[BCN Film Fest] ‘Ennio’: Cinema Morricone en 10 notas discordantes

Giuseppe Tornatore sale airoso del reto que supone tratar de resumir la obra del mayor y más prolífico compositor de bandas sonoras de todos los tiempos.
Ennio Morricone en 'Ennio: El maestro'
Ennio Morricone en 'Ennio: El maestro'
Cinemanía
Ennio Morricone en 'Ennio: El maestro'

Fallecido hace dos años, Ennio Morricone no sólo fue aquel que, mano a mano a Sergio Leone, consiguió batir a los americanos en el más sagrado de sus territorios (el western), sino el creador de una obra inabarcable, de más de 500 bandas sonoras que, como bien dice Hans Zimmer, uno de los invitados al homenaje orquestado por el director de Cinema Paradiso (que también tuvo, claro, BSO marca Morricone), son reconocibles al instante. Esto es así, Morricone puso algo de sí mismo en todas sus partituras. Y Giuseppe Tornatore hace lo que puede para mostrarlo.

Presentado en el BCN FILM Fest, y con fecha de estreno prevista para el 13 de mayo, Ennio: El Maestro toma la forma de un convencional biopic, que arranca en la más tierna infancia, y va siguiendo los pasos de la esquiva personalidad del compositor a través de sus obras más importantes. Hay bustos parlantes con frases elogiosas, memorables pedazos de película, que nunca nos cansaremos de disfrutar, y al final algunas versiones que quizás no aportan nada de nada (eso sí, no sale por suerte la de Céline Dion en los Oscar). Gracias.

Sólo la primera escena, en la que vemos al compositor retorciéndose en plena gimnasia creativa sobre la alfombra de su casa romana, escapa a lo previsible. Pero aunque se trate de un florilegio al uso, invertir algo más de dos horas en pasar revista a lo mejor de Morricone es un placer con escasos parangones en esta vida. Todo un homenaje, para ver (figuradamente) de rodillas, que resumimos en 10 notas discordantes, porque en las partituras de Morricone la melodía acaba surgiendo un poco a su pesar. De ahí su encanto.

Las influencias

Morricone siempre se sintió culpable por haber abandonado la Academia, es decir a los compositores más clásicos y ortodoxos que fueron sus maestros, para entregarse al cine, cuna de bajas pasiones, y no fue reconocido por esta hasta bien llegada La misión (Roland Joffé, 1986). Pero más allá de esa absurda dicotomía entre el canon clásico y la música de cine, siempre fue un compositor experimental cuyas primeras influencias mayores fueron, entre otras, Igor Stravinsky y John Cage. Como también se dice en Ennio, la mítica apertura de Hasta que llegó su hora (Sergio Leone, 1968), dominada por el silencio y los ruidos de la estación, hasta que empieza a sonar la mítica armónica, es pura “música concreta”.

El partido

Si la Academia italiana tardó en reconocer el talento inigualable de un genio como Ennio, no digamos la de Hollywood (ver más abajo). Quizás fue porque se le tomaba por simpatizante del PCI, aunque él lo negaba. Ya se sabe que los spaghetti western eran alegorías situadas muy a la izquierda del espectro político. Pero quizás su trabajo más para ver con el puño en alto fue el de Sacco & Vanzetti (Giuliano Montaldo, 1971), sobre los anarquistas ejecutados por sus ideas en la América de los años 20. Supuso un hit planetario para Joan Baez. La canción protesta nunca fue tan bella.

El arreglista pop

Morricone fue también el arreglista más solicitado de la canción italiana, y buena prueba de ello es la cantidad de cantantes melódicos que desfilan por Ennio. En Voces notte, de Miranda Martino, partía del Claro de luna, de Beethoven, para llevarlo a otro lugar, y entre todos esos hitazos también está el Sa telefonando de Mina.

Los spaghetti

Leone y Morricone se dieron cuenta de que habían ido a la misma clase cuando, años después, empezaron su larga amistad y colaboración. Normal que después de Por un puñado de dólares (1964) le llamaran para algo más de un puñado de westerns no menores como Una pistola para Ringo, El gran silencio, o el que sigue siendo mi favorito, por lo menos en cuanto a créditos y banda sonora, El halcón y la presa.

Los grandes autores

Paralelamente al cine de género, Morricone también trabajó para casi todos los grandes del cine italiano, y en Ennio se hace especial hincapié en las obras maestras de Bellochio (Las manos en los bolsillos, 1965), Pontecorvo (La batalla de Argel, 1966), Bertolucci (Novecento, 1976) o Zurlini (El desierto de los tártaros, 1976), entre tantos otros, aunque el documental recoge dos momentos realmente estelares: los Taviani desatados recordando la loca coreografía del clímax de Allonsanfàn (1974)…

...y el principio no menos enorme de la magistral Pajaritos y pajarracos (Pier Paolo Pasolini, 1966), con sus créditos cantados en modo trovador bufanesco.

El frío polar

No podía faltar su memorable partitura para la única película que junta a Gabin, Delon y Ventura, los tres grandes del cine negro galo, la más que clásica El clan de los sicilianos (Henri Verneuil, 1969). Si el documental hubiese sido francés, también hubieran citado a Lautner (El profesional), extrañamente ausente, o al Boisset de Espion, lève-toi.

El giallo

Cuando se agotó el filón del spaghetti western, cobró más fuerza el giallo, el estilisadísimo terror italiano, y Morricone trabajó con algunos de sus mayores exponentes. Normal que Tornatore se decante por una de sus memorables colaboraciones con Dario Argento, con aquella inquietante escena de El pájaro de las plumas de cristal (1970).

Hollywood

Tornatore también nos recuerda la intensa correspondencia que, a raíz de Días de cielo, el romano mantuvo con el invisible Terrence Malick, que obviamente no aparece de cuerpo presente en el documental, y tampoco faltan las inevitables referencias a Brian De Palma (Los intocables de Eliot Ness) o Tarantino, que como es sabido le facilitó, por fin, un primer Oscar (sin contar el honorífico) por su penúltimo trabajo, Los odiosos ocho, en 2015.

Marina

Con todo, la cita que más ilusión nos ha hecho es la aparición de Marina Cicogna, eterna pareja de Florinda Bolkan, y productora de títulos míticos como Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha (Elio Petri, 1970) o Supongamos que una noche, cenando… (Giuseppe Patroni Griffi, 1969), que ocupan el lugar que les corresponde en el documental.

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