La Semana de la Crítica ha superado contundentemente con su propuesta inaugural tanto a la de la competición oficial de Cannes (la nefasta Le deuxième acte, de Quentin Dupieux) como a la Quincena de Cineastas (arrancada con Ma vie, ma gueule, despedida póstuma de Sophie Fillières). El pistoletazo de salida de esta competición paralela lo dio una de las mejores películas vistas por ahora en la Croisette: el thriller Les fantômes, también conocida por su título internacional Ghost Trail.
Una coproducción franco-belga-germana dirigida por Jonathan Millet que ambienta un tenso relato de espionaje con la crisis de refugiados de guerra sirios como marco y una absorbente interpretación de su protagonista Adam Bessa, visto en las películas de acción de la saga Tyler Rake. Interpreta a un profesor que durante la guerra civil siria fue detenido en la terrible prisión-matadero de Saydnaya y tras ser liberado huyó a Europa. Unos años después busca en Estrasburgo a un compatriota.
Crítica de 'Ghost Trail'
El cine de género con hechos reales de fondo siempre es peliagudo, sobre todo si se trata de cuestiones cercanas y candentes como la crisis humanitaria de los millones de refugiados de guerra sirios que llegaron a Europa con el estallido de la guerra civil en su país a principios de la década pasada. Al riesgo de la explotación morbosa de acontecimientos graves y el sufrimiento humano que acarrearon se una otra cara de la moneda, la tendencia hacia la sensiblería almibarada y los sentimientos de brocha gorda.
Ni rastro de esas patologías es detectable en Ghost Trail, donde el francés Jonathan Millet, un tipo curtido en películas y cortos documentales en torno a la frontera de Ceuta, la Antártida o la desaparición del idioma taushiro en la Amazonia peruana, da una lección maestra de contención formal y dramática al contar lo que esencialmente es un thriller de espionaje sin efectismo de ningún tipo.
Hamid, interpretado con despojamiento de alta graduación bressoniana por un Adam Bessa de mirada entornada y dicción susurrante, perdió a su familia en la guerra. Tras salir de Saydnaya, él huyó a Europa pero su madre vive en un campo de refugiados en Líbano. Lleva con dignidad una existencia anónima en Estrasburgo mientras hace pesquisas para localizar a criminales de guerra huidos, en colaboración con un grupo de justicieros que quedan en un videojuego online para organizarse.
Cuando cree haber localizado a uno de los antiguos guardias de Saydnaya, muy aficionado a la tortura en su vida pasada, la necesidad de identificar al fantasma y asegurarse de su identidad hará que cada vez se obsesione y se le acerque más peligrosamente, lo que a los espectadores nos permitirá disfrutar de la interpretación de Tawfeek Barhom (La primera profecía), tan magnética como inquietante.
Una conversación entre ambos personajes trae ecos de la mesa compartida en contraplano por Al Pacino y Robert De Niro en Heat. Ese es el nivel de excelencia en sus propósitos que alcanza una producción modesta como Ghost Trail, infalible a la hora de aplicar el rigor de la puesta en escena allá donde debe para construir un thriller de tensión palpable pero libre de aspavientos. Trasciende la etiqueta de la 'cocción lenta' para conseguir algo mucho más difícil: tratar de manera justa una realidad.
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