La tercera temporada de 'The Mandalorian' ha traicionado lo que hacía especial a la serie

Ha sido un gran error apartarse del núcleo Din Djarin-Grogu.
Fotograma de 'The Mandalorian'
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Disney
Fotograma de 'The Mandalorian'
Nuevo tráiler de la temporada 3 de 'The Mandalorian'
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La costumbre viene a ser que, en cada Star Wars Celebration, Lucasfilm no se preocupe tanto de anunciar nuevos proyectos como de asegurar desesperadamente la confianza entre accionistas y espectadores. Lleva siendo así desde, por lo menos, la decepción en taquilla de Han Solo: Una historia de Star Wars, pues la gestión de Kathleen Kennedy nunca ha conocido otra cosa que fuegos que sofocar. En el caso de la última convención teníamos el precedente acostumbrado: proyectos de Star Wars cancelados o directores en rompan filas.

También coincidía con la tercera temporada de la que antaño era la serie estrella de Star Wars: la responsable de que, luego de la debacle de Star Wars: El ascenso de Skywalker, los esfuerzos de Kennedy le dieran prioridad al streaming para impulsar multitud de series. En este caso, sin embargo, la serie desarrollada por Jon Favreau y Dave Filoni estaba dejando sentimientos encontrados en el generalmente exultante fandom: algo ocurría con la tercera temporada. Y el mismo Filoni dio, casi inadvertidamente, con un motivo durante el evento.

Lucasfilm ha anunciado tres nuevas películas de Star Wars. Una traerá de vuelta a Rey (Daisy Ridley) retomando la continuidad a partir de El ascenso de Skywalker. Otra, a cargo de James Mangold, girará en torno a los orígenes de la Fuerza y los Jedi. Y la última, dirigida por Filoni, constituirá una suerte de crossover que culmine la historia interconectada entre cada serie que el discípulo de George Lucas haya desarrollado: The Mandalorian, El libro de Boba Fett, la animada Star Wars Rebels y la futura Ahsoka. Aquí está la clave de todo.

Los momentos más adorables de Grogu, el adorable 'Baby Yoda'

La galaxia entera cabe en Disney+

Las razones para temer la decepcionante tercera temporada de The Mandalorian se vislumbraron en la segunda. La serie se había topado con inmensos aplausos (muchos de ellos de espectadores no necesariamente expertos en el canon warsie) en sus episodios iniciales gracias a algo así como el minimalismo: aventuritas autoconclusivas, veloces, con dos personajes de gran carisma. Mando, voz de Pedro Pascal, y Grogu, alias Baby Yoda. No hacía falta más que tenerlos en pantalla queriéndose.

El minimalismo no implicaba que la serie anduviera falta de corazón: la tragedia implícita en que Mando (su verdadero nombre es Din Djarin pero bah) estuviera destinado a dejar a Grogu en manos de algún desconocido porque tal era su misión, sin importar los sentimientos que guardara por el pequeño. Este corazón se mantuvo en la segunda temporada, aunque empezó a rodearse de ruido: Filoni quiso conectarla con la trama de otras series suyas como The Clone Wars o Rebels, y se pulió la posibilidad de que la serie conectara con la trilogía de secuelas.

Todo concluyó con un Luke Skywalker robótico (la voz generada por Inteligencia Artificial de Mark Hamill haciendo aún más inquietante el muñeco CGI) llevándose a Grogu. Y estaba bien, dentro de lo que cabe: la aparición de Luke había sido mejorable pero al fin y al cabo parecía una parada lógica en la serie. Un cliffhanger potente, emotivo: es solo que fue muy raro que se resolviera en una serie ajena a The Mandalorian.

Ahí es donde empezaron los problemas de verdad.

En su día nos alarmó que, antes que un spin-off, El libro de Boba Fett fuera más bien una secuela inesperada. ¿Estaba Disney construyendo una campaña de fidelización traicionera y opresiva? Evidentemente: la directiva asumió que cada fan de The Mandalorian debía verse en lo sucesivo cualquier producto relacionado con The Mandalorian, porque de lo contrario perdería el hilo de la trama. Lo más significativo de Boba Fett, más allá de lo que diantres pasara con la escena criminal de Tatooine, es que Mando y Grogu volvían a estar juntos.

Grogu en 'The Mandalorian'
Grogu en 'The Mandalorian'
Disney

Y sí, insistamos. Todo va de vender un catálogo. Simplemente hay un matiz algo más exclusivista que se ha evidenciado tras Boba Fett, culminando con la tercera temporada de The Mandalorian y el apéndice de la última Star Wars Celebration: este es el show de Dave Filoni. Quien en su momento solo se dedicara con total felicidad a la división animada de la galaxia ahora está a cargo de un proyecto transmedia cuyo objetivo final es conectar El retorno del Jedi con El despertar de la Fuerza.

