueltas o arriesgues tu vida. Pensé: ¿qué pasaría si a dos personajes tan increíbles como Jake y Neytiri les diéramos una familia? Eso los convertiría en héroes con pies de barro”.

Sigourney Weaver en 'Avatar: el sentido del agua'
Sigourney Weaver en 'Avatar: El sentido del agua'
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Cinco son los hijos de Neytiri y Jake y cinco también los hijos de Cameron, los mismos que acabaron azules de no respirar cada vez que su padre se iba a rodar. En la nueva Avatar hay algo de culpa paternal, pero también de decisión comercial. Con este elenco tan de Globomedia años 90, Cameron aspira a atraer a la taquilla a espectadores de todas las edades, porque una película que –según dicen– ha costado 400 millones no se puede permitir descartar a nadie.

“Avatar funcionó para un público de 8 a 80 años. ¿Existe todavía una audiencia similar? Si hacemos un 20 o un 30 % menos de taquilla porque el mercado ha cambiado, será un fracaso. Le dije a todo el mundo que intentar repetir el éxito iba a ser el peor negocio de la historia, pero aquí estamos de nuevo”. Arrestos, está visto, siempre le han sobrado a Cameron. Y si sale bien, el año que viene Avatar 3… y Avatar 4…

Viejos conocidos

Weaver no es la única que regresa. También lo hace el villano, el Coronel Miles Quaritch (Stephen Lang), resucitado como Na’vi, un poco como Arnold Schwarzenegger en la saga Terminator, con la misma mala leche… pero peores intenciones. Su deseo de venganza y la avaricia de la empresa RDA convierte a la familia Omaticaya en refugiados en el mundo anfibio de los Metkayina –la gente de los arrecifes–, en la que les hacen de huéspedes Tonowari (Cliff Curtis) y Ronal (Kate Winslet). Escenario perfecto tanto para la parábola pacifista, ecologista y familiar como para el virtuosismo técnico pasado por agua.

Si en la primera entrega se revolucionó la captura de movimiento con la generación de imágenes digitales nunca vistas hasta la fecha, ahora se realiza lo mismo… pero bajo H2O. Y ya tenemos al elenco tirándose a la piscina con el campeón del mundo de apnea, Kirk Krack. Han tenido que rodar a pleno pulmón, porque las burbujitas de las bombonas de oxígeno impedían capturar los movimientos correctamente. Después, nada de hinchar los carrillos o apretar los labios, que queda poco natural.

De entre todos, la que mejor se ha adaptado ha sido una Kate Winslet que, tras Titanic, debía echar de menos interpretar a remojo, pero que nunca había disfrutado de las bondades de la captura de movimiento. Hasta 7 minutos y 14 segundos estuvo bajo el agua, batiendo el récord cinematográfico de un tal Tom Cruise.

Kate Winslet en 'Avatar: el sentido del agua'
Kate Winslet en 'Avatar: El sentido del agua'
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La nueva localización, claro está, también permite a Cameron pasárselo como un niño chico con lo que más le gusta del cine, eso que en inglés se llama worldbuilding y aquí se traduce por “construcción de mundos”. Flora y fauna submarina, con especial interés en las tulkun, las parientes pandoriles (o pandereteras) de las ballenas. Cuentan en WETA, el estudio de efectos especiales al mando, que solo dos escenas no cuentan con su concurso. Algo a lo que Cameron le quita importancia: “No creo que la audiencia te premie por eso. Si se dejan llevar por la historia lo ven como algo normal”.

¿Lo haremos, teniendo en cuenta que el filme dura tres horazas y 12 minutos? Si ya se hacían bromas con Lo que el viento se llevó (y lo que mi próstata aguantó), como para no hacerlas con tanto líquido retenido en la pantalla y fuera de ella. Cameron está para pocas fiestas al respecto: “No quiero oír a nadie hablar de su duración cuando luego se sientan en el sofá y se tragan una serie durante ocho horas […] Este es el gran cambio del paradigma social que debe ocurrir (en el cine): que se acepte que uno se levanta a orinar”.

El sentido y el destino del agua, y el sentido y el destino del cine, unidos por una mente privilegiada empeñada en conseguir que las super producciones no desaparezcan.

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