Resilientes, anticlimáticos y sin mascarilla

Una contracrónica de la gala de los Oscar 2021
'Nomadland', la gran triunfadora.
'Nomadland', la gran triunfadora.
EFE/EPA/Chris Pizzello
'Nomadland', la gran triunfadora.

Fue ver el nombre de Steven Soderbergh asociado a la producción de la gala de los Oscar de este 2021 y prometérnoslas todos muy felices pensando en lo bien que se lo pasaban en Las Vegas los amigos de Danny Ocean. Nadie recordó que el hombre que dirigió Contagio, la película que durante tantos meses nos sirvió para entender lo que nos ha pasado todo este tiempo de pandemia, podía hacer una fiesta del cine más parecida a Sexo, mentiras y cintas de vídeo (o peor: a Kafka, la verdad oculta), que a su celebración de la amistad y la travesura con George Clooney y Brad Pitt. Y así fue, en realidad era como invitar a un brindis por las películas a alguien que todavía está de luto por el cine.

El “Por favor, id a ver Nomadland en la pantalla más grande posible” en boca de Frances McDormand, triunfadora de la noche junto a Chloé Zhao (segunda mujer tras Kathryn Bigelow en ganar el Oscar a mejor dirección en 93 años) con las tres estatuillas (película, directora y actriz) para el filme que produce y protagoniza, quedó como el mensaje más revolucionario de la noche. Aunque más que revolución todo ha sido una cuestión de resiliencia, un intento (que se quedó algo corto) de devolver protagonismo a los cines, de demostrar que estamos vivos y que necesitamos historias como las que ayer se repartieron los premios en una suerte de pedrea buenista que tuvo para casi todo el mundo, excepto para Aaron Sorkin y su El juicio de los 7 de Chicago.

Como la Lotería de Navidad cuando hay una gran desgracia, mejor un pellizquito para cada uno: fue una noche plácida, pero al estilo berlanguiano, más de poner al pobre cine a cenar en la mesa de la Academia que otra cosa. Más aburrida que tranquila, fue más corta que otras veces, evitó actuaciones innecesarias, se basó en los discursos y en los premios, y poco más. Hubo bastante de anticlimático en esa manera de celebrar sin celebrar, de recordar el cine sin poner apenas extractos de las películas y de alterar el orden de la entrega de premios, adelantando el premio gordo, el de mejor película, antes de dar los de mejor actriz y actor. Con lo bien que nos había quedado la reunificación de los premios al mejor sonido, sin edición ni mezcla ni la pregunta anual sobre en qué se diferenciaban los clásicos Sound Mixing y Sound Editing.

Por supuesto, como ya anunciaron las nominaciones, fue una noche de mujeres, pero se quedó en moderadamente feminista, quizá porque la más rompedora Una joven prometedora solo se llevó el premio al mejor guion original (la escritora Emerald Fennell), y porque el mensaje de Chloé Zhao apelaba más a la bondad y al humanismo poético que destila su filme que a las reivindicaciones sociales de género, pese a romper barreras como directora. Tampoco los afroamericanos tuvieron buena cosecha: ya hemos hablado de que El juicio de los 7 de Chicago fue la unica de las nominadas a mejor película que no se llevó nada, igual que voló el posible Oscar póstumo a Chadwick Boseman. Y eso, en un año con dos mujeres asiáticas premiadas, en el que solo encontró eco Judas y el mesías negro, mejor canción y actor de reparto en la figura de Daniel Kaluuya.

Quitando los dos premios a Mank (diseño de producción y fotografía), que ya tiene más Oscar que Ciudadano Kane (mejor guion original en 1941), y el de Tenet (efectos visuales) para el ignorado Nolan, el resto de filmes ganadores estaban en esa línea dramática tirando a melancólica, tristona, que ha estado presente toda la gala: la hondura de El padre, con el ausente Anthony Hopkins, mejor actor, al frente más el galardón al guion adaptado; la enfermedad de Sound of Metal (mejor sonido y montaje), las cuitas de La madre del blues (vestuario, y maquillaje y peluquería, donde fue oscarizado el español Sergio López-Rivera), la resistencia de Minari, con la sensacional Yuh-Jung Youn, que, camino de los 74 años, le echó sus piropos a Brad Pitt, e incluso la tirando a tristona Soul, de Pixar, mejor película de animación y música original.

Muy poquitas sonrisas en esa cosecha de películas. Y ni una sola mascarilla (con los permisos en regla) en toda la gala, que pareció homenajear con su aspecto de Club nocturno a aquellas entregas de premios de los primeros Oscar en el viejo hotel Roosevelt de Hollywood Boulevard. Pero sin pasarse. Sólo la eterna perdedora Glenn Close, tras palmar su octava nominación con su personaje de abuela redneck en Hillbilly, demostró su saber perder con un bailecito a lo perreo que pasó por ser lo más provocador de una cita sin mucha chispa.

El discurso de la noche llegó demasiado pronto como para que nos diésemos cuenta, fue el de Thomas Vinterberg al recoger el Oscar a mejor película internacional por Otra ronda. Habló de Mads Mikkelsen, por supuesto, pero sobre todo de la muerte de su hija en accidente justo cuando empezaba un rodaje que se suspendió, pero volvió a retomarse con una nueva mirada sobre la vida. Y como faltaba todo lo gordo de la noche por descubrirse, no nos percatamos de que estos Oscar de 2021, medio deprimidos todavía por la pandemia, tenían que haberse parecido a la propuesta de celebrar la vida del filme danés. Vinterberg nos puso en la pista con su emotivo discurso, pero, más preocupado cada uno de resistir en su caravana, nadie siguió ese camino. No era cuestión de ponerse a brindar sin ton ni son, pero la próxima ronda tendrá que ser diferente.

Palmarés de los Oscar 2021
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