“El primero fue ahorcarlo, y el segundo no acabar el trabajo”: así rezaba el póster de este filme en el que Clint baila al extremo de una soga por cosas de una acusación falsa (luego se pone mejor). Aunque dista de ser el mejor trabajo de la filmografía de Eastwood, tiene su importancia por ser el título inaugural de Malpaso, su productora.
Chantajeado por el terrateniente Robert Duvall, el expistolero Eastwood se une a una banda que masacra campesinos en revuelta. La falta de pretensiones es el mejor arma de este filme en el que se dan cita Elmore Leonard (guion), Lalo Schifrin (banda sonora) y una locomotora de vapor con la que Clint arma uno de los mayores ciscos de su filmografía.
No pecamos de crueles si decimos que Eastwood no es un genio del humor. Y a Don Siegel, su director de cabecera en los 70, tampoco le sobraba la vis cómica. Menos mal que ahí estaba Shirley MacLaine para dar un poco de vidilla a esta conjunción de risas y western crepuscular. Y, además, la hermana de Warren Beatty hace de monja. ¿O no?
Como todo el mundo sabe, Clint Eastwood es un gran amante de la música. Tal vez por ello (o para escapar de la sombra del ‘Hombre Sin Nombre’, qué paradoja) aceptó participar en este musical sobre la fiebre del oro en California junto a Lee Marvin y la malograda Jean Seberg. Cosas de la vida: mientras que Wand’rin Star, cantada por Marvin, se convirtió en un single de éxito, Clint solo se llevó risas con su I Talk to the Trees.
Con su fino humor habitual, Eastwood incluyó un guiño a sus dos maestros en su primer western como director. Los nombres “Sergio Leone” y “Don Siegel” aparecen en sendas lápidas de un cementerio durante este filme muy tétrico, muy violento y muy fantasmagórico. Ojo al último diálogo…
¿Es un western? ¿Es un drama? ¿Es una película bélica? ¿Es un thriller? Basándose en la misma novela de Thomas Cullinan que Sofia Coppola adaptaría en La seducción, Siegel y Eastwood deconstruyen varios géneros a la vez encerrando al segundo (soldado de la Unión) en un internado lleno de señoritas tan confederadas como vengativas. El resultado es una película espeluznante y revisable.
Puestos a recomendarte películas, ¿te fías de Orson Welles? El autor de Ciudadano Kane se deshizo en elogios ante este filme (nominado al Oscar a la Mejor banda sonora), afirmando haberlo visto cuatro veces seguidas y señalando a Eastwood como uno de los mejores directores de EE UU. En su momento, aquello sonaba a boutade, pero la historia acabó dándole la razón al viejo ballenato.
Poner en orden de calidad las películas de la ‘Trilogía del Dólar’ es un trabajo de alto riesgo. Pero, habiéndolo dicho, la que menos nos convence es la segunda. Ojo: esto no quiere decir que La muerte tenía un precio no sea un monumento a las glorias del spaghetti western (nada más lejos de la realidad) sino que, junto a la gloriosa cutrez de su predecesora y el triunfo épico de la tercera entrega, resulta una obra de transición.
¿Pensabas que John Wick se pasaba de rosca vengándose por la muerte de su perro? Pues espérate a ver la escabechina que se arma, en el penúltimo western firmado por Clint Eastwood, a raíz de la defunción del can de una niña (Sydney Penn). Los Oscar no hicieron ni caso, para variar, pero la película (un remake oficioso del clásico Raíces profundas) fue nominada a la Palma de Oro en Cannes.
“Su película es muy buena, pero es mi película”: eso fue lo que le soltó, en un telegrama, Akira Kurosawa a Sergio Leone tras ver el primer capítulo de la ‘Trilogía del Dólar’. Y tenía razón, porque la cinta no deja de ser una espléndida fotocopia de Yojimbo (1961) a la que Clint Eastwood se había sumado por recomendación de un compañero en la serie Cuero crudo, sin más intenciones que ganarse un dinerillo extra y hacer turismo. Quién le iba a decir que la conjunción de un poncho, un revólver y una mirada torva le pondrían en un camino sin vuelta atrás, cuyo destino final era la gloria cinematográfica.
No te fíes de él: ese granjero al que ves llevando flores a la tumba de su mujer es William Munny, de Missouri, el mismo que dinamitó el tren Rock Island and Pacific en 1869 matando a mujeres y niños. O, lo que es lo mismo, la última máscara elegida por Eastwood para dinamitar desde dentro el mito del pistolero solitario. Tomando un guion de David Peoples (Blade Runner) que había pasado por las manos de Coppola, el cineasta entregó una obra maestra tan irrefutable que hasta la Academia tuvo que darse por enterada: Sin perdón ganó los Oscar a Mejor director y Mejor película, amén de estatuillas para Gene Hackman (actor de reparto) y el montador Joel Cox.
Del primer “uauauah” al último (ese que disimula el “¡Eres un hijo de…!” de Eli Wallach), el tercer capítulo de la ‘Trilogía del Dólar’ es una obra maestra. Y no lo decimos solo nosotros: Quentin Tarantino, sin ir más lejos, lo considera la mejor película de toda la historia del cine. Manda narices, pues, que esta sea la entrega de la saga en la que Eastwood menos aparece. Siempre tacaño, y elevado al estrellato por los capítulos anteriores, Eastwood exigió un sueldo astronómico y se quejó del protagonismo de los personajes de Wallach y Lee Van Cleef (“En la próxima, tendré que actuar junto al jodido Séptimo de Caballería”, espetó). Así pues, Leone y él acabaron partiendo peras tras rodar esta maravilla en la que se dan la mano Bertolt Brecht, S. M. Eisenstein y la serie B para cines de barrio.