Y muy bien por él, faltaría más. Filoni ha demostrado sobradamente su comprensión del universo. Seguro que está afrontando tanto The Mandalorian como todo lo que venga con ella (terminando por esa película) con el mayor de los entusiasmos. El problema viene de lo de siempre: no todos los espectadores están dispuestos a ver una serie como parte de un todo más amplio, obligados a sacarse el carné de fan fatal de Star Wars si quieren disfrutar de las monerías de Grogu.

Sobre todo si esa serie es The Mandalorian. Una serie cuyo secreto para triunfar originalmente fue apartarse del carajal de continuidades e historias expandidas que Star Wars había levantado durante décadas.

Bo-Katan (Katee Sackhoff), Grogu y Din Djarin (Pedro Pascal)
Bo-Katan (Katee Sackhoff), Grogu y Din Djarin (Pedro Pascal)
Disney

Esta serie no está lo que se dice bien

El asunto es más grave si cabe. The Mandalorian, fruto de esta apuesta por el minimalismo que se ha querido mantener para no perder su identidad por completo, tiene una serie de presupuestos que no combinan bien con la idea de un universo compartido. Presupuestos que representa Grogu en su mayor parte: su adorable personalidad, o la apuesta por una complicidad que garantiza su naturaleza de marioneta (¿hay algo más divertido que verle saltando?), dificulta que hablemos de épica, o si acaso de complejidad discursiva, alrededor.

El secreto de The Mandalorian está en los contraplanos. Mando hace algo, irrumpe algo en pantalla, e invariablemente la cámara registra la reacción de Baby Yoda. Los episodios más logrados de The Mandalorian son aquellos que se componen de un 50% de contraplanos del bebé: si se alejan de ahí la serie ve diluida su identidad.

La tercera temporada de The Mandalorian ha tenido un episodio que se apartaba durante 50 minutos de Mando y Grogu para contar una serie de movidas de Coruscant. Los protagonistas eran personajes que antes habían salido un total de dos minutos, el capítulo era el más largo de The Mandalorian hasta entonces y había una voluntad de contar cosas políticamente, siguiendo la estela de Andor.

Marcarse algo así en una serie como The Mandalorian es o bien suicida o bien una burla frontal a los fans. Cuando no una traición. Pero no llega a serlo porque Filoni está amparado en la coartada de “hay un plan”. Esos cincuenta minutos tienen su justificación en que The Mandalorian no es solo The Mandalorian: es la historia de cómo la Primera Orden nació en el seno de la Nueva República y, de algún modo, Palpatine pudo volver.

Puede que sea satisfactorio aún así. The Mandalorian sigue siendo una serie cara, sabe alternar espectáculo bien ejecutado con oportunas dosis de Grogu haciendo monerías (emplear a IG-11 como mecha pasa por ser la única cosa no execrable con la que Taika Waititi haya tenido algo que ver). También sabe apañárselas para despertar conversaciones agradables a su paso, recurriendo a Jack Black y a Lizzo si es preciso, o dando la oportunidad a Ahmed Best de reconciliarse con la franquicia.

'The Mandalorian'
'The Mandalorian'
Disney

Pero no dejan de ser rincones, mínimos exigibles para que The Mandalorian siga llamándose The Mandalorian y no 'The Rise of First Order'. Apartándonos de ellos nos topamos con una ristra de elementos a cada cual más desagradable, que han convertido la tercera temporada en algo que podríamos describir como monstruosidad química. Ingredientes diversos, que podrían funcionar por separado, se unen en la misma receta y el resultado es un estallido de azufre.

Claro que es fácil alegrarse por que Bo-Katan esté encontrando el lugar que le corresponde en Mandalore. Por supuesto que tiene su punto asistir al nacimiento de la Primera Orden, conocer el Proyecto Nigromante y encontrarse de vuelta con Giancarlo Esposito. Incluso podría pasar como levemente interesante este retrato de la Nueva República como infierno burocrático postestalinista (si bien esto convierta la retórica revolucionaria de Andor en una batalla perdida).

Pero, en medio de todo, ¿qué hay del Mandaloriano del título? Lo que importan son los Mandalorianos en plural, y la gravedad del giro puede percibirse solo con que intentemos distinguirle un rumbo dramático a lo que es hoy The Mandalorian. Las segundas temporadas describían una relación paternofilial marcada por la inminencia de una separación y la oclusión de sentimientos a la que obligaba el culto del padre.

¿Cuál es el rumbo dramático de la tercera temporada? Conectar con Ahsoka, con la trilogía de secuelas y con una película que ni siquiera tiene título. El culto del padre se ha reafirmado fuera de cualquier crítica (los esfuerzos de Mando durante los primeros episodios era ser aceptado en él nuevamente), y el dúo Grogu-Mando no tiene directriz más allá de que Grogu engrose ese mismo culto mientras Favreau y Filoni hacen malabares para que sea creíble que la criaturita no aprenda a hablar.

En resumidas cuentas, con estos mimbres no puede salir una serie mínimamente solvente. Y The Mandalorian no lo es. Ya no. No debe ser algo que a Filoni, Favreau y los demás les preocupe mucho, porque lo más importante de todo es tener nuevos proyectos que anunciar en la Star Wars Celebration del año que viene. 

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