'Sapo, S.A.': las memorias del astuto ladrón que robó los cuadros de Esther Koplowitz y hoy vive a tutiplén

La serie documental 'Sapo, S.A. Memorias de un ladrón' sobre "el Messi de la delincuencia" puede verse en Prime Video.
'Sapo, S.A. Memorias de un ladrón'
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Cinemanía
'Sapo, S.A. Memorias de un ladrón'

Ya en sus primeros treinta segundos de metraje, Sapo, S.A. Memorias de un ladrón, el último true crime de Prime Video, avisa a los espectadores de que lo que van a ver no es un programa de investigación periodística. Es la historia, dice el narrador, de uno de los mayores ladrones del mundo contada en primera persona. 

Acto seguido, se presenta frente a ellos la figura de Jon Imanol Sapieha, alias Sapo. Mirando a la cámara, se define a sí mismo como un “criminal retirado” y explica que, entre sus acciones “más nombradas” están el atraco al Banco Popular de Yecla (con el método del butrón), y el robo de valiosos cuadros en casa de Esther Koplowitz (poseedora de una de las mayores fortunas de este país).

Algunos se convierten en criminales por necesidad económica; otros lo hacen por elección personal. Sapo, que se confiesa adicto al dinero, los coches y el sexo, reconoce en el documental que pertenece a esa segunda categoría. Dice que con seis años hizo sus pinitos mangando un chupachups, y que algún tiempo después, tras recibir formación militar en la Armada francesa, dio un paso al frente robando seis furgones. “Después de hacerlo para la Armada, decidí hacerlo para mí y para mi grupo”, explica el francés, que decidió poner el huevo en España tras comprobar que en este país las penas para los chorizos eran más laxas.

Robo en Yecla

El primero de los cuatro capítulos que conforman la serie Sapo, S.A. Memorias de un ladrón, dirigida por Nacho Medina, aborda cómo se puso las botas Sapo en la Nochebuena de 1998. Ese día, se presentó con sus secuaces en la oficina del Banco Popular en Yecla, donde había escuchado que muchos lugareños guardaban dinero negro y joyas en las cajas fuertes. Después de abrir un boquete de cuarenta centímetros de diámetro, aquel grupo de doce ladrones accedió a la cámara del lugar y forzó un centenar de cajas de seguridad privadas con palanquetas.

Eligieron solo el dinero en metálico. Según la versión del cabecilla del grupo, aquel día se llevaron 2.700 millones de pesetas que guardaron en bolsas de basura del banco. Al huir, dejaron allí la máquina perforadora, lo que luego ayudaría a los investigadores a dar con ellos. Fue Sapo quien se encargó de trasladar, primero en una furgoneta y luego en un turismo aparcado en Almansa, aquel botín hasta Madrid.

'Sapo, S.A. Memorias de un ladrón'
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“No todo el mundo puede ser invitado a ser víctima mía”, comenta Sapo con orgullo. “Para poder ser robado por mí tienes que tener un estatus que te lo permita. Para que yo te robe, el delito me tiene que compensar en el caso de ser arrestado”. Por eso precisamente se fijó en Esther Koplowitz, a quien una noche de agosto de 2001 le logró birlar catorce pinturas de gran valor en su madrileño piso del Paseo de la Habana. 

La propia empresaria emitió al día siguiente un comunicado explicando que “para poder entrar en el domicilio los ladrones atacaron previamente a un guarda jurado, al que causaron diversas lesiones, y forzaron la puerta de entrada” de la vivienda.

Así dio Sapo el golpe del siglo

Sapo reconoce ahora que para llevar a cabo el que algunos consideran como el golpe del siglo empezó por ganarse la confianza de la persona que vigilaba la urbanización en la que vivía Koplowitz, desde la garita ubicada debajo de los pisos. Para conseguirlo, contrató a una muchacha que logró ligar con él y, una vez ya convertida en su novia, le presentó un día a Sapo, quien entonces empezó a engatusar al joven con regalos, viajes en yate y encuentros fogosos con muchachas guapas.

Cuando los dos hombres empezaron a tener confianza, el vigilante empezó a facilitar información valiosa de su jefa al Sapo, que ya había alquilado un piso en el mismo bloque de ella, con la intención de guardar allí su botín. Sapo cuenta que el vigilante conocía sus intenciones, y que llegó a prometerle cincuenta millones de pesetas a cambio de que le facilitara el acceso a la casa de Koplowitz. Según la versión ofrecida en el documental por el propio vigilante, él nunca pensó que el ladrón estuviera hablando del asalto en serio.

De una u otra forma, Sapo consiguió acceder una noche al interior del piso, que en ese momento estaba en obras. Una vez dentro, golpeó al vigilante (“Me había hecho perder tiempo y ahí se llevó un medio palizón”), y le ató de pies y manos para que no diese la lata. A continuación, se colocó unos guantes y pasó varias horas descolgando varios de aquellos pesados cuadros, retirando el marco que tenía cada uno de ellos y envolviéndolos cuidadosamente en papel de burbuja.

Luego guardó las herramientas que había usado, y se marchó de la casa. “Bajo, subo, bajo, subo, bajo y subo, porque no utilicé el ascensor en ningún momento”, explica sin despeinarse. “Los garajes están unidos, no hay que bajar por ningún lado, ni acceder a absolutamente nada del exterior. Me llevé los cuadros, caminando, hasta el otro piso que había alquilado para poder guardarlos”.

