Una de las pocas películas que justifican el uso de la expresión 'tour de force actoral', porque nada define mejor los niveles de exhibicionismo a los que llega Harvey Keitel en este descarnado relato urbano de corrupción policial donde no hay moraleja ni redención que valgan. Rayas de farlopa, chutes de heroína, toneladas de culpa católica, violaciones, masturbaciones, vejaciones y lenguaje soez combinados en verso libre construyen un poema rabioso y herrumbroso que nada define mejor que un lamento apagado dando vueltas con los brazos abiertos y en pelotas.
Desde los comienzos de su carrera, cuando aún tenía esperanzas de repetir taquillazos como Los vividores y MASH, Robert Altman había estado dándose de cabezazos contra la industria. Y, tras una larga travesía del desierto, resultó que su salvación comercial estaba... en una sátira contra esa misma industria. Enredándonos en sus habituales narrativas sin centro ni extremos, sacándole partido a la jeta de cemento de Tim Robbins y con una lista de cameos as himself que da vértigo (¡Cher! ¡Jeff Goldblum! ¡Jack Lemmon!), El juego de Hollywood dejó claro que Altman había visto dónde estaba el futuro del cine: en el asesinato.
¿Una película de Batman en la que el Hombre Murciélago apenas aparece? ¿Y en la que, cuando se deja ver, apenas pincha o corta en la trama? Pues sí: a estas alturas, se notaba ya que lo de Tim Burton no son los cómics, precisamente. Por suerte, el cineasta tenía dos asideros, en forma de Danny DeVito ("Con cinta adhesiva y un poco de paciencia...") y, sobre todo, de una Michelle Pfeiffer suprema, gatuna y vengadora. Gracias a este Pingüino, a esta Catwoman y a sus virtudes estéticas (nunca hemos vuelto a ver una Gotham tan imponente), Batman vuelve se ha ganado su lugar en la historia.
Algo menos brutal que su debut Voces distantes (1988), y acercándose en abstracción y síntesis narrativa a su trilogía de cortometrajes (1976-1983), Terence Davies volvió a revelarse como el director más interesante e infravalorado de Gran Bretaña, compitiendo con Derek Jarman y Peter Greenaway en su propia época y su propio terreno. Sin apenas diálogos, pero con una fotografía y un montaje portentosos, El largo día acaba es todo un tratado sobre cómo el cine y la música son tablas de salvación frente a la miseria material, el oscurantismo y la homofobia.
El urbanismo como expresión de la lucha de clases, y el grafiti y las leyendas urbanas como formas de preservar la memoria en el gueto. Tal vez Bernard Rose (autor también de la rarísima y reivindicable La casa de papel) no haya vuelto a dirigir nada decente en su vida, pero en este filme basado en un relato de Clive Barker (Hellraiser) supo articular esos temas con elegancia (¡esas miradas al vacío de Virginia Madsen!), con musicón de Philip Glass y con los paisajes de Cabrini Green, un infernal complejo de viviendas de Chicago, en un clásico del terror que evita los sustos fáciles. Si te dan miedo las abejas, ni te plantees ver esta película.
Con guión de Rafael Azcona, música de Antoine Duhamel, y los actores más prometedores del cine español, ¿qué podía salir mal? Fue un proyecto que se había cancelado tres veces y que terminó siendo rodado en Portugal, donde los salarios eran más bajos, para poder salir adelante. Sin embargo, la historia de un militar desertor que, en vísperas de la Segunda República española, encontraba la felicidad gracias al artista Fernando Fernán Gómez y a sus explosivas hijas, se alzó con el Oscar a mejor película de habla no inglesa. Seguro que los académicos siguen recordando aquel “Me gustaría creer en Dios para poder darle las gracias, pero yo solo creo en Billy Wilder. Así que gracias, señor Wilder”, de Trueba al recoger el galardón.
Cuenta conmigo, La princesa prometida, Harry encontró a Sally, Misery... Un Rob Reiner en estado de gracia se puso serio y apostó por esta drama judicial sobre un abogado de la Marina (Tom Cruise) enfrentado al detestable comandante en jefe de la base de Guantánamo (Jack Nicholson). Esta es, ante todo, una crítica al sistema militar de EE UU a modo de batalla judicial y códigos rojos que revela una dolorosa verdad: el mundo es un lugar imperfecto y necesitamos a Nicholson vigilando nuestros muros, por mucho que al idealista Cruise, y a nosotros, nos cueste reconocerlo.
Los ecos de la expresión "una película de James Ivory" se han diluido con los años. Pero en 1992 (después de triunfos como Oriente y Occidente, Una habitación con vistas)el nombre del director estadounidense evocaba dramones muy británicos y muy de época que no sólo no aburrían, sino que apasionaban. Adaptando una novela de E. M. Forster, y con Anthony Hopkins y Emma Thompson (que se llevó el Oscar) al frente del reparto, Ivory logró aquí, si no la muestra más accesible de su estilo, sí la más refinada.
Obra cumbre de Edward Yang y título emblemático de la Nueva Ola del cine taiwanés que se desarrolló durante los 80 y 90. En consonancia con las constantes del movimiento, con hipnótico naturalismo y actores no profesionales Yang narra a lo largo de casi cuatro horas los años de formación de su joven protagonista durante la primera mitad de la década de los 60, con una Taiwán sometida a China pero profundamente embriagada por la cultura pop de EE UU.
