En 1987, Alan Parker venía de una carrera casi sin sobresaltos, tanto artísticos como comerciales. Se iniciaría con el éxito de El expreso de medianoche en 1978 y continuaría a lo largo de la década de los 80 con trabajos como Fama, su colaboración con Pink Floyd en el largometraje de The Wall, o Birdy, que, aunque no obtuviera buenos resultados en la taquilla, conseguiría el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 1985.
Ángel caído, la novela de William Hjortsberg que acabaría convirtiéndose en El corazón del ángel cinematográfico, fue propuesta a Parker poco después de que se publicara en 1978. Pero como muchos otros proyectos, se quedaría en el baúl de los recuerdos.
Solo tras el abandono de Robert Redford -que estuvo trabajando en el proyecto varios años- volvería a caer en manos de un Parker que no solo la dirigiría, sino que se encargaría también de escribirla. Labor que no realizaba desde el año 1976 con Bugsy Malone, película de gangsters protagonizada por Jodie Foster tras Taxi Driver.
Aunque la novela transcurría casi en su integridad en Nueva York, Parker decidió localizar el relato en Nueva Orleans, a excepción de un primer acto que transcurriría en Nueva York como lugar de origen de su protagonista, el detective privado Harry Angel. Nueva Orleans fue también el lugar decidido por Parker para escribir un guion que acabaría totalmente imbuido por la atmósfera del entorno.
Tanto es así que, por ejemplo, los omnipresentes ventiladores de pared que inundan los fotogramas de la cinta surgirían de su presencia en los bares de Nueva Orleans que frecuentaba Parker. Acabarían convirtiéndose en una metáfora visual que, en palabras del cineasta, “…las imaginaba como cimitarras que en cualquier momento se podrían desplomar y decapitar a cualquiera que se encontrara debajo de ellas”.
De Nicholson y Brando a Rourke y De Niro
El proceso de casting también fue arduo y complicado. Para el protagonista Harry Angel y su antagonista, Louis Cypher, Parker pensó en primer lugar en Jack Nicholson como el detective privado (la sombra de su personaje en el Chinatown de Roman Polanski todavía era alargada) y Marlon Brando como el mefistofélico cliente de Angel que acabaría robándole el alma.
Tras la negativa de ambos, Parker consideraría a Robert De Niro en el papel protagonista, pero este estaba más interesado en su némesis. Debido a esto, el papel protagonista acabaría recayendo en una joven promesa llamada Mickey Rourke (que estaba en boca de todos tras el éxito junto a Kim Basinger en la cinta softcore dirigida por Adrian Lyne, 9 semanas y media) y De Niro interpretaría a Cypher, aunque tardara cinco meses en darle una respuesta definitiva al propio Alan Parker.
Luces y sombras del Actor’s Studio
El rodaje de las diferentes secuencias entre Rourke y De Niro no están exentas de anécdotas. En primer lugar, porque las maneras de trabajar de ambos actores eran muy diferentes. La capacidad de improvisación de Rourke chocaba con la metodología de un De Niro que llevaría al paroxismo los métodos del Actor’s Studio.
En primer lugar, su obsesión con el aspecto físico de su mefistofélico personaje, obsesionado por la longitud progresiva de sus uñas -que provocaría más de un encontronazo en el set de rodaje con Parker- o la elección del bastón del que se sirve su personaje, que obligaría a Parker a enviar a una persona del equipo de producción a una tienda de París, para fotografiar seis bastones seleccionados por el propio De Niro, de los que uno de ellos acabaría siendo el elegido.
Pero aunque Parker recuerde y defina las secuencias de rodaje entre ambos intérpretes como un “combate de boxeo”, el resultado final fue del agrado, tanto del director como de sus actores. En especial, la secuencia del huevo en el restaurante, donde Parker alaba la interpretación de De Niro resquebrajando sutilmente la cáscara de un huevo, metáfora del alma del protagonista de la cinta. Casi como si estuviera lenta pero progresivamente destruyendo cada hueso del cuerpo del personaje de Angel, en palabras de Alan Parker.
Sin olvidar la memorable secuencia con la que se cierra el filme y donde De Niro quiso que su personaje se soltara la melena -tanto física como interpretativamente- e hiciera uso de unas lentillas de color amarillo demoníaco.
Propuesta que en primer lugar le costó aceptar a Parker -no quería llevar al extremo el componente fantástico- pero que finalmente este último acabara considerando la mejor escena que había rodado en toda su carrera. En especial, por el trabajo de Mickey Rourke, llevado al límite en una secuencia que fue ensayada hasta la extenuación y que el propio De Niro alabó tras terminar de ser rodada.
