'Master and Commander': la obra maestra naval con Russell Crowe que fracasó en los Oscar

Ni fue un blockbuster ni tuvo secuelas, pero la película de Peter Weir ('El show de Truman') se convirtió en título de culto adaptando las novelas de Patrick O'Brian
El choque del capitán Aubrey y el doctor Maturin en el buque de Patrick O’Brien, elevado por Peter Weir a oceánica obra maestra. Valor, ciencia y música en el HMS Surprise. Escena clave: Ay, el brazo del guardamarina Blakeney. Nos dolió más a nosotros. C. M. Master and Commander: Al otro lado del mundo se estrenó hace quince años, convirtiéndose en una de las películas más aclamadas en lo que va de siglo. El filme, dirigido por Peter Weir, está basado en la serie de novelas Aubrey-Maturin de Patrick O'Brian, y relata la historia de Jack Aubrey, un capitán de la Marina Real británica interpretado por Russell Crowe. Pero lo que muchos no saben es que la película fue planeada como la primera entrega de una saga que, desafortunadamente para los fans, nunca continuó. CULTURA FOX
Russell Crowe en 'Master and Commander'
Cinemanía
El choque del capitán Aubrey y el doctor Maturin en el buque de Patrick O’Brien, elevado por Peter Weir a oceánica obra maestra. Valor, ciencia y música en el HMS Surprise. Escena clave: Ay, el brazo del guardamarina Blakeney. Nos dolió más a nosotros. C. M. Master and Commander: Al otro lado del mundo se estrenó hace quince años, convirtiéndose en una de las películas más aclamadas en lo que va de siglo. El filme, dirigido por Peter Weir, está basado en la serie de novelas Aubrey-Maturin de Patrick O'Brian, y relata la historia de Jack Aubrey, un capitán de la Marina Real británica interpretado por Russell Crowe. Pero lo que muchos no saben es que la película fue planeada como la primera entrega de una saga que, desafortunadamente para los fans, nunca continuó. CULTURA FOX

Con Picnic en Hanging Rock (1975), su primera obra maestra, Peter Weir se reveló como un cineasta afín a los entornos cerrados, no solo en lo físico, sino también en lo cultural. Desde la aldea amish de Único testigo (1985) al plató de El show de Truman (1998), pasando por el internado de El club de los poetas muertos (1989), el director australiano había compaginado ese interés con el de retratar a personajes enfrentados a la naturaleza, que es como decir “al destino”.

Ejemplos de esto también sobran, pero dos de ellos son especialmente interesantes. El primero es La costa de los mosquitos (1986), una de sus películas más personales y un épico batacazo comercial que casi hunde la carrera de Harrison Ford. La segunda muestra, que también suma esas dos vertientes, nació como un proyecto de encargo y amasó cifras por debajo de lo esperable en la adaptación de una saga literaria con 20 entregas y millones de lectores.

Esta última cinta, sin embargo, se ha convertido en el título estrella de su autor gracias a su excelencia técnica, su hondura emocional y un carisma envuelto en toda la testosterona que puede exhalar un Russell Crowe despechugado. Su título: Master and Commander: El otro lado del mundo (2003).

Dialéctica de la Ilustración

La génesis de Master and Commander es más o menos sencilla: el productor Tom Rothman, un tipo que había empezado financiando a Jarmusch para después ganar millonadas en Fox, llevaba años empeñado en adaptar al cine las novelas publicadas entre 1969 y 1999 por el inglés Patrick O’Brian. 

Desde su primer volumen, los libros se habían ganado una reputación gracias a su concienzudo retrato de la edad dorada de los veleros y el atractivo de sus dos protagonistas: Jack Aubrey (alias ‘Lucky Jack’, alias ‘Ricitos de Oro’), un oficial de la Royal Navy provisto de enorme pericia y modales cuestionables, y el meditabundo Stephen Maturin (espía, científico y cirujano).

Con grandes críticas, buenas ventas y numerosos fans, la saga de Aubrey y Maturin era materia prima para una buddy movie pasada por agua, y el hecho de que Rothman le confiase el proyecto a Weir, un cineasta de oscilante historial financiero, atestigua su fe en dichas posibilidades.  

Los responsables del filme echaron el resto en lo que a ambientación se refiere: sabiendo que la fragata Surprise (28 cañones, 197 almas) iba a ser un personaje más de la historia, Weir y sus jefes escogieron al Rose, un antiguo buque escuela cuyo viaje desde San Diego hasta el plató en México (huracán incluido) daría para otro artículo. Tanto el navío como sus réplicas a escala, instaladas en la laguna artificial construida para Titanic, servirían de hogar para la pareja perfecta.

Como Aubrey, un Crowe coronado ya como el macho alfa de Hollywood debido a Gladiator; Paul Bettany, su compañero en la nefasta (pero oscarizada) Una mente maravillosa, daría vida a un Maturin más guapo que en las novelas, pero igual de perdido en un mundo de machotes.

