Cien años de Veronica Lake, la estrella de Hollywood que acabó arruinada, alcoholizada y sola

La icónica pin-up de Hollywood alcanzó la fama con su característica melena rubia y murió como camarera de un bar de hotel.
Veronica Lake y Joel McCrea en 'Los viajes de Sullivan' (1941)
Veronica Lake y Joel McCrea en 'Los viajes de Sullivan' (1941)
Cinemanía
Veronica Lake y Joel McCrea en 'Los viajes de Sullivan' (1941)

Veronica Lake se convirtió en una de las grandes estrellas de la pantalla de la noche a la mañana. Rodó veintiséis películas y, a principios de los años cuarenta, llegó a ser considerada un icono de estilo gracias a su característico peinado peek a boo, que sería imitado por cientos de mujeres. Sin embargo, apenas dos décadas después de alcanzar la gloria cinematográfica, la actriz acabó completamente sola, desvalida y alcoholizada.

Como tantas otras estrellas de Hollywood, Veronica Lake tuvo que inventarse a sí misma desde cero. Hija de un empleado de una compañía petrolera, la actriz nació en el distrito neoyorquino de Brooklyn con el nombre de Constance Frances Marie Ockelman en noviembre de 1922. Cuando apenas tenía doce años, su padre murió por la explosión producida en un barco petrolero, lo que le causó un profundo trauma.

Un año después de aquel episodio, su madre Constance volvió a casarse (con un ilustrador del que Veronica adoptaría el apellido) y se trasladó con su familia a Florida, donde la actriz participó en algunos concursos de belleza. “Uno de los miembros del jurado le dijo a la madre que, si alguna vez pasaban por Hollywood, él se encargaría de conseguirle a la niña una prueba cinematográfica”, contó su biógrafo y amigo el escritor Donald Bain. “La madre no se lo pensó dos veces y se fueron a Hollywood”.

Ya entonces, Lake empezaba a desarrollar toda una serie de problemas emocionales. Su madre, obsesionada con la idea de convertirla en una estrella, pese a que la susodicha no tenía el más mínimo interés en ser un personaje público, la llevó al médico, y este le diagnosticó esquizofrenia paranoica. Sus allegados cuentan que Lake, que siempre se esforzó en proyectar una falsa apariencia de chica dura, era en realidad una persona bastante vulnerable y frágil.

En 1938, su familia recaló en Beverly Hills (California), donde ella fue inscrita en la célebre Bliss-Hayden School of Acting. A fin de cuentas, su madre veía la actuación como una forma de tratamiento para su enfermedad mental. En poco tiempo, Lake demostró sus habilidades como actriz y consiguió su primer papel en una película de la clásica productora de Hollywood RKO Pictures titulada Sorority House (1939).

En aquella época, Hollywood le cambió el nombre y le dio algunos papeles secundarios en largometrajes donde solía dar vida a ingenuas universitarias. Al mismo tiempo, conoció al productor artístico de los estudios Metro Goldwyn Mayer (MGM) John Detlie, quien en 1941 se convirtió en su primer marido y, al año siguiente, también en el padre de su primera hija.

La estrella del momento

A principios de los cuarenta, Lake se erigió igualmente en la sex symbol del momento. Su larga melena rubia y ondulada, con la raya a un lado y tapándole su ojo derecho, pasó a ser su propio sello de identidad y causó sensación en el país. “El Gobierno distribuyó unos comunicados a los centros de servicio público”, comentó al respecto un ejecutivo de los estudios de Hollywood. “Estaban dirigidos a las mujeres que, por circunstancias de la guerra, colaboraban con su trabajo. Se les decía que tuvieran cuidado, que se recogieran el cabello y no se lo dejaran suelto como Veronica Lake, porque se lo podían enganchar con la maquinaria”.

La película El cuervo (1942), donde compartía protagonismo con el actor Alan Ladd, dio el gran empujón a la carrera profesional de Lake y aumentó su caché. Sin embargo, su vida personal tardó poco en empezar a desmoronarse. Cuando su marido fue destinado a Seattle tras alistarse en el Ejército, Lake se quedó en Hollywood y empezó a salir con otros hombres.

Antes de llegar a divorciarse, la actriz volvió a quedarse embarazada y descubrió que el padre de la criatura no era su esposo. Muchos en Hollywood comenzaron a referirse a ella como ‘la zorra’, y Detlie la forzó a abortar. Los directivos de la Paramount, temiendo que la historia pudiera llegar a destaparse, se inventaron luego que Lake se había caído tras tropezarse con un cable durante la realización de un programa de radio.

En pleno apogeo de su fama, Lake empezó a beber más de la cuenta para aliviar los síntomas de su enfermedad mental. Fue entonces cuando se enamoró hasta las trancas del cineasta húngaro André De Toth, un hombre dominante que se casó con ella en diciembre de 1944 y la presionó para tener hijos con él lo antes posible (lo que al parecer le provocó un cuadro de inestabilidad emocional y una fuerte depresión).

