FICX 2023 | 'No esperes demasiado del fin del mundo', las risas más crudas a propósito de la era de la precariedad

El agitador rumano Radu Jude presenta otra obra áspera, iconoclasta y descacharrante que peca, quizá, de querer decir demasiado
'No esperes demasiado del fin del mundo'
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Cinemanía
'No esperes demasiado del fin del mundo'

Tras Un polvo desafortunado o porno loco —Gerard Casau dijo en la presentación del filme que el cineasta rumano pone los mejores títulos del cine europeo reciente—, Radu Jude continua por la senda de aquella película con un artefacto furioso y catártico que, para que nos entendamos, emplea dos horas y cuarenta minutos para diagnosticarle al mundo en que vivimos un cáncer terminal.

Lo hace a través del personaje de Angela (Ilinca Manolache), una asistente de producción explotada que pasa día y noche conduciendo por los arrabales de Bucarest llevando a cabo recados ingratos: la película sucede mientras visita a diversas personas que han quedado paralíticas a raíz de accidentes de trabajo para un vídeo sobre prevención de riesgos laborales.

'No esperes demasiado del fin del mundo': crítica

Valoración:

Todavía no tengo muy claro cuánto me gustó No esperes demasiado del fin del mundo. Puedo decir que, al salir del pase en el Teatro Jovellanos, me topé con un par de personas entusiasmadas, incluso revitalizadas por la inyección de afilada mala uva de Radu Jude. Es posible que fuera, incluso, algo así como la clase de andanada contra el capitalismo y sus estragos que necesitábamos ver en una jornada como la de ayer, atravesada por las nubes negras que llegaban de Argentina. Pero a veces las películas, ay, se nos atragantan por razones que ni siquiera podemos precisar.

La propuesta de Jude es atrevida: un rótulo, al principio, nos indica que lo que vamos a ver es un diálogo con otro filme rumano, Angela merge mai departe, de 1981. Filmada con el dictador Ceausescu todavía en el poder, trata sobre el día a día y los fracasos amorosos de una taxista que se esfuerza por mantener su dignidad en una sociedad machista y atrasada. La paleta de colores suaves le confiere a esa narración un deje idealizado, esperanzador, mostrando una ciudad que confía en que las cosas todavía pueden cambiar; esto contrasta con las imágenes granulosas y destartaladas filmadas por Jude en blanco y negro, diciéndonos que el mundo no ha hecho más que empeorar.

'No esperes demasiado del fin del mundo'
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El necrocapitalismo va ganando la partida. O, como reza una inscripción bajo un reloj sin agujas que aparece en la vivienda de uno de los testimonios a los que entrevista Angela, es más tarde de lo que crees para enderezar el rumbo. La propia protagonista cuenta anécdotas que ha leído por ahí, sobre la Segunda Guerra Mundial, sobre Robert Louis Stevenson o Goethe; la cultura ya no sirve de nada, ya no es nada, tan solo información almacenada en internet. Además, la estirada mujer de negocios que les ha encargado ese vídeo sobre riesgos laborales se apellida igual que el autor de Las afinidades electivas.

Para desahogarse y obtener unos likes, que siempre alimentan el ego, Angela tiene un alter ego, Bobita, al que convoca mediante un filtro de Instagram para soltar barbaridades y degradar verbalmente a las mujeres. De hecho, podéis prolongar la experiencia del filme curioseando la cuenta de IG de Ilinca Manolache, en la que hay varios vídeos de Bobita. Jude arremete contra todo y es en esa voluntad de erigirse en radiografía integral del siglo XXI y no dejar ni un solo tópico por abordar donde la película se me hace paradójicamente pequeña.

No sé si un arrebato punk puede ser a la vez un fresco monumental, ni si No esperes demasiado del fin del mundo se adhiere del todo a ninguna de esas dos calificaciones. Es, por otra parte, una película menos disruptiva que Un polvo desafortunado o porno loco: aquí, una vez asentada la premisa, podemos aproximarnos bastante a lo que va a suceder. Excepción hecha de un par de digresiones puntuales —una de ellas es un cameo estelar de Uwe Boll, ‘el peor director de cine de la historia’— el resto es un tanto lineal.

A Aki Kaurismäki, que presenta en el FICX Fallen Leaves, un hermoso manifiesto obrero, le basta emplear un sencillo aparato de radio, que transmite noticias del frente ucranio, para establecer un vínculo con lo que ocurre ahí afuera. “¡Guerra de mierda!”, masculla la protagonista: una interjección, en un único plano. Pero entendemos a la perfección su hastío. Supongo, en todo caso, que lo que ocurre es que con el tiempo he desarrollado cierta urticaria a los filmes que hablan alto. Voy a seguir pensándolo: es estimulante, cuanto menos, que una película te haga plantearte qué es lo que buscas cuando vas al cine.

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