'Napoleón': así convirtió Ridley Scott a Joaquin Phoenix en el terror de Europa

El biopic histórico del año arrampla con las ideas preconcebidas sobre Bonaparte, desde sus conquistas militares a su relación con la Josefina de Vanessa Kirby
Joaquin Phoenix y Vanessa Kirby en 'Napoleón'.
Joaquin Phoenix y Vanessa Kirby en 'Napoleón'.
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Joaquin Phoenix y Vanessa Kirby en 'Napoleón'.

n 1977, Ridley Scott no era nadie. Al menos, en el mundo del cine: el futuro director de Alien, Blade Runner y Thelma y Louise era más bien un publicista venido a más que, habiéndose forrado con sus anuncios, se hallaba preso de una aguda kubrickitis tras el visionado de Barry Lyndon. El remedio se tituló Los duelistas, largo de debut que adaptaba un relato de Joseph Conrad sobre dos oficiales del Gran Ejército (Keith Carradine y Harvey Keitel) unidos por un implacable odio mutuo.

Candidata a la Palma de Oro, la cinta suponía a la vez un ejercicio de estilo y una fábula sobre la obsesión y el oportunismo en cuyas imágenes había lugar para mucha melancolía y muchos lances al amanecer, pero no para gritos de “¡Fuerza y honor!”.

Ahora, en 2023, Ridley Scott es... bueno, Ridley Scott: un cineasta capaz de lo mejor y de lo peor, como prueba su doblete de 2021 con El último duelo y La casa Gucci. Tras haber conmocionado al mundo con el acento italiano de Lady Gaga, este señor de 85 años se muda a Francia para su alarde definitivo: un biopic del Emperador de los franceses, el Monstruo, el Gran Corso en persona, la sombra que guiaba el destino de aquellos dos personajes que nos presentó hace casi medio siglo.

Es decir, de Napoleón. Un filme con 130 millones de dólares de presupuesto y un protagonista capaz de atraer a aquellos que no distinguirían a un granadero de un húsar: ese Joaquin Phoenix que saltó al estrellato de la mano de Scott (hablamos de Gladiator, claro).

Ahora ambos se reencuentran por obra y gracia de un personaje que ya ha tenido los rostros de Marlon Brando (Desirée, 1954), Ian Holm (todo un experto en lucir la casaca, de Los héroes del tiempo, 1981, a Mi Napoleón, 2001) o Rod Steiger (Waterloo, 1970), por citar solo unos pocos, y a quien el propio cineasta compara con Alejandro Magno, Hitler y Stalin en términos un tanto ambiguos.

“Tenía un montón de cosas chungas en su historial –sentenció el director– y a la vez era notable por su valor, poderío y carisma. Era extraordinario”. “[Scott] me había propuesto otras cosas en el pasado –afirmó Phoenix, a su vez– pero ninguna de ellas me había dado la impresión de ser así de exigente para los dos. Y me gustaba la idea de lanzarme a algo así junto a Ridley”.

El energúmeno corso

A diferencia de Scott, tan barbudo, tan inglés y tan cascarrabias, el productor Kevin Walsh aparece en videoconferencia como una bronceada, juvenil y sonriente criatura de Hollywood. Colaborador del cineasta desde El último duelo, ahora le ha tocado ejercer como su portavoz en una entrevista durante la cual procurará mencionar varias veces a la productora Sony, y también a Apple TV+: tras Los asesinos de la luna, de Scorsese, Napoleón es otra cinta ‘de prestigio’ financiada por la plataforma esta temporada.

Asimismo, Walsh procura quitarle hierro a las dos figuras principales. Ridley Scott, asegura, es tan perfeccionista “como un buen general”, pero su actitud es más “la de un hombre de negocios, un líder, un CEO” dispuesto a delegar en sus subordinados que la de un obseso del control. En cuanto a Joaquin Phoenix, sus exigencias de revisar al dedillo el guion de David Scarpa (Todo el dinero del mundo) no se fueron de madre en ningún momento.

“Ridley dice que Joaquin le hace ser honesto, y creo que eso es verdad –declara Walsh–. Con él no vas a tener ni una sola escena ni un solo momento que no sean sinceros. Es implacable revisando el guion página por página y diciendo ‘¿Por qué tengo que hacer esto? ¿Tiene sentido? ¿Ayuda a que esto sea mejor?’. Es otro nivel de escrutinio sobre la película, y nunca hay bastante de eso si quieres que todo salga bien”.

