Sitges 2022 | Ester Expósito sale de 'Venus' coronada como reina del terror neocastizo

Con una filmografía llena de altibajos, pero no por ello menos consistente, Jaume Balagueró lleva más de un cuarto de siglo comprometido con el cine de terror; desde aquel impactante corto titulado Alicia (1994) que dejó marca en las escuelas de cine y un debut tan meticuloso como Los sin nombre (1999) hasta la puesta en marcha con Paco Plaza de [REC] (2007), la saga más importante del género en nuestro país. 

No solo a nivel económico (la franquicia celebra su 15 aniversario tras cuatro entregas y recaudaciones aplastantes con las dos primeras) y plástico (su empleo del registro found footage es top mundial), también de forma más sutil como afianzamiento de un estilo de terror con evidente proyección internacional y marcado sabor local. Algo importante se creó en [REC] 2 (2009) cuando en medio del carrusel de zombies/infectados/poseídos empieza a sonar un pasodoble de Concha Piquer. 

Ese rebozado de códigos archiconocidos del fantástico mundial con brochazos de cultura hiperlocal ha sido prolongado principalmente por Plaza, de su entrega en solitario dentro de la saga –[REC] 3: Génesis (2012)– a aplicaciones dentro de otros subgéneros como Verónica (2017) o La abuela (2021), pero se ha convertido en un elemento reconocible de otras propuestas de terror como la serie 30 monedas (2020) de Álex de la Iglesia, sin duda predecesor de esta sensibilidad neocastiza. 

No es casual, por lo tanto, que De la Iglesia sea productor de Venus –incluida en el sello The Fear Collection–, la película de Balagueró donde el cineasta catalán abraza con mayor fuerza los principios del terror neocastizo. Desde la ambientación en Villaverde Bajo, en el extrarradio madrileño, de una historia de horror cósmico y fuerzas sobrenaturales más allá de la comprensión y el delirio hasta el empleo de ganchos musicales de regusto folclórico (¡dos veces distintas!).

Por mucho que sea fácil identificar cada tic de la fórmula en Venus, eso no erosiona ni un ápice el disfrute de una pieza de género cañí que incluso introduce ese reconocimiento en su juego con el espectador. De hecho, es una corrección de rumbo muy celebrable en la filmografía de Balagueró, quien desde el thriller doméstico Mientras duermes (2011) estaba bastante perdido y parece mucho más cómodo en la desvergüenza festiva asumida de Venus que en los pozos de risible solemnidad de Musa (2017).

Venus cuenta además con una Ester Expósito ideal en su papel de heroína vapuleada muy en línea con la ristra de mujeres dolientes del cine de Balagueró. La actriz de Élite interpreta a una bailarina que roba el alijo de pastillas de sus jefes y se da a la fuga pero, siguiendo los pasos de Janet Leigh en Psicosis, su relato criminal pronto irrumpe en otro de terror sobrenatural que estaba en desarrollo en el piso donde viven su hermana (Ángela Cremonte) y su sobrina.

Aunque la mezcla entre narcothriller de barrio y trash cósmico termina siendo más eficaz a nivel conceptual –un súbito eclipse por la irrupción de un cuerpo celeste desconocido enmarca el relato– que al bajar al barro de lo concreto, a Venus no le falta convicción para caer de pie apoyándose en golpes de ingenio –la vidente, el desalojo inmobiliario como manifestación de un fondo buitre antediluviano– y en sus elementos más sólidos.

Es decir, aquellos ante los que la cámara de Balagueró pasa de lo funcional a lo sugerente. El aquelarre comandado por una divina Magüi Mira cuya presencia escénica parece más allá del bien y del mal y la inmediata fotogenia de Expósito, auténtico motor de la narración a quien ya se puede coronar como reina del cosmoterror neocastizo.

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