¿Cuánto de la vida de Tolkien hay en 'El señor de los anillos'?

Prime Video estrena 'Los anillos de poder' en el aniversario de la muerte del creador de la Tierra Media. 
'El señor de los anillos' tiene muchos puntos en común con la vida de su autor.
'El señor de los anillos' tiene muchos puntos en común con la vida de su autor.
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'El señor de los anillos' tiene muchos puntos en común con la vida de su autor.

"Detesto cordialmente la alegoría en todas sus manifestaciones": así se expresaba J. R. R. Tolkien en una de sus cartas, abogando por lo que él llamaba "aplicabilidad". Una buena historia, sentenciaba el autor de El señor de los anillos, debía dejar espacio al público para que este la interpretara a la luz de sus propias ideas y vivencias, sin un autor que tratara de forzar su 'mensaje' a toda costa.

Dada la enorme popularidad de la que gozan en todo el mundo la Tierra Media y sus cosas, parece que Tolkien dio en la diana a la hora de crear relatos capaces de atraer lectores de toda índole. No obstante, ahora que Prime Video estrena El señor de los anillos: Los anillos de poder el 2 de septiembre, aniversario de la muerte del escritor, es inevitable hacerse un par de preguntas. 

La primera de esas cuestiones es si Tolkien incluyó elementos de su vida personal en la Tierra Media y su mitología. La segunda, si dichos elementos pueden rastrearse. Y la respuesta a ambas es "sí": aunque a veces muy bien disimulados, y no necesariamente autobiográficos, los pedacitos de la personalidad tolkieniana forman un sendero que nos lleva de Hobbitón a Minas Tirith, y a veces mucho más allá. 

Las palabras y las cosas

Cate Blanchett como Galadriel en 'El señor de los anillos'.
Cate Blanchett como Galadriel en 'El señor de los anillos'.
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Desde bien pequeño, J. R. R. Tolkien le dedicó horas incontables a su "vicio secreto": inventar lenguas imaginarias en cuyos elementos (gramática, vocabulario y, sobre todo, fonética) trabajó durante toda su vida. "Las historias nacieron para darle un mundo a esos lenguajes, y no al revés", confesó el autor, extrañándose de que sus lectores encontraran tan fascinante todo aquello del quenya y el sindarin.

Por suerte para él y para su familia, Tolkien logró convertir esa obsesión en un medio de vida dedicándose a la filología. Y, en ese campo se apuntó el gol de reivindicar la importancia de Beowulf, el poema épico sobre un héroe exterminador de monstruos: dicha obra, considerada ahora como el pilar de la literatura anglosajona, era vista antes de Tolkien como una curiosidad histórica, útil para estudiar una lengua muerta y poco más, debido a sus elementos de fantasía. 

La manía lingüística de Tolkien no abarcaba solo la invención de palabras, sino también las impresiones que estas le despertaban. Por ejemplo, los idiomas élficos están llenos de elementos tomados del finlandés, ya que este idioma le resultaba especialmente agradable, mientras que la Lengua Negra de Mordor contiene sonidos que le parecían feos. Gracias a esto, sabemos que el escritor le tenía manía a los fonemas guturales, y probablemente también a la letra "u". 

La religión

Ian McKellen como Gandalf en 'El señor de los anillos'.
Ian McKellen como Gandalf en 'El señor de los anillos'.
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En la Tierra Media, como en el Génesis, "en el principio era el verbo". Y, dado que Tolkien era lo que en Isengard y Mordor se conoce como "un capillitas", dicha similitud no resulta en absoluto casual. Menos aún si recordamos que el escritor era católico, lo cual, en la Inglaterra de principios del siglo XX, le convertía en miembro de una minoría, si no discriminada oficialmente, sí vista aún con suspicacia.

La religiosidad a machamartillo de Tolkien marcó su biografía en muchos aspectos: no en vano su tutor legal tras la muerte de su madre había sido Francis Xavier Morgan, un jesuita de origen español (del Puerto de Santa María, concretamente) al que veneró como una figura paterna, y cuya influencia le llevó a simpatizar con el bando fascista durante la Guerra Civil española. 

