La lucha de 'Una niña' transgénero de siete años contra su colegio: el documental que ha hecho reflexionar a Francia

Hablamos con Sébastien Lifshitz, cuyo documental clavó ante la cadena Arte a más de un millón de franceses. Hoy llega a los cines de España.
Sasha, protagonista de 'Una niña' (Sébastien Lifshitz, 2020)
Sasha, protagonista de 'Una niña' (Sébastien Lifshitz, 2020)
Cinemanía
Sasha, protagonista de 'Una niña' (Sébastien Lifshitz, 2020)

Lo trans está de actualidad. Probablemente todo está mal en la frase que precede, puesto que siempre ha habido mujeres atrapadas en cuerpos de hombre y hombres atrapados en cuerpos de mujer. Pero es un hecho que estamos en el periodo de mayor visibilidad y concienciación de toda la problemática transgénero. 

En 2018, la OMS dejó oficialmente de considerar la transexualidad como una patología; no hace ni un mes que Irene Montero, ministra de Igualdad, hizo público el borrador de “la ley Trans” –según la cual cualquiera podría cambiar el sexo de su DNI, independientemente de si se trata o no de un caso de “disforia de género”–, y Elizabeth Duval acaba de publicar Después de lo trans (La Caja Books), porque dice estar “hasta el coño de lo trans”.

Pero más que lo trans en toda su magnitud lo que ha captado la atención en los últimos tiempos es el problema, o no, de la “disforia de género” cuando esta se manifiesta en niños o niñas a muy temprana edad. Hemos visto la serie Transhood (HBO), que sigue a cuatro menores de cuatro, siete, doce y quince años, y ahora, a partir del 12 de marzo, llega a los cines Una niña, de Sébastien Lifshitz, notable realizador francés al que el festival Zinegoak ha dedicado una retrospectiva de hasta seis títulos que puede verse en Filmin (cuatro de ellos sólo hasta el 14 de marzo). 

Una niña se centra en la lucha de Sasha, una niña transgénero de siete años, y de su familia por ser aceptada tal cual es. Ni en el colegio, ni en el Conservatorio de Danza, están dispuestos a dejarla ser ella misma. Pero sus padres la apoyan con todo el amor necesario.

¿Cuándo empezó a interesarse por el tema de la “disforia de género”?

Hace ya algunos años, cuando hice el retrato de Bambi –Bambi (2013), disponible en Filmin–, que fue una de las primeras mujeres transgénero de Francia, nacida en 1935, y le pregunté que en qué momento se había sentido mujer por primera vez. Me dijo que nunca hubo un punto cero en su toma de conciencia. “Desde que nací siempre sentí, en lo más profundo de mi ser, como una mujer. No hubo ninguna revelación”. Fue lo que me dijo. Entonces supe que la disforia de género puede manifestarse extremadamente pronto, antes pensaba ingenuamente que era algo que venía con la adolescencia. Y no tiene nada que ver.

Ahora estamos aprendiendo a distinguir entre identidad de género y orientación sexual, ¿no?

Sí, antes se asociaba con el deseo, es decir con la pubertad, y se mezclaba la transexualidad, que ahora llamamos transidentidad, con la sexualidad, cuando son cosas muy distintas, aunque todavía hay mucha gente que se confunde. Cuando aparece un niño que siente que es una niña se suele asociar con la homosexualidad, y en realidad es otra cosa. Creo que mi película puede ayudar mucho a dar a conocer la especificad de la transidentidad y de la disforia de género. No escondo que hay ahí una voluntad pedagógica.

¿Cree que el cine todavía puede cambiar el mundo?

El cine puede dar a conocer realidades que son desconocidas para mucha gente. De hecho es el mejor vehículo para ello. Siempre lo he creído. Yo mismo he aprendido un montón de cosas sobre mí mismo y los demás viendo películas mientras crecía.

¿Cómo explica la atención que despertó la película en Arte el pasado mes de diciembre? 1.375.000 espectadores de una sentada, no está nada mal.

Sí, fue un auténtico fenómeno. Se vio que había un interés, digamos que a nivel popular, por la historia de Sasha. Creo que tiene que ver con la cuestión de la educación, pero sobre todo porque el caso de Sasha cuestiona el tema de la identidad en una sociedad que está muy compartimentada, de manera autoritaria, con modelos de identificación muy potentes y a la vez muy separados que son el masculino y el femenino. Los padres están obligados a conformarse a estos modelos. Es algo que se ve, además de la escuela, en los juguetes y en la ropa. Cuando aparece un menor que no pertenece a ninguna de estas dos categorías, y tiene una identidad más fluida, aunque sea sin llegar a la disforia de género, algunos padres entran en pánico y no saben cómo reaccionar.

