Crítica de 'Scott Pilgrim da el salto' en Netflix: una adaptación anime que nunca te da lo que esperas

La adaptación del estudio japonés Science Saru, firmada por el autor del cómic original, Bryan Lee O'Malley, cambia con éxito las reglas del juego en las adaptaciones de un medio a otro.
Imagen de 'Scott Pilgrim da el salto'
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Cinemanía
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Scott Pilgrim contra el mundo, la película dirigida y coescrita por Edgar Wright, llevó a cabo uno de los trabajos de adaptación más exitosos del blockbuster moderno. 

La saga de cómics de Bryan Lee O'Malley en la que se basaba seguía a medio acabar por aquel entonces, pero el ingenio de Wright para trasladar su tono a la gran pantalla (su estructura de cine setentero de artes marciales, sus hiperestimulantes recursos visuales de tebeo y de videojuego) solo se vio superada por su capacidad de hilar con habilidad todo aquello a lo que su autor aún no había llegado.

Y O'Malley se dio cuenta de esto. Muchas otras versiones de obras en activo parecen resentirse una vez tienen que apañárselas por sí solas (preguntádselo a una gran cantidad de fans de Juego de tronos), pero lo más curioso del caso Scott Pilgrim es que terminó creando una especie de simbiosis entre obra original y adaptación, hasta el punto en el que el propio autor incorporaría a posteriori elementos y gags de la película en los tomos finales con total bendición de Wright.

Es por ello que, cuando la idea de firmar un anime de Scott Pilgrim llegó a oídos de O'Malley, este mostró escepticismo. La que él consideraba la adaptación perfecta ya estaba hecha y no sentía que reescribir sus propios cómics, ahora animados, fuera a aportarle mucho. No fue hasta unir fuerzas con el cineasta BenDavid Grabinski, al que invitó a coescribir el proyecto a cuatro manos tras verse intrigado por sus ideas al respecto, que decidió darle un tiento a reinventar su propia historia.

'Scott Pilgrim da el salto'
'Scott Pilgrim da el salto'
Netflix

Reinventar deleitando

Por suerte esa reinvención, Scott Pilgrim da el salto, funciona a todos los niveles. Para empezar, el estudio escogido le va como anillo el dedo: Science Saru lleva más de una década firmando maravillas lisérgicas en el mundo del anime bajo la tutela de sus fundadores, el director Masaaki Yuasa y la productora Eunyoung Choi, y la dirección del barcelonés Abel Góngora (ya jefe de animación en clásicos modernos de Yuasa como la brillante Night Is Short, Walk on Girl) le da a la serie un ritmo y una identidad visual tan reconocibles como incomparables.

Sus secuencias de acción en particular, tan veneradas en el largometraje de Wright, no se quedan atrás aquí. Góngora, que también se encarga del guión gráfico, dota cada escena que firma de una inventiva constante; con set-pieces como la pelea en el videoclub brillando con luz propia. Pero nada de esto funcionaría si el guion no estuviera a la altura.

Por ello, quizá la jugada más inteligente de O'Malley y Grabinski es la falsa sensación de seguridad que deciden crear inicialmente en el espectador, abriendo Scott Pilgrim da el salto como si fuera la adaptación más fiel del mundo solo para subvertir de golpe todas nuestras expectativas. 

Lo mejor de la serie es que jamás dejan de hacer esto, reconfigurando y reimaginando toda clase de arcos de personaje mientras dan cancha de formas divertidísimas a personajes que nunca tuvieron el espacio suficiente para brillar, de Matthew Patel a Young Neil.

'Scott Pilgrim da el salto'
'Scott Pilgrim da el salto'
Cinemanía

No solo regresan O'Malley y un Wright que ahora ejerce de productor: el reparto entero de la película está a bordo, pese a haber pasado de ser casi unos desconocidos en 2010 a algunas de las estrellas más cotizadas de Hollywood en 2023, y lo mucho que gozaron aquel rodaje podría ser gran parte de la razón. Se termina notando: a menudo parecen estar pasándoselo como nunca en sus interpretaciones (prestad especial atención a un Chris Evans desatadísimo como Lucas Lee), lo que también resulta contagioso y contribuye a la energía de la serie.

¿Nadie va a pensar en los fans?

La Scott Pilgrim contra el mundo de Wright fue una obra incomprendida y adelantada a su tiempo, fracasando en taquilla y encontrando su público de forma gradual (“años, no días”, le escribió el productor de la película a su desolado director el fin de semana del estreno) hasta convertirse en un clásico de culto. 

De forma similar, resulta complicado adivinar cómo será recibida Scott Pilgrim da el salto: quizá resulte demasiado metarreferencial y dependa en exceso de conocer su narrativa previa para la gente que entra a ciegas, y quizá se les antoje demasiado irreverente a los fans que anhelan una versión animada de la preciada obra original.

El tiempo dirá si el público la abraza o si sus elementos más iconoclastas terminan convirtiendo la reinvención de O'Malley en una obra divisiva (resulta incluso difícil no pensar en Los últimos Jedi en ciertos momentos climáticos de la misma), pero desde aquí únicamente podemos vitorear que Scott salga victorioso de este combate contra la adaptación tradicional.

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