Asimismo, la devoción por la fe de Roma se vio reflejada en su obra. Pero, a diferencia de su colega C. S. Lewis, que llenó sin tapujos Las crónicas de Narnia con alegorías religiosas, Tolkien no trató de convertir la Tierra Media en un instrumento para la conversión de infieles, sino que trabajó para que dicha 'subcreación' (como él la denominaba) fuese coherente con sus creencias. 

Esto abarca desde el mito de creación que encontramos en los primeros capítulos de El Silmarillion, con un dios padre (Eru Ilúvatar) y un ángel caído que le desafía (Melkor, también llamado Morgoth), hasta esos tormentos íntimos sobre la redención de los orcos que le asaltaron durante y después de escribir de El señor de los anillos. Asimismo, la Tierra Media espera su propio Apocalipsis, el Dagor Dagorath, que (para variar) nos ha llegado solo en forma de borradores.

La naturaleza

Bárbol, el pastor de árboles de 'El señor de los anillos'.
Bárbol, el pastor de árboles de 'El señor de los anillos'.
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"Había un sauce suspendido sobre el estanque, y yo aprendí a subirme a sus ramas. Un día, lo cortaron: no hicieron nada más, solo dejaron el tronco en el suelo. Yo nunca lo he olvidado". Así recordaba Tolkien una de las anécdotas más tristes de su infancia, ya de por sí bastante desdichada. La cual nos recuerda que, en la Tierra Media, el respeto a la naturaleza es un valor capital.

Al igual que el dibujante y escritor William Blake, un precursor lejano (y bastante más radical) de su trabajo, Tolkien consideraba que la revolución industrial había arrasado el paisaje inglés y llenado el país de desigualdades sociales. Algo acentuado por el hecho de que su infancia y juventud hubieran transcurrido en Birmingham, esa ciudad fabril cuyo paisaje hemos visto recorrer a los hampones de Peaky Blinders.

Desde Saruman dejando los bosques de Isengard como un solar hasta esa Barad-dûr (la torre de Sauron en Mordor) descrita como un híbrido de prisión, castillo y factoría, esta desconfianza hacia la industrialización está de lo más presente en la Tierra Media. Algo a lo que hay que sumar la huella de los escasos viajes de Tolkien, como esa visita a los Alpes suizos en 1911 que le impresionó lo bastante como para modelar las Montañas Nubladas a partir de sus recuerdos. 

La guerra

J. R. R. Tolkien en la I Guerra Mundial (izda.) y Sean Astin como Sam en 'El señor de los anillos' (dcha.).
J. R. R. Tolkien (izda.) y Sean Astin en 'El señor de los anillos' (dcha.).
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"Todos éramos orcos en las trincheras": esta frase de Tolkien, acerca de su experiencia en la batalla del Somme durante la I Guerra Mundial, da buena idea de sus recuerdos acerca de un conflicto en el que sus amigos de juventud cayeron como moscas y del cual él mismo estuvo a punto de no regresar jamás. Si alguna vez te has preguntado de dónde salió el lúgubre paisaje de la Ciénaga de los Muertos, aquí tienes la respuesta.

 Aunque Tolkien solo pasó cuatro meses en el frente, como oficial del 11 de Fusileros de Lancashire, ese tiempo le bastó para contemplar tremendas masacres, para servir de almuerzo a una legión de piojos y para contraer una fiebre bacteriana que obligó a sus superiores a repatriarlo a Inglaterra. A su regreso, el joven teniente mostraba síntomas de algo que, por entonces, se conocía como 'shell shock', y que ahora llamaríamos "estrés postraumático". 

Las enseñanzas que el escritor extrajo de la guerra fueron pocas y desagradables. Pero entre ellas destacaron un odio eterno a la autoridad coercitiva ("El trabajo más indigno para un hombre es dar órdenes a otros hombres") y la admiración por esos soldados de clase obrera que vio morir por centenares y con los que, por cosas del rancio clasismo británico, se le prohibía confraternizar. 

Es posible que ya lo hayas adivinado, pero el personaje de Sam Gamyi es el homenaje de Tolkien a sus compañeros de infortunio. Y el colofón de su historia (casado con una chica que le quiere, padre de familia numerosa y libre para envejecer y prosperar en su querida Comarca) es el final feliz que muchos de ellos jamás tuvieron.