Los padres de Sasha sin embargo responden con amor, y le brindan su apoyo desde el minuto cero, frente a la respuesta más bien intolerante de la escuela. Si Sasha hubiese tenido otro tipo de padres, tal vez no se habría atrevido a ser ella misma…

Totalmente, creo que si el niño o niña crecen en un contexto de confianza pueden llegar a decir más fácilmente lo que sienten. En una familia autoritaria, con valores tradicionales, es más difícil. Hay muchos padres que lo esconden, que no lo quieren admitir, y que consideran que reprimiendo a sus hijos van a enderezarles para que se conformen a las identidades clásicas. Se pueden dar situaciones muy dramáticas. Los niños sienten si están en un entorno en el que pueden expresarse o no, y creo que hay muchos de ellos que se censuran y se reprimen. De ahí que el problema de la identidad se haya expresado tradicionalmente más tarde, en la adolescencia, aunque siempre haya estado ahí.

Ya desde el título, Una niña, usted también toma partido abiertamente a favor de Sasha en su lucha contra las instituciones, ¿no?

Sí, totalmente. Yo me pongo del lado de Sasha y adopto su punto de vista. Es una película combativa, y espero que se convierta en un punto de referencia para ayudar a muchos padres a comprender y a identificar muchas cosas que han visto en sus hijos. La respuesta de amor y comprensión de los padres de Sasha es extraordinaria, y me gustaría que diera ejemplo. Para ellos fue importante apostar por la visibilidad, con el fin de crear empatía, informar y educar a la gente.

Si filmar con niños es complicado, imagino que en este caso el asunto habrá sido más delicado, ¿no?¿Cuáles fueron las líneas rojas?

No hacer nada que ella no quisiera. Por ejemplo, un día le pregunté si podía filmarla en su habitación, que es un lugar muy secreto, porque en casa vivía como una niña, pero sin que sus compañeros de colegio lo supieran. Le dije que quería filmarla jugando, pero cuando encendí la cámara no se movió. Me dijo que no, que no podía jugar porque estaba yo ahí. Haz como si no estuviéramos, le dije. Y no quiso. Para ella era muy importante no actuar delante de la cámara. Cualquier cosa que no le pareciera completamente natural la rechazaba.

Imagino que la mirada de los demás ha sido algo que en su caso la ha marcado particularmente. Más que a cualquier otra niña.

Sí, siempre ha sido muy consciente de la mirada de los demás. Ella sabe que tiene que afirmarse, que las cosas no van a suceder así como así, y que pasan por afirmarse. Creo que la película también le ha dado fuerzas en ese proceso de autoafirmación, porque se ha sentido reconocida, por mí, por el equipo y por la existencia misma de la película. Al círculo protector de su familia se sumó también el del equipo de la película, y eso le dio fuerzas.

¿Cómo impactó el documental en el entorno de Sasha?

Eso era algo que me preocupaba. Llamé al día siguiente de que lo pusieran en la tele, y me dijeron que todo normal. También te tengo que decir que ella cambió de colegio después de acabar el documental, y que en el nuevo no ha tenido problemas. Ahora necesitan calma, porque fue muy violento con el colegio y el Conservatorio de Danza.

Francia es un país teóricamente muy adelantado, pero por lo que muestra la película no parece que haya muchos centros para acompañar a los niños o niñas con disforia de género, ¿no?

No. Hay dos en París –los hospitales Robert-Debré y la Pitié-Salpêtrière– y uno en Marsella, poco más. Así que los padres están muy perdidos cuando la disforia de género se manifiesta muy joven. Apenas hay instituciones a las que acogerse, para pedir ayuda o consejo.

Quizás yo no esté lo suficientemente evolucionado, pero cuando se empieza a hablar de un futuro tratamiento de hormonas para Sasha, que entonces tenía siete años, me angustié un poquito.

Creo que era lógico evocar en la película el eventual futuro de Sasha, aunque eso es algo que, por supuesto, ella decidirá por sí misma. Nadie le va a obligar a nada. Si cuando llegue a la adolescencia, quisiera volver a ser un niño, nadie se lo va a impedir. Las hormonas empiezan a tomarse a los 16, y la operación es a los 18 en el caso de que ella quiera. Así que de siete a 16 años es super libre. Los médicos están ahí para escucharla, pero son ella y sus padres los que deciden. Nadie más.

¿Y los bloqueadores de pubertad?

Son reversibles. Ella también decidirá si los toma. El cuerpo no se altera en absoluto. Son medicamentos que muchas chicas toman en su adolescencia cuando tienen problemas de crecimiento. No se trata de un medicamento desconocido con el que se estaría experimentando. En Inglaterra se autorizaron con el aval de un juez, cosa que no hace más que complicarlo todo un poco más, tanto para el niño como para los padres.

¿Cómo se imagina a Sasha en el futuro? ¿Le gustaría volver a filmarla?

Me encantaría, pero me lo tendría que pedir ella. Yo no me atrevería. Me encantaría filmarla durante la adolescencia. Pero ya ha hecho esta película que es un gesto de generosidad enorme por su parte y de su familia. Me la imagino como una mujer hermosa y realizada, puede que acabe siendo bailarina porque para ella la danza encarna la feminidad. La veo muy artística.

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