Pese a todo, Lake siguió rodando largometrajes como la película de cine negro La dalia azul (1946) o el drama Saigon (1948), donde, además de compartir protagonismo con su colega Alan Ladd, generó suculentos ingresos. En su mejor momento, la actriz llegó a ganar 4.500 dólares a la semana. El problema residía en que, cuanto más dinero ganaba, más gastaban su marido y ella. “[Veronica y André] Enseguida se compraron un rancho, una granja y una avioneta para que él pudiera volar”, contó su biógrafo. “Ella recibió clases de vuelo. Volvían a tener dinero, pero se lo gastaban todo”.

Al borde del abismo

A su crisis financiera se sumó el hecho de que, en 1948, su madre decidió llevarla a juicio, alegando que ella había sacrificado toda su vida por su hija, y que esta le había prometido que la mantendría durante el resto de su vida. Constance ganó aquel pleito, y Lake cumplió con el acuerdo, pero el asunto las alejó para siempre. Por su parte, De Toth, lejos de apoyar a su esposa en la peor de sus etapas, se dedicó a aprovecharse de ella. Cuando el valor de sus deudas superó al de sus bienes, el estado embargó su casa y el rancho que tenían en Chatsworth.

Al borde de la quiebra (y de la locura), Lake dejó a su marido y se marchó con sus hijos a Nueva York. Como sentía que estaba encasillada como mito erótico y siempre hacía los mismos papeles, abandonó Hollywood sin mirar atrás. Desde ese momento, trabajó en televisión, se casó con el editor de música Joseph McCarthy, y tuvo ocasión de ir de gira con una compañía de teatro que representaba Peter Pan, donde ella interpretó el papel protagonista. Para ello, se cortó la melena que la había catapultado al éxito y, en cierto modo, comenzó a dejar atrás su pasado.

“He llegado a un punto en mi vida en el que lo que importa son las pequeñas cosas”, confesó. “Siempre fui una rebelde y probablemente podría haber llegado mucho más lejos si hubiera cambiado de actitud. Pero si lo piensas, he llegado bastante lejos sin cambiar de actitud. Soy más feliz así”.

Aunque la felicidad y la paz le siguieron siendo esquivas a Lake, que también se divorció de su tercer marido (otro gran bebedor como ella) y terminó trabajando en el bar de un hotel donde a principios de los sesenta sería reconocida por un periodista del New York Post. "La gente sentía mucha pena por mí", escribiría luego. "Pero realmente disfruté del trabajo. Parece que he encontrado la paz. Ahórrate las altas presiones del éxito. Ya he pasado por eso".

La noticia de su nuevo estatus social ocupó todas las portadas de los periódicos de la Gran Manzana. Dolida por aquella intromisión en su vida privada, la actriz se trasladó a Florida, y de ahí viajó a Londres, donde aceptó trabajo en obras de teatro de bajo presupuesto.

Un triste final

A principios de los setenta, estrenó su última película, Flesh Feast (1970), una cinta de serie B donde encarnaba a una doctora que trabaja en un peculiar hospital de cirugía plástica, y publicó sus memorias, Veronica, en las que abordaba sus días más oscuros y hablaba con gran franqueza de Hollywood, una fábrica de estrellas que “me trituraba como una producción en una cadena de montaje”.

Tras un paréntesis de dos décadas, la actriz decidió volver a Los Ángeles, donde de alguna manera hizo las paces con la meca del cine. “Llegó a la ciudad para promocionar su autobiografía, lo que supuso el descubrimiento de la verdadera estrella”, aseguró el escritor Jeff Lenburg. “Fue a los estudios de la Paramount, y el simple hecho de caminar de nuevo por aquellos estudios le trajo una avalancha de recuerdos, buenos y malos”.

Su antiguo agente publicitario y buen amigo William Roos comentó que la actriz estaba contenta y tenía planeado volver a rodar una película cuando, durante un viaje a Vermont en 1973, tuvo que ir al médico por un fuerte dolor en el abdomen. Allí le diagnosticaron cirrosis, y a finales de junio de ese año, tuvo que ser ingresada en un hospital para ser tratada de una hepatitis aguda.

Lake falleció el día 7 de julio, con apenas cincuenta años y totalmente distanciada de su familia. Tanto es así, que ni su madre ni sus hijos acudieron a su funeral. Sus cenizas permanecieron en una funeraria de Vermont hasta 1976, cuando su colega Donald Bain pagó 200 dólares y las hizo llegar a dos de sus mejores amigos. Cumpliendo con el deseo de la actriz, la pareja las lanzó al mar de Miami.

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