'Vivir sin nosotros': ruptura de pareja a la sueca

Hablamos con el debutante David Färdmar, que en su primera película aborda desde dentro el final de una pareja gay… o no gay.
Vivir sin nosotros
Vivir sin nosotros
Cinemanía
Vivir sin nosotros

Dos chicos en una cama deshecha, pero no tanto como sus corazones. La mirada perdida, la tensión antes de la tormenta de reproches. Así se inicia Vivir sin nosotros, disección de las fases de una ruptura filmada con crudeza por David Färdmar. 

Färdmar, hombre orquesta que lo mismo ha sido director de casting que vendedor de discos, ha hecho de las dificultades de un rodaje virtud para entregar una conmovedora historia del duelo y el vacío entre dos personas que se amaron… y que ya no lo hacen (o lo hacen de otra manera).

¿Cuál es la génesis de Vivir sin nosotros?

Todo empieza en 2015, cuando encadené dos rupturas traumáticas. Como no sabía cómo enfrentarme a ellas y me considero guionista, me puse a escribir. Mi sorpresa fue que, cuando empecé a mover el guion, todo el mundo se sentía identificado con esa historia que yo creía que era tan personal.

¿Buscabas normalizar las relaciones gays, tan estereotipadas en el mundo del audiovisual?

Para mí no se trata de una pareja gay, sino de una pareja, sin más. Creo que es lo más bonito del filme, que todo el mundo se puede sentir identificado. No hay un mensaje político ni reivindicativo detrás. Solo una historia de amor.

La película se estrena en 2021. ¿Cuál ha sido su proceso de producción?

Como no teníamos dinero, empecé por rodar las primeras 14 páginas del guion en 2016, las que corresponden a la ruptura, con ayuda de la film commission de Gotemburgo, mi ciudad. Para mi sorpresa, todo el mundo quería saber qué pasaba después con los personajes. El corto tuvo repercusión en festivales y me llegó la financiación para el largo.

¿El no rodar de una vez fue un quebradero de cabeza?

Al contrario. Me permitió pulir aspectos del guion. Me adapté a las circunstancias de forma y manera que introduje los cambios de aspecto físico de los personajes (como su peso o los cortes de pelo) en nuevas escenas.

La película destaca por el naturalismo de sus escenas de sexo. ¿Fue muy complicado filmarlas?

No, en absoluto. Todos somos amigos y el equipo era muy reducido.

¿Hasta qué punto colaboraron en ellas los actores?

Pues verás. Uno de ellos es fervientemente gay y el otro fervientemente hetero. Te reto a que me digas quién es quién.

Introduces en ellas elementos como el lubricante o los condones, que no son nada convencionales…

Es que detesto esas escenas de cama en las que, cuando se inician, la cámara se va a la ventana, o a un grifo abierto. Ese tipo de metáforas me ponen nervioso. Además, el hecho de filmar con bajo presupuesto demandaba este tipo de narración.

Los escenarios blancos y sin apenas atrezzo funcionan perfectamente. ¡Todo es muy Ikea!

Está rodado en casa de un amigo. Me gustaba porque ese minimalismo le da el aire de una relación en la que uno de los dos no ha acabado por aceptar que el otro se instale en su vida.

A mí me encanta el momento en el que la pareja, una vez rota, coincide por casualidad haciéndose la prueba del sida…

Me alegra que me digas eso, porque hay gente que ha cuestionado su verosimilitud… ¡y es algo que me pasó a mí! En cuanto lo hizo, mientras bajaba en el ascensor, pensaba en lo cinematográfico que algo así era.

Evidentemente, tenemos que hablar del momento en el que suena la música de unos clásicos como Ace of Base…

Trabajé en una tienda de discos y solía venderles elepés. Pertenecemos al mismo ambiente y tenemos amigos comunes. Aun así, era costosísimo introducir sus temas más populares. Quería que sonara The Sign, pero solo tenía dinero para Would You Believe. Y creo que queda mejor. Hablando de música, también incluyo un tema de otro grupo de mi ciudad como Stakka-Bo. Lo curioso es que era el nombre artístico de mi compatriota Johan Renck, que ha acabado dirigiendo la serie Chernobyl.

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