Conchita Montenegro, la primera actriz española en conquistar Hollywood

La donostiarra, que rodó 18 películas en la meca del cine, se retiró de forma voluntaria a los 33 años y optó por enterrar su pasado para disfrutar de su futuro.
Conchita Montenegro
Conchita Montenegro
Cinemanía
Conchita Montenegro

Antes de que Sara Montiel diera el salto a Hollywood allá por 1954, otra española había conseguido ya conquistar la meca del cine. Por desgracia, la figura de Conchita Montenegro está mucho menos reivindicada en España que la de la manchega. 

La primera española que triunfó en Hollywood nació en San Sebastián en septiembre de 1911 (otra versión sostiene que en realidad fue en 1912), y ya desde muy joven quiso dedicarse al mundo del espectáculo. De hecho, tras ponerse a estudiar danza e interpretación, triunfó durante un tiempo junto a su hermana Juanita en el mundo del baile. 

Después, María de la Concepción Andrés Picado, nombre de pila de aquella pionera actriz, fue contratada para bailar en el popular Folies Bergère, donde acabó metiéndose al público en el bolsillo con su talento.

Aquello ayudó a Montenegro a conseguir un papel en la película francesa La mujer y el pelele (1928), de Jacques de Baroncelli, donde la actriz aparecía bailando desnuda sobre un tablao (reflejada en una botella de jerez) y se burlaba de un hombre débil que se enamora perdidamente de ella. 

Montenegro rumbo a Hollywood

Este seductor personaje de Montenegro fue un escándalo en aquella época, pero también llamó la atención de unos productores de Hollywood que andaban en busca de talentos (actores, actrices y guionistas) para hacer dobles versiones de los éxitos del momento.

“Como no existía el doblaje todavía (se inventó en 1935), rodaban varias versiones de la misma película con equipos diferentes pero manteniendo los mismos decorados. De esa forma, se rodaba una película, primero en inglés, luego en francés, español, italiano, polaco, etc. Esta forma de hacer cine exigía gran concentración de talento”, comenta a CINEMANÍA el escritor Javier Moro, autor de la novela Mi pecado, basada en la figura de la actriz donostiarra.

Conchita Montenegro
Conchita Montenegro
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Aquel fue el Hollywood de principios de los años treinta con el que se topó Montenegro con apenas 19 años. Al poco tiempo de establecerse en Estados Unidos, la actriz vivió un episodio memorable. Durante una prueba cinematográfica, le hicieron aprenderse unas frases en inglés mientras esperaba a que llegase al estudio el actor que le iba a dar una réplica. 

Un rato después apareció por allí Clark Gable, que al verla tan nerviosa e intimidada por la situación trató de aprovecharse de ella y, en lugar de darle un beso de cine intentó propasarse con ella dándole un beso con lengua. Siempre se ha dicho que, de forma instintiva, la española le dio un empujón y le pegó una bofetada, para después ponerse a llorar, pensando que su carrera se había terminado después de aquello.

A partir de aquel episodio, hasta Charles Chaplin se interesó por conocer a ‘la chica que había abofeteado a Gable’. De hecho, un día quiso gastarle una broma a la actriz y se presentó en su casa haciéndose pasar por su profesor de inglés. La cosa es que Montenegro aprendió aquella lengua germánica occidental muy rápidamente y encajó además bien en la estética del cine negro que habían puesto de moda estrellas como Greta Garbo o Marlene Dietrich.

La sufrida amante de Leslie Howard

La donostiarra llevaba poco tiempo en Hollywood cuando coincidió con Leslie Howard en el set de rodaje de un drama de la Metro-Goldwyn-Mayer titulado Prohibido (1931). Enseguida saltó la chispa entre ellos, a pesar de la enorme diferencia de edad que les separaba (ella era mucho más joven que él), y de que el actor era un hombre casado y con hijos que nunca se plantearía dejar a su mujer por otra. Aun así, Montenegro mantuvo con aquel galán de cine una relación seria y que se prolongó en el tiempo.

Javier Moro apunta que, para la española, Howard fue una persona fundamental tanto en su vida como en su carrera. “De pronto, se la vinculaba con uno de los actores de más prestigio y éxito”.

De hecho, el actor británico —conocido por su papel de amante despechado en la oscarizada Lo que el viento se llevó (1939)— era entonces uno de los rostros más conocidos por el público. “Conchita era una adelantada a su época, como mujer. En cuanto a Leslie, tuvo muchas amantes, y durante mucho tiempo. Como caballero inglés que era, mantenía con todas una relación amistosa”.

Cansada de esperar, Montenegro terminaría casándose con un actor brasileño para tratar de olvidar así a Howard. Tras pasar un par de años viviendo en Brasil, regresó a España, donde encontró su hueco en la farándula como estrella rival de Imperio Argentina. 

Los prejuicios étnicos de la época y los estereotipos habían empezado a limitar el repertorio de Montenegro, pero su dominio del francés le abriría las puertas del mercado europeo, donde desde mediados de los años treinta pudo rodar películas como Noches de París (1936), Lumières de Paris (1938) o Conjura en Florencia (1941), de Ladislao Vajda —una cinta que, por cierto, fue prohibida por Benito Mussolini—.