Durante los siguientes días, la policía española se volvió loca buscando los dichosos cuadros. Nadie podía imaginar que esos diecinueve lienzos (entre los que destacaban un Juan Gris, un Sorolla y dos Goya) nunca salieron del edificio. Como experto en la ocultación y el disfraz, Sapo se presentaba de vez en cuando en su piso alquilado, con ropa de mujer, para contemplar un botín cuyo valor total se aproximaba a los trescientos millones de euros. Allí permanecieron los cuadros hasta que su ladrón, una vez descubierto y detenido, llegó a un acuerdo de conformidad.

'Sapo, S.A. Memorias de un ladrón'
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“Se disfrazó como una operación policial cuando, en realidad, había negociado nuestra libertad y una condena mínima si devolvía los cuadros”, explica. “Como parte de la devolución, se había negociado que la policía ‘encontraría’ los cuadros”. Y así sucedió. Al final, la policía se atribuyó el mérito de que la operación llegase a buen puerto, la víctima del robo recuperó sus cuadros, y a modo de recompensa convirtió a uno de aquellos polis en su jefe de seguridad, y el ladrón se forró igualmente sin apenas pisar la cárcel. Spain is different

"El Messi de la delincuencia"

Como cabe esperar tratándose de un ladrón profesional, Sapo rara vez actuaba solo. “Casi toda la gente que ha trabajado conmigo, en mi grupo personal, era exmilitar”, confiesa. “Era gente muy disciplinada. Tenía que ser leal, no tener vicios, tener pocos o tenerlos totalmente controlados, y ser muy profesional en cualquier cosa que tuviese que hacer. Trabajando conmigo he tenido a gente de países del este, de África, de Estados Unidos, con todo tipo de ideas políticas, de todo tipo de color,... Eso no me importa”.

En Sapo, S.A. Memorias de un ladrón no faltan los testimonios de varios de los afectados por los golpes de este viejo conocido de la policía, algún que otro agente al que Sapo pasó años trayendo de cabeza, o el abogado del protagonista, que no pierde ocasión para rendir homenaje a uno de sus más fieles colaboradores, Ángel Flores, alias Casper, un violento ladrón, torturador y narcotraficante que en 2015 fue condenado a noventa años de prisión (y el pasado año falleció víctima de un cáncer).

Ángel Flores, Cásper
Ángel Flores, Cásper
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“Casper sería el Messi, y Jon sería el Cristiano Ronaldo de la delincuencia”, opina el letrado César Barrado. “Ellos juegan en distintos equipos, pero luego se juntan en partidos estrella. Hacen sus cosas juntas y sus cosas por separado, pero los dos son genios. Hay delincuentes y hay gente que quiere ser ellos. Quieren ser personas de éxito, personas con dinero, personas que no hace falta que hagan daño para que la gente les tenga un temor, gente con honor y dignidad, gente seria y dura que ha triunfado tanto en el delito como en la vida empresarial. Todos los delincuentes que quieren ser algo el día de mañana se fijan en ellos”. Porque "Viva España, viva el Rey, viva el orden y la Ley".

Otras labores

Pero ojo, que a Sapo lo tachan algunos de sociópata y resulta que también está dispuesto a ayudar al prójimo. Siempre que a cambio obtenga algún tipo de beneficio económico, claro. El caso es que él asegura que jugó un papel importante en la liberación del atunero vasco Alakrana, secuestrado por varios piratas somalíes con 36 tripulantes a bordo, de los que 16 eran españoles. “Me llama un agente del CNI y me encarga conseguir la liberación de españoles por cualquier medio”, cuenta. “¿Ahí qué se hace? Cumplir con lo que piden los jefes de los piratas, que era pagar, pagar y pagar. Si no, habría muerto todo el mundo en esa operación”.

Es difícil saber a ciencia cierta si, como él asegura, el Gobierno de Zapatero le pagó (secretamente) un millón de dólares. En cambio, no es de extrañar que Sapo acabara tendiendo una trampa a los piratas para atacar su campamento y robarles el botín. “Inmediatamente después de este pago, [los piratas] se suben a sus barcos y se van a tierra. Lo que nunca se imaginan es que las bolsas de dinero llevan un sistema de GPS en las costuras. Ese dinero seguía bajo mi control, y me tocaba recuperar el dinero para mi vida personal. Nunca tengo suficiente. Soy insaciable”.

'Sapo, S.A. Memorias de un ladrón'
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Su reguero de delitos incluye la estafa de un millón de dólares en la compraventa de oro por la que, en junio de 2020, fue detenido por última vez en la Costa del Sol, donde vivía a tutiplén. El último capítulo de la serie documental muestra la vida actual de un hombre que no tiene ya miedo a hablar públicamente de las fechorías que jalonan su currículo (al menos de los delitos que ya han prescrito), y que hoy dice ser un millonario empresario de éxito que reside en algún rincón de África donde lleva ese alto nivel de vida que siempre persiguió.

Afirma que está retirado de la delincuencia (porque la policía está hoy “mucho más preparada” y ya no le compensa tomar riesgos). Pero sabiendo que llega un momento en que la cabra tira al monte, y que todavía suelta perlas como que el sueño de su vida “es tener la Gioconda en el cuarto de baño”, no estaría de más que sus vecinos más pudientes contrataran las mejores cámaras de seguridad para vigilar sus pertenencias.

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