Sonia Martínez, la actriz y presentadora de TV infantil que acabó cancelada y hundida en una espiral de autodestrucción

La vida pública de Sonia Martínez pasó del éxito prematuro al fracaso debido a una invasión de su intimidad y una serie de malas decisiones relacionadas con las drogas que le llevaron a su muerte.
Sonia Martínez como presentadora en el programa 'Dabadabadá'.
Sonia Martínez como presentadora en el programa 'Dabadabadá'.
RTVE
Sonia Martínez como presentadora en el programa 'Dabadabadá'.

Durante la primera mitad de los años ochenta, Sonia Martínez se consagró como una de las presentadoras más famosas del país gracias a los programas 3,2,1…contacto y Dabadabadá, dirigidos al público infantil y juvenil. En esa época enamoraba tanto a niños como a mayores con su simpatía y naturalidad frente a la cámara, y fue capaz de seducir a hombres tan conocidos como el futbolista Emilio Butragueño o Cayetano Martínez de Irujo, hijo de la duquesa de Alba. Pero a raíz de la publicación de unas fotos donde aparecía semidesnuda en la playa se hundió en una espiral de miseria y autodestrucción.

Nacida en Madrid en septiembre de 1963, Sonia creció en el seno de una familia de clase media. De niña destacó como nadadora y ya en la adolescencia, mientras estudiaba EGB, un primo suyo, productor de TVE, le animó a presentarse a unas pruebas para presentar un nuevo espacio de televisión. Ella no se lo pensó dos veces. “Estuve dos años en 3,2,1... contacto y, justo un mes antes de que acabara de grabarse, Ramón Pradera, director de Dabadabadá me vio, le gusté y empecé a trabajar con él”, contó. “El cambio fue duro, porque yo no estaba acostumbrada a hablar delante de una cámara, preguntando directamente, pero bueno”.

En su momento renunció a ser azafata del programa Un, dos, tres y a actuar en la película de Luis García Berlanga La vaquilla (1985). En cambio, aceptó debutar en el cine con un papel en la película Epílogo (1984), de Gonzalo Suárez. “Para mí fue una experiencia bastante agradable”, comentó al respecto. “Luego hice Violines y trompetas, con Jesús Puente y José Luis López Vázquez. Ahí ya se acabó el Dabadabadá y vino una época de relax. Estuve un largo período en el paro, bastante tiempo”.

Comienzo de las dificultades

Su madre enfermó de cáncer en la misma época en que a ella le ofrecieron participar en la película del cine quinqui Perras callejeras (1985), de José Antonio de la Loma, donde Teresa Giménez, Susana Sentís y ella se metieron en la piel de tres jóvenes discriminadas por la sociedad que empiezan a asaltar en calles oscuras y a amenazar con navajas a los viandantes. Al terminar aquel rodaje, Sonia volvió a Madrid, donde su madre se encontraba ya en fase terminal.

“Murió en mis brazos, y a mí se me quedó en la cabeza el tremendo complejo de que la había matado yo”, escribió en sus memorias para una revista. “Entonces comenzó mi derrumbamiento. En ese momento hubiese necesitado un buen psiquiatra. Al día siguiente de la muerte de mi madre, no era capaz de encontrarme a mí misma. Me reía, y mi padre tuvo que abofetearme en varias ocasiones para hacerme llorar. Estuve abrazada al féretro y no dejaba que se lo llevasen”.

Totalmente deprimida, en octubre de 1985 se marchó a Nueva York con la intención de desconectar, mejorar su nivel de inglés y tratar de buscar nuevas oportunidades profesionales. Pero a los pocos meses extrañaba tanto a su gente que decidió regresar a España, donde por suerte le ofrecieron presentar el programa de TVE En la naturaleza.

Imagen de una joven Sonia Martínez en 1980.
Imagen de una joven Sonia Martínez en 1980.
Cinemanía

Las fotos de la polémica

Mientras rodaba una película alemana en Ibiza, le hicieron unas fotos en topless que terminaron publicadas en la revista Interviú. Algunos directivos de TVE consideraron que, después de eso, Sonia no era apta para su puesto en un programa infantil y le despidieron. Ella decidió pleitear para defender sus derechos, ganó aquel juicio y consiguió un nuevo contrato (aunque solo fuera de tres meses) para presentar La bola de cristal, que llevaba ya un tiempo en emisión.