El entusiasmo de los actores quedó probado por el hecho de que ambos aceptasen del tirón la posibilidad de rodar secuelas, y sobre la química entre ambos baste decir que, tras el estreno, los herederos de O’Brian cayeron como la ira de Dios sobre ciertas autoras de internet que les habían shippeado a toda vela. 

Dicho matiz homoerótico (potenciado por la ausencia de mujeres en el reparto) no fue lo que más espantó al estudio, sin embargo, ni tampoco el hecho de que el guion de Weir y John Collee resultara parco en palabras (la primera conversación larga entre los dos protagonistas tiene lugar a la hora de metraje) y generoso en sangre. 

Se trataba de que La costa más lejana del mundo, décimo libro del serial, enfrentaba al Surprise con un buque estadounidense, y los estudios (Fox, Miramax, Samuel Goldwyn y Universal: agüita) no estaban dispuestos a poner pasta en una película donde los yanquis eran el enemigo.

La solución fue llevarse la historia a las guerras Napoleónicas y convertir al Norfolk en un corsario francés bautizado ‘Acheron’, como el río que conduce al reino de Hades. Weir y Collee aprovecharon esto para mostrarnos al Surprise como “una cárcel de madera” poblada por marinos tan supersticiosos como brutales y una oficialidad que no duda en recurrir al látigo cuando le fallan los discursos patrióticos y los vasos de ron: una embajada flotante del Antiguo Régimen en plena era de las revoluciones, vaya.

El tira y afloja entre el capitán y su cirujano, empeñado este último en mandar la guerra a paseo para buscar bichos en las islas Galápagos, se vuelve así una crítica al ideal ilustrado del que ambos participan, y añade esa densidad intelectual que supuso uno de los escollos de Master and Commander en taquilla.

Otro fue esa acción que nunca romantiza la carnicería, dejando escenas como la amputación al guardiamarina Blakeney (Max Pirkis), un chaval de trece años que pasa a lucir un hermoso muñón tras la primera batalla. Para colmo, Weir animó a sus actores a improvisar todo lo posible durante el rodaje, lo cual acentuó la impresión de realidad al precio de reducir al mínimo las explicaciones salvo cuando el pobre Maturin confiesa no pillarle el punto a tanta jerga náutica. 

"¡Por Inglaterra, y por el botín!"

Aunque Master and Commander no arrasara en los rankings, es injusto tacharla de fracaso: con un presupuesto de 150 millones de dólares, la película recaudó 211, una cantidad que la salvó del naufragio sin justificar la producción de una franquicia. En cuanto a las críticas, tuvieron sus altos (“Las grandes películas de acción pueden ensalzar la vida y no solo escenificar su destrucción”, afirmó Roger Ebert) y sus bajos, como un Christopher Hitchens que la acusó de haber suavizado sus aspectos más brutales.

Su reputación de obra maldita nació en los Oscar 2004: con diez nominaciones (incluyendo director, película y guion adaptado, pero ninguna categoría dramática) la cinta cayó acribillada por El señor de los anillos: El retorno del rey, filme que sumaba a sus virtudes el aura del taquillazo.

Así pues, mientras la industria recompensaba a Peter Jackson con once estatuillas por los servicios prestados, el Surprise volvió a puerto con dos premios técnicos. Uno de ellos fue para el director de fotografía Russell Boyd, habitual de Weir desde los 70, quien se lució de lo lindo evocando la pintura de Turner en esos planos generales inundados de humo de pólvora. 

En cuanto al Oscar al Mejor montaje de sonido que ganó Richard King, queda plenamente justificado si se advierte que esta película parca en diálogos está tan llena de murmullos (el crujido de la tablazón, el batir de las olas) como de estallidos.

Y, pese a todo, los rumores sobre una secuela de Master and Commander no han parado de sonar durante dos décadas, con el director y los actores principales afirmando a cada paso que estarían encantados de rodarla. Tras la compra de Fox por Disney, hoy se habla de una precuela basada en la primera aventura de Aubrey y Maturin (Capitán de mar y guerra) con libreto de Patrick Ness (Un monstruo viene a verme).

Mientras dicho proyecto sigue en dique seco, toca recordar cómo Russell Crowe se abalanzó sable en mano contra quienes hacían de menos al filme, allá por 2021: “Ese es el problema con los chavales de hoy: no saben concentrarse”, restalló el actor a cuenta de un tuit que recomendaba la película como somnífero.

Por lo demás, estamos hablando de una obra tan redonda, tan impecable dentro de sus propios confines, que la imagen del Surprise lanzándose de nuevo a la caza mientras suena el pasacalle de Boccherini hace que la idea de una continuación resulte casi ofensiva. Ese último vistazo a un pequeño mundo de madera perdiéndose en el vacío debería bastarnos para siempre.

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Yago García
Redactor 'Cinemanía'

Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Sus textos se publican en la revista Cinemanía desde 2005. Ha sido miembro fundador de Canino, web dedicada a la cultura popular, y redactor en el diario ADN, además de colaborador en medios como Mondo Sonoro, Neo2 y On Madrid-El País.

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