En dicha secuencia, el equilibrio entre noir y fantástico se acaba decantando progresivamente hacia el segundo extremo. Un frágil equilibrio con el que Parker supo lidiar, anclando la obra todo lo posible en un componente real que hacía aún más terroríficos sus escarceos con el horror. Una fusión de géneros, no tan común en el cine de la época y que hizo que Parker tomara decisiones tan salomónicas como eliminar todas aquellas secuencias situadas en el infierno, repletas de imaginería sexual y que, de nuevo en palabras de Parker, parecían una versión pobre de la obra de Ken Russell.
Lisa Bonet y la polémica escena de sexo
Pero el componente sexual si que aparecería en el montaje final de la cinta. En concreto en la secuencia quizá más recordada y más polémica de la misma: la escena sexual entre Mickey Rourke y Lisa Bonet.
Ya la contratación de la joven actriz estuvo rodeada de polémica, motivado sobre todo porque era una de las protagonistas de la sitcom de más éxito de finales de los 80: La hora de Bill Cosby. Bonet interpretaba a la hija mayor del personaje de Cosby y este expulsó de manera inmediata a la actriz del show que controlaba con mano de hierro. Parker reconocería que nunca había visto el show de Cosby y que eligió a Bonet por su talento y magnetismo.
El rodaje de la secuencia sexual que provocó el despido de Bonet de la comedia de situación es tan interesante como el resultado final de la misma. Al añadido de las complicaciones que tiene siempre el rodaje de una escena de sexo -con sus limitaciones de equipo para salvaguardar la intimidad- había una sorpresa que solo conocía Parker y el especialista en efectos especiales: el techo de la habitación estaba preparado y trucado con bolsas que contenían sangre.
Tras finalizar el rodaje de la escena, Parker le pidió al equipo técnico (que incluía únicamente al director de fotografía, el operador de cámara y su ayudante) y a sus actores protagonistas, que quería rodar un par de tomas más. En ese momento, Parker hizo un gesto al especialista de efectos especiales y comenzó a caer una cada vez más abundante lluvia de sangre que inundaría tanto a los actores (que según Parker ni siquiera se dieron cuenta) y al equipo técnico.
Tanto es así, que el operador de cámara comenzaría desesperadamente a cubrir con plásticos el objetivo de su cámara. Algo que Parker posteriormente reconocería que le enseñó una lección: oculta información a los actores de tu película, pero nunca a tu equipo técnico.
Recibimiento y repercusión
La llegada a las salas de la cinta fue tan compleja y polémica como su proceso de producción. En primer lugar, no solo por el escándalo surgido a raíz de la participación de Bonet, que llenó páginas y páginas de los medios sensacionalistas, sino por la calificación X que recibiría del MPAA, motivado sobre todo por la secuencia sexual entre Rourke y Bonet. Para evitar dicha calificación -y el daño que provocaría en la taquilla de la cinta- Parker tuvo que recortar a su pesar una gran cantidad del metraje de dicha secuencia. Una secuencia que se podría ver íntegramente en su posterior edición en vídeo doméstico.
Pero la película no recibió el espaldarazo comercial esperado. En Estados Unidos, la taquilla total fue de 17 millones de dólares. Un resultado algo exiguo, teniendo en cuenta que ese fue el coste total de la cinta.
Además, el estilo de Parker, cercano a los efectismos y a los modos de una tendencia de los 80 surgida de una generación particular de cineasta británicos como los hermanos Tony (El ansia) y Ridley Scott (Blade Runner) o el propio Adrian Lyne hizo que la crítica de la época no miraran más allá de su envoltorio aparentemente efectista y sensacionalista, aparentemente interesado en las atmósferas y vaciado de contenido.
Algo muy alejado de la realidad. A excepción de algunos modos y formas redundantes en el cine de Alan Parker y de la época (en concreto algunas de las secuencias de violencia explícita, hiperestilizadas y subrayadas por unas decisiones de montaje cuestionables), la película tiene muchos elementos innovadores y audaces. En primer lugar, ese perfecto cruce entre cine noir y terror, que la convierte en pionera de esa etiqueta contemporánea que se ha venido a denominar como elevated horror.
En segundo lugar, es difícil no ver por ejemplo en Seven de David Fincher, estrenada casi una década más tarde, la influencia de la cinta de Parker. Desde sus atmósferas claustrofóbicas y asfixiantes, a ese uso inteligente del plot twist en sus minutos finales que reconfigura el relato o el nihilismo implícito en el destino del detective interpretado por Brad Pitt, espejo perpendicular de la tragedia de Harry Angel.
El corazón del ángel redefiniría las fronteras entre el thriller, el noir y el horror, entregando una obra algo olvidada en la actualidad, necesaria de una reivindicación urgente y que engloba a la perfección en su interior la frase promocional del paperback de la novela original que atraería a Alan Parker lo suficiente para a dirigir su adaptación: “Raymond Chandler se encuentra con El exorcista”.
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