Leslie Howard y Conchita Montenegro
Leslie Howard y Conchita Montenegro
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La conexión Franco

En 1942, el cineasta Carlos Arévalo fichó a Montenegro para protagonizar Rojo y negro, donde la actriz tuvo que encarnar a una joven falangista empoderada. Curiosamente, este filme, de marcada filiación política, resultó demasiado incómodo para el régimen franquista y, tres semanas después de estrenarse, fue retirado de la cartelera por parte de su productora, CEPICSA, para caer luego en el olvido.

Howard, por su parte, tenía raíces judías y asumió como ciudadano una posición comprometida con la causa aliada. También era colega del primer ministro británico Winston Churchill —al que había conocido tiempo atrás, escribiendo el guion de una película sobre Lawrence de Arabia— y, entre rodaje y rodaje, ejercía además como espía al servicio de la corona inglesa. 

“Howard vino a Madrid por encargo de Churchill para entrevistarse con Franco. Fue una operación desarrollada por los servicios de inteligencia aliados para acercarse al dictador español. En 1943, el embajador británico en Madrid era ignorado por el régimen, y ni Franco ni los ministros le recibían”, señala Moro.

No es un secreto que Franco fue siempre bastante aficionado al séptimo arte. Los servicios de inteligencia sabían que el dictador español respetaba y admiraba a las grandes estrellas de cine de la época, y que incluso lloró el día que Lo que el viento se llevó se proyectó en su palacio de El Pardo. 

“Pensaron que Leslie Howard sería un buen interlocutor”, explica igualmente el escritor madrileño. “Los ingleses querían que España abandonase el estatus de no injerencia en la guerra y que se adhiriese al de neutralidad. Conchita Montenegro facilitó ese encuentro porque estaba prometida con el embajador Ricardo Jimenez-Arnau, cuya familia era muy próxima al dictador”.

No está clara la influencia real de la misteriosa entrevista que mantuvieron Howard y el dictador. Lo que sí se sabe con certeza es que, dos meses después del encuentro, Franco declaró la neutralidad de España en la guerra. Howard se convirtió entonces en un símbolo del poder de los aliados y aquello llevó a que, el 1 de junio de 1943, falleciera cuando el avión civil en el que viajaba desde Lisboa a Londres fue abatido por media docena de bombarderos alemanes frente a las costas de La Coruña.

Un radical cambio de vida

La muerte del galán británico supuso un varapalo tremendo para Montenegro, que llegó a asegurar sentirse culpable de lo ocurrido. La donostiarra protagonizó a lo largo de su carrera 37 películas (18 de ellas en la meca del cine), y estaba considerada un modelo de mujer independiente y libre. Sin embargo, aceptó plegarse a las exigencias de la moral nacional y optó por retirarse voluntariamente del cine tras casarse con el falangista Jimenez-Arnau y estrenar la cinta Lola Montes (1944). 

Póster de 'Lola Montes'
Póster de 'Lola Montes'
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“Cuando Conchita se retiró en 1944, su lugar no será ocupado por nadie, sus papeles ya no existen en el mundo del cine, ninguna estrella poseía esos destellos de magia y elegancia que la hacían única entre nuestras actrices. Su manera de andar, de mirar, de actuar era... como se dice en el cine: ‘la cámara la quería’”, apuntaría luego el escritor José Rey-Ximena en El vuelo de Ibis, una curiosa novela sobre la faceta secreta de Leslie Howard.

Después de abandonar el cine, Montenegro se dedicó en cuerpo y alma a ejercer como embajadora de asuntos exteriores de la España franquista. No lo hizo nada mal. De hecho, consiguió transmitir una imagen de su país mucho más abierta y cosmopolita de lo que en realidad era. 

“Para entender su ‘apagón’, hay que ponerse en el contexto de la España de la posguerra, donde ser actriz era equiparable a ser puta o, por lo menos, a una mujer ligera. Ella no podía permitirse que la juzgasen por su pasado”, apostilla Moro sobre una mujer que se propuso romper con el pasado para poder disfrutar de su futuro. 

Quienes la conocieron aseguran que Montenegro —que enviudó en 1972— señalaba a menudo que su etapa en Hollywood no había sido más que un “pecado de juventud” que prefería borrar de su mente. Y esto la llevó a renunciar a la fama, a negarse a conceder entrevistas y a que, a principios de los noventa, rechazase educadamente el ofrecimiento del festival de cine de San Sebastián de rendir homenaje a su trayectoria.

A finales de abril de 2007, Montenegro falleció por causas naturales y donó su cuerpo a la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid para evitar ser sepultada. Unos meses antes de morir, eso sí, aceptó hablar con el escritor José Rey-Ximena, que se presentó un día en su residencia de ancianos con la excusa de conocer personalmente a su ídolo. 

Durante los encuentros que mantuvieron, Montenegro llegó a confesarle que, si ella no hubiera entrado en la vida de Howard, el actor habría seguido vivo. "Conchita estaba muy sola y abandonada, por lo que decidieron meterla en una residencia por la zona de Mirasierra”, señala a nuestra revista Rey-Ximena. 

“Tenía buena memoria y mucho carácter. El portero de su edificio, Emilio, me contó que, un día, Conchita bajó con él a la caldera y quemó allí todas las cartas, archivos y fotos que guardaba, porque no quería tener ningún recuerdo de esa etapa". Un simbólico y contundente gesto con el que esta pionera figura enterró de forma definitiva su pasado de estrella.

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