Tamaño esfuerzo se entiende mejor al constatar que toda Napoleón orbita en torno a su personaje titular, interpretado por un Phoenix al que nunca se planteó rejuvenecer mediante CGI u otras artimañas pese a que ya cuenta con 48 primaveras, 13 más de las que tenía el propio ‘Bonnie’ cuando ascendió a la dignidad imperial.

Salvo por la presencia de su tremebunda madre, de su hermano Lucien y de otras figuras a quienes se reconoce más de vista que otra cosa (habrá que ver qué cara ponen algunos ante el general Thomas-Alexandre Dumas, padre del autor de Los tres mosqueteros y apodado ‘el Diablo Negro’ por razones obvias) el peso de la historia recae en un personaje descrito como un oportunista, un carnicero y un garrulo con pintas.

¿Qué le ves, Josefina?

“Queríamos mostrarle con todos sus defectos –señala Walsh–, con esa sed insaciable de conquistarlo y dominarlo todo por la fuerza, pero también con el amor que sentía por su esposa y con la inseguridad que marcó su vida privada. Creo que eso traza paralelismos muy interesantes con otros personajes marcados por el ego y la dominación”. 

Como ejemplo de esta abundancia de matices, Kevin Walsh cita el golpe de estado del 18 de Brumario, un momento trascendental de la historia de Europa recreado por Scott y Phoenix de forma casi slapstick, con el aspirante a dictador gimiendo de miedo mientras sale por piernas para librarse de un linchamiento.

A nosotros, sin embargo, lo que nos fascina es la atracción de Josefina Beauharnais (Vanessa Kirby, The Crown), la futura emperatriz, hacia semejante energúmeno corso con quien, por si fuera poco, comparte unas escenas íntimas donde él se revela como un amante lamentable.

“Cuando la vemos por primera vez, Josefina ha estado a punto de ser guillotinada, con lo que convertirse en la amante de ese general joven y prometedor es para ella una estrategia de supervivencia –explica el productor–. Después empieza a verse atraída por él, y también por el poder y la influencia que consigue estando a su lado. Y, por último, descubre que se ha enamorado: es la historia de una maniobra política que acaba convirtiéndose en historia de amor”.

De esta manera, y salvando unas cuantas batallas recreadas a todo lujo los aficionados a la historia napoleónica se encontrarán con un filme sorprendentemente intimista que le da más importancia a los tiras y aflojas de la pareja (incluyendo los cuernos que se pusieron mutuamente y su sonado divorcio) que a los movimientos de tropas o a las rivalidades del emperador con Wellington (un Rupert Everett adecuadamente odioso) o el zar Alejandro I (Édouard Philipponnat y sus guedejas de querubín).

Algo que saca a relucir el siempre espinoso tema de las ‘licencias creativas’: en defensa de su filme (que, por cierto, también se escaquea a la hora de plasmar la campaña española y la guerra de la Independencia), el productor afirma que este ha seguido al dedillo las indicaciones de sus dos asesores históricos. “Pero, al final, teníamos que entregar una película que mantuviera a los espectadores en la butaca”, reconoce.

“Ridley, el productor, Joaquin y yo mismo tuvimos que tomarnos licencias para conseguir una película más interesante sin saltarnos a la torera los hechos de la historia. Teníamos que atenernos a las fechas, o a las épocas, y asegurarnos de que las plasmábamos bien. Y, al mismo tiempo, recordar que necesitamos enganchar al público”.

¿Habrá versión extendida? 

Por último, toca recordar que hablamos de Ridley Scott: el director ya ha mencionado un montaje extendido que superará las cuatro horas (una y media más que la versión estrenada en cines) y que probablemente irá directo al VOD. ¿Queda alguna posibilidad de que lo veamos en pantalla grande?

Kevin Walsh no lo tiene nada claro: “Se ha hablado muchísimo de ese montaje, pero no se ha aprobado nada ni se ha hecho nada todavía. De momento tenemos el montaje de dos horas y media, que ya es bastante: primero lo veremos en cine y después, en enero, llegará a Apple TV+. Después, quizás tengamos un ‘montaje del director’ para streaming, pero eso no es seguro. ¿Llegaremos a verlo en cines? Me temo que no”.

Aun así, no demos las cosas por sentadas: para bien o para mal, y parafraseando al propio Bonaparte, en el diccionario de Scott sigue habiendo poco espacio para la palabra “imposible”.

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Yago García
Redactor 'Cinemanía'

Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Sus textos se publican en la revista Cinemanía desde 2005. Ha sido miembro fundador de Canino, web dedicada a la cultura popular, y redactor en el diario ADN, además de colaborador en medios como Mondo Sonoro, Neo2 y On Madrid-El País.

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