Según aseguró la propia Sonia, en esa época comenzó a salir más de noche, “frecuentando esos ambientes que hasta entonces habían controlado mis padres. Fiestas nocturnas en Madrid; si eres una chica famosa, y si encima estás bien de aspecto físico, no te faltan las invitaciones. Así empecé a conocer sitios de moda y el mundo de la farándula, donde todo empieza a partir de las doce y no se sabe cuándo acaba. La excusa siempre era el trabajo, por supuesto: que si te tienes que relacionar, que si tienes que darte a conocer para que te llamen,...”.

En alguna de aquellas fiestas, alguien le sugirió probar una raya de cocaína. Como le gustó la sensación del subidón que le produjo, la actriz y presentadora comenzó a consumirla de forma habitual. También empezó a salir con Fede Castaños, un futbolista con el que se marchó a vivir a Burgos, donde buscó trabajo en un gimnasio y dejó temporalmente las drogas. La pareja pensó incluso en casarse, pero la oposición de los padres de él acabó provocando su ruptura. La depresión por ese hecho llevó a Sonia al reenganche, aunque la cosa empeoraría aún más cuando una amiga le propuso inyectarse en vena una mezcla de cocaína y heroína.

Como en ese momento no tenía trabajo, su padre le buscó uno en una agencia de publicidad. Al poco conoció en un pub a José Manuel Padilla, 'Lolo', un ex drogadicto que trabajaba como transportista. Tan pronto como empezaron a salir juntos, las adicciones se apoderaron de ellos. Llegó un momento en el que la única preocupación de ambos al despertarse consistía en conseguir la dosis de heroína que necesitaba su cuerpo. Al final terminaron sin empleo, con los ahorros agotados y con deudas contraídas con amigos y conocidos.

Un pozo sin fondo

En cuestión de meses, Sonia adelgazó veinte kilos y se encontró vagando por las calles sin rumbo fijo. Su padre, que había llegado a echarla de casa, le acabó ingresando en varios centros de desintoxicación que aplicaban a sus pacientes métodos poco fiables y en su caso no terminaron de funcionar (uno de ellos resultó ser una secta, de hecho). Pese a la delicada situación que atravesaba, la presentadora celebró su boda con Lolo en diciembre de 1989, en una ceremonia que apareció en las revistas, previo pago de su importe, y a la que solo acudió la familia del novio.

Parientes, amigos y conocidos rehuían a la presentadora, que acabó inmersa en el sórdido mundo de los toxicómanos. Para colmo de males, en marzo de 1990 recibió la noticia de que había contraído el VIH y, al año siguiente, tras varios abortos, tuvo a su hija Yaiza, que vino al mundo con anticuerpos. Lejos de proporcionarle la estabilidad que ella decía anhelar, el nacimiento del bebé coincidió con una etapa cuesta abajo y sin frenos: las peleas y discusiones con Lolo provocaron su separación conyugal, la policía la detuvo un día con veinte papelinas de heroína, y en un momento dado se sintió obligada a llevar a su hija a un centro tutelar de menores.

A Sonia se le cerraron muchas puertas después de admitir públicamente que era toxicómana y tenía VIH. “No me dejan meterme en un gimnasio ni depilarme las piernas. El rechazo es angustioso. Parece que tienes la lepra”, apuntó la madrileña, que empezó a dedicarse a la prostitución para poder costear sus adicciones. Por suerte, un hombre llamado José Luis Sánchez, al que conoció en la calle, le acogió en su casa de forma aparentemente desinteresada. Ese funcionario cincuentón se encargó de pagarle los cuidados médicos y la acompañó más de una vez a visitar a su hija, que pasó a vivir en casa de su ex marido.

La llegada de las primeras cadenas privadas permitió a Sonia rentabilizar su drama. Los espectadores del programa de Antena 3 Vivir, vivir, ¡qué bonito!, presentado por Pepe Navarro, ayudaron a recaudar cinco millones de pesetas para pagarle un nuevo tratamiento de desintoxicación, y su amigo José Luis compró en la sierra madrileña una humilde casa para que la presentadora pudiera respirar aire más puro.

Pero el sida y las drogas ya habían destrozado totalmente su cuerpo. En septiembre de 1994, tras un pequeño cameo en la cinta Dame fuego (1995), Sonia murió con apenas treinta años en un hospital madrileño debido a un fallo multiorgánico. Tristemente, a su entierro solo acudieron su padre, su hermana y su ex marido.

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