A todo gas con Justin Lin, el director que puso el motor de 'Fast & Furious' en movimiento

La saga automovilística se pone sideral en su novena entrega con la vuelta del ‘pater familias’. ¿Vin Diesel? No, Justin Lin.
Vin Diesel con el director Justin Lin
Vin Diesel con el director Justin Lin
Cinemanía
Vin Diesel con el director Justin Lin

Nunca han necesitado carreteras para ponerse al volante, pero en Fast & Furious 9 ni pisan el suelo. Han pasado 20 años del estreno de The Fast and the Furious (A todo gas) –aquella revisión de la trama criminal de Le llaman Bodhi que protagonizaron Vin Diesel, Paul Walker, Michelle Rodriguez y Jordana Brewster sin imaginar ni por un segundo lo que acabaría significando para ellos durante las siguientes décadas–, y la escasa validez que tienen las leyes de la física en el mundo de esta saga es asumida por todos sus seguidores. 

El interés de Fast & Furious no radica en la verosimilitud de ninguna cabriola automovilística, sino en el corazón de sus personajes. Y aunque expresarlo así sea una cursilada importante –muy del gusto de Vin Diesel, en cualquier caso–, realmente no hay nada más cierto. Si desde fuera estas películas parecen aparatosos espectáculos pirotécnicos de gasolina, sudor y testosterona descontrolada, nadie niega que lo sean; pero su motor lo mueve lo que hemos venido a conocer como, en palabras de Dominic Toretto, “la familia”. 

Las relaciones entre sus personajes, una red de colaboración, amistad, cuidados, rivalidad y confrontaciones de corral que se ha ido tejiendo entrega tras entrega hasta formar un tapiz tan firme y reconocible como el del Universo Marvel, por poner otro ejemplo de ciclo de películas serializadas con protagonistas superpoderosos llevando a cabo proezas inimaginables.

Fast & Furious 9, la penúltima entrega de la decalogía que constituye el tronco central de la saga –está por ver qué sucederá con la rama que inició el spin-off de Hobbs & Shaw (2019)–, tiene más que nunca un espíritu de reencuentro familiar. Llega un año más tarde de lo previsto y después de la peor época de nuestras vidas para retomar la trama principal tras el hiato de Hobbs & Shaw y, además, recupera a dos figuras que fueron tan esenciales en la consagración de la franquicia como la energía cohesionadora de Vin Diesel, el brillo en la mirada de Paul Walker o la hiperhidrosis de Dwayne Johnson. 

Por un lado, regresa Han, el personaje de Sung Kang que se hizo querer después de muerto (presuntamente) y ha dado cuerpo al mayor nudo gordiano en la cronología de la saga hasta ahora. Además, detrás de las cámaras, vuelve a ocupar el puesto de dirección Justin Lin, responsable de cuatro películas fundamentales que forjaron el mito de la familia F & F y asentaron el tono de entretenimiento macarra elaborado con cariño que la convirtió en un juggernaut de la cultura multisalas. Algo que cuando él llegó a la franquicia nadie habría podido siquiera vislumbrar.

Justin Lin al volante

Lin entró en la familia rápida y furiosa por la puerta lateral. Después de una primera película exitosa –The Fast and the Furious (A todo gas) (2001)– y una secuela –2 Fast 2 Furious: A todo gas 2 (2003)– que recaudó casi 50 millones de dólares más fuera pero pinchó en casa y nunca estuvo a la altura de su genial título original, el motor corría el riesgo de griparse. El productor Neal H. Moritz buscaba una manera de darle un giro a la saga y estaba abierto a ideas frescas.

Ahí encontró su oportunidad el guionista Chris Morgan, fan de la primera entrega deseoso de recuperar la química entre Dom Toretto (Diesel) y Brian O’Conner (Walker) que la primera secuela había perdido. ¿Su idea? Llevarlos a Tokio. Solo que el estudio tenía otros planes. “No es posible, queremos que sea una película de instituto”, le dijeron.

Con los cambios necesarios, Morgan convirtió su libreto en el de A todo gas: Tokyo Race (2006), prácticamente un spin-off protagonizado por un nuevo dúo inquebrantable: Lucas Black como Sean y, oh sí, Sung Kang como Han. Este último llegó de la mano de Lin. Moritz había visto en Sundance su segundo largo, Better Luck Tomorrow (2002), una enérgica película indie de instituto con mucha cara y un crimen de por medio. Justo lo que buscaba. 