La querida Oxford

La Comarca en 'El señor de los anillos' (izda.) y J. R. R. Tolkien en Oxford (dcha.).
La Comarca en 'El señor de los anillos' (izda.) y J. R. R. Tolkien en Oxford (dcha.).
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Muchos lectores de El señor de los anillos y El hobbit hemos pensado que dichas obras transcurren en otro planeta. Algo que a Tolkien, por raro que parezca, no le hacía demasiada gracia. Al igual que autores de espada y brujería como Robert E. Howard, el escritor imaginó su mundo como un pasado lejano para la Tierra. Y, siempre minucioso, trazó paralelismos entre su geografía y la de nuestros mapas. 

De esta manera, sabemos que la situación de Gondor corresponde más o menos con la de Italia (Minas Tirith, concretamente, caería donde ahora está Florencia), mientras que las bocas del Anduin equivaldrían a Grecia. Pero lo que más nos interesa es el emplazamiento de la Comarca: el hogar de los Hobbits tendría las coordenadas de Oxford, esa ciudad universitaria en la que Tolkien habitó de 1911 a 1971.

Esta coincidencia tiene todo el sentido, porque el escritor se declaraba a sí mismo como "un hobbit en todo, salvo en la altura". Entre los rasgos que compartía con los Medianos, Tolkien citaba su escaso amor por los viajes, su amor por la buena comida (si bien detestaba la alta gastronomía, especialmente cuando llegaba de Francia) y su afición por vestir chaleco mucho después de que esta prenda hubiera pasado de moda. 

Cabe preguntarse si esa descripción afectaría también a sus compañeros de los 'Inklings', ese club literario del que fue miembro junto a otros profesores de la universidad (entre ellos, C. S. Lewis) y en cuyo seno tuvieron lugar las primeras lecturas de El señor de los anillos. Lecturas ante las cuales, todo hay que decirlo, ciertos miembros de la sociedad reaccionaban al grito de "¡Oh, no, otro puto elfo!".

Una historia de amor

Retrato de Edith Tolkien (izda.) y Liv Tyler como Arwen en 'El señor de los anillos' (dcha.).
Retrato de Edith Tolkien (izda.) y Liv Tyler como Arwen en 'El señor de los anillos' (dcha.).
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Si has visto una foto de la tumba que Tolkien y su esposa Edith (de soltera, Bratt) comparten en Oxford, te habrá extrañado ver los nombres "Beren" y "Luthien" grabados en la lápida. Salvo en el caso de que conozcas el imaginario del escritor: entonces, ese detalle te habrá emocionado, porque la historia de amor entre el humano Beren y la elfa Luthien (ambos antepasados de Aragorn y Arwen) es uno de los secretos más hermosos de la mitología de la Tierra Media.

Para no enfangarnos demasiado con una sinopsis, dejémoslo en que este cuento incluye licántropos, vampiros, perros que hablan, joyas malditas y una heroína extremadamente valerosa capaz de bajar al infierno para rescatar al hombre al que ama. Y de darle un par de tollinas bien dadas al mismísimo Sauron, también.

Pese a su escaso amor por la alegoría, Tolkien admitió ante sus hijos que la historia de Beren y Luthien estaba inspirada por su noviazgo y posterior boda con Edith. Una relación que tuvo que luchar, primero, contra los prejuicios de sus familias (ella era protestante, y él católico). Para colmo, una vez que logró casarse, la pareja se vio separada por la marcha de Tolkien al Somme.

Si sumamos a todas estas desgracias dos caracteres muchas veces poco compatibles, hablamos de un matrimonio complicado. Pero, a pesar de los pesares, John y Edith se quisieron mucho y hasta el final, como prueban las desgarradoras cartas en las que él la recordaba tras su muerte. Así pues, es una lástima que solo Tolkien (un biopic tirando a mediocre estrenado en 2019, con Nicholas Hoult como el escritor) quede como testimonio audiovisual de esa historia. 

La trilogía de Peter Jackson le dedicó un guiño a la historia de Beren y Luthien en La comunidad del anillo (para buscarlo, eso sí, tendrás que acudir a la versión extendida), mientras que Los anillos de poder se quedará sin abordarla por temas de derechos. No obstante, podemos abrigar la esperanza de una futura adaptación: esperemos que esta, si llega alguna vez, le haga justicia a la historia. 

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