Además, su director y coguionista, Justin Lin, se había arruinado un par de veces sacando adelante la producción; pedía dinero a los clientes ricachones de la barbacoa coreana donde trabajaba, le sacó diez mil dólares a MC Hammer... Estaba claro que era un tipo que le ponía pasión y se sabía mover. Y con él vino Sung Kang, que en Better Luck Tomorrow interpretaba a un guaperas de pocas palabras y mucha presencia llamado Han. Esa precuela no te la esperabas.

¡Trata de arrancarlo!

Gracias al arrojo de Lin detrás de la cámara, Tokyo Race obtuvo una agilidad y un dinamismo visual tan magnéticos como los derrapes (drifts) que practican en Tokio y el título español-pero-en-inglés de la película inexplicablemente cambió del original. Gesto de cineasta de guerrilla en una superproducción: no consiguieron permiso para filmar ese alucinante derrape en pleno cruce de Shibuya, así que lo rodaron a las bravas. Cuando vino la policía, arrestaron a un hombre contratado de chivo expiatorio que se identificó como el director y se comió una noche de calabozo.

Los pases previos no fueron muy bien, pero Lin y Morgan tenían un as en la manga. Vin Diesel, que estaba muy encaprichado con el mundo de western ci-fi de Las crónicas de Riddick, acordó con Universal Pictures que haría un cameo en la película a cambio de los derechos de Riddick. Su aparición en el epílogo era un bonito lazo de unión con la película original que no tendría por qué significar nada... pero lo cambió todo. 

Tokyo Race ya no era un spin-off desvinculado, sino un episodio fundamental de la saga al que tendrían que remitir los posteriores cuando, tres años después, en Fast & Furious: Aún más rápido (2009), Lin y Morgan trajeron de vuelta a toda la familia Toretto e incluyeron a Han en el núcleo duro. ¿Que había muerto en Tokio? No pasa nada. Esta película pasaría a ser una precuela cuya línea temporal no quedaría resuelta hasta tres entregas después en la futura Fast & Furious 7 (2015), el filme de nexo cronológico dirigido por James Wan que también fue el último antes del deceso de Paul Walker. 

Entre medias, Lin amplificó la saga hasta disponer del doble de presupuesto que recibió al llegar; mientras, quintuplicaba su taquilla mundial. De la ruina a la liga de los superblockbusters.

Tira millas

Fast & Furious 5 (2011), consolidada como una de las mejores películas de acción de la década pasada, supuso un punto de inflexión en la apreciación del potencial de la saga. Lo que empezó como un tronado cantar de gesta del tuneo, que ponía en su centro las carreras ilegales de coches para dirimir coágulos de masculinidad tóxica, se había transformado en una factoría de aventuras internacionales donde cada nueva incorporación expande el universo; o le hace un Big Bang, si eres The Rock.

Universal se emocionó tanto que Lin tuvo que quedarse en la postproducción de Fast & Furious 6 (2013) mientras Wan ya trabajaba en la séptima. Su regreso en Fast & Furious 9 implica, nada casualmente, también el de Sung Kang, Lucas Black y Jason Tobin –otro miembro de la troupe de Better Luck Tomorrow que salió en Tokyo Race–. 

En esta saga el pasado siempre vuelve, y, en el caso de Dom y Mia (Jordana Brewster), eso incluye a otro hermano encarnado por el luchador profesional John Cena; 13 veces campeón de WWE, tres veces campeón mundial peso pesado de WWE y el tío más divertido de comedias como Hermanísimas y #SexPact. Lo que llamaríamos un fichaje de cajón. 

Además del equipo de torettes habitual, con Michelle Rodriguez y Tyrese Gibson en cabeza, Justin Lin también tiene que hacer sitio a flashbacks de la juventud ochentera de los Toretto, a Charlize Theron como la malísima Cipher sin rastas pero con corte tazón, a Helen Mirren y Kurt Russell pasándolo pirata... Normal que la troposfera se le quede pequeña. Menos mal que la décima ya está en camino.

Coordinador web 'Cinemanía'

Crítico de cine que ve demasiadas series, licenciado en Periodismo y posgraduado en Semiótica en la Universidad Complutense de Madrid; cayó en una marmita de Nouvelle Vague cuando era pequeño y lleva mucho tiempo acostándose tarde en festivales de cine.

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