Según el viejo dicho periodístico, lo interesante no es que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro. Partiendo de esa frase (que inspiró el título anglosajón del filme: Man Bites Dog), cabe asumir que el psicópata encarnado por el codirector Benôit Poelvoorde podría, no ya hincarle los dientes a un Fila brasileño, sino comérselo vivo. Este perverso mockumentary, con un equipo de periodistas siguiendo al asesino día y noche, parecía exagerado hace 25 años. Ahora, tras ver según qué reality shows, podría dar la impresión de haberse quedado corto.
Cada otoño, el artista Antonio López intenta pintar uno de los frutos que crecen en el membrillero que tiene plantado en su patio, pero el desafío de capturar en el lienzo la luz del sol tal y como se filtra a través de las hojas del árbol siempre se convierte en un quebradero de cabeza. A partir de ese empeño, Erice hizo un retrato meticuloso y sereno del proceso creativo.
La última película hongkonesa de John Woo antes de partir hacia EE UU lo tiene todo: detectives implacables, jefes de triada sanguinarios, policías encubiertos, un trío de ases (Chow Yun-fat, Anthony Wong y Tony Leung), cámaras lentas, tiroteos por un tubo con jazz de fondo y un clímax hospitalario (sí, el del bebé en brazos) que es puro disfrute cinético para las retinas.
Antes de entablar su bromance con Tom Hanks, y antes de que su relación con los efectos digitales se volviese obsesiva, Robert Zemeckis era aún capaz de excesos destrozones como esta comedia con guion de David Koepp (Parque Jurásico) y la obsesión de Hollywood por la belleza como percha de los golpes. Más allá de un Bruce Willis en estado de gracia cómica, lo más flipante de La muerte os sienta tan bien no es sólo los desmanes de látex y píxeles con los que deforma a Meryl Streep y Goldie Hawn. Lo que de verdad alucina es ver a la Streep (que detestó la película) riéndose de sí misma de una manera que no volvería a repetirse hasta Mamma Mia!
El padre de Ghibli venía de firmar sus dos mejores relatos infantiles (Mi vecino Totoro y Nicky, la aprendiz de bruja) y solamente tenía intención de hacer una sencilla adaptación de uno de sus mangas sobre aviación. La guerra en Yugoslavia empujó al maestro japonés a darle un tono decididamente más político al filme, ambientándolo en la costa adriática a principios de los años 30 y convirtiendo a su puerco antropomorfo en un veterano de la Primera Guerra Mundial que no duda en declararse explícitamente antifascista: "Prefiero ser un cerdo a ser un fascista".
Uno de los mejores papeles de la carrera de Al Pacino (que ya es decir) fue este coronel retirado por una accidental ceguera, con un joven estudiante (Chris O'Donnell) como lazarillo. Remake de la película italiana de 1974 Perfume de mujer, Martin Brest, que hasta ese momento era conocido por la comedia Superdetective en Hollywood, permitió a Al Pacino, actor de método, saltarse el guión: según el actor, si uno está realmente enfocado en un personaje, los diálogos salen solos. Algo de razón tenía para cuando se llevó su único Oscar a casa.
Todo empieza con un televisor saltando por los aires. Eso debería habérselo dejado claro a los espectadores: David Lynch no tenía ninguna intención de resolver las dudas que había planteado el final de Twin Peaks, la catedral televisiva que edificó junto a Mark Frost. En cambio, lo que hizo fue ir atrás en el tiempo para contar las últimas horas de vida de Laura Palmer, así como presentar a nuevos personajes memorables (ese Phillip Jeffries interpretado por David Bowie) y dedicar todo el último tercio del filme a plantear una pesadilla que creíamos que era lo más radical que podía hacer con el universo de la serie. 25 años después, vino Twin Peaks: The Return y nos volvió a callar la boca.
Nadie se esperaba a principios de los 90 que Francis Ford Coppola, con cinco Oscars en su haber por su saga de El padrino, se adentraría en el universo vampírico para revivir a un Drácula al que ya había hincado el diente Tod Browning o Terence Fisher. Y sin embargo, armado del talento interpretativo de Gary Oldman y Winona Ryder (tras no poder participar en la tercera parte de El padrino, había acordado con el director colaborar en un proyecto interesante), así como de la música del polaco Wojciech Kilar, reinventó el mito clásico (no sin ganarse algunos abucheos por parte de los seguidores más puritanos) y firmó otro gran éxito de taquilla.
Después del terrible terremoto que devastó Irán y dejó más de 30.000 muertos en 1990, Kiarostami volvió a la región de Koker donde había rodado su prodigiosa ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987) para ver cómo habían sido afectados los lugares y personas con los que había trabajado en su filme. Ese viaje es lo que cuenta en esta película, segunda entrega de una trilogía que completaría con A través de los olivos (1994), donde las paredes entre realidad y ficción cada vez se pulverizan con mayor intensidad.
En 1992, aún con la resaca de los acordes de La bella y la bestia, Disney estrenaba Aladdin, aunque podría haberse llamado El Genio de Robin Williams. Sus improvisaciones descacharrantes e imitaciones de personajes famosos costaron al filme la nominación al Oscar a mejor guión adaptado, pero siguen siendo historia viva del cine. El protagonista basado en el niño bonito de los 90, Tom Cruise, y una canción oscarizada, Un mundo ideal, firmada por Alan Menken, hicieron el resto. En 2019, llegará la película en acción real, con Will Smith en el papel de Genio. Sin embargo, nunca habrá un genio tan genial como Williams. Y para muestra, este vídeo del actor prestando su ingenio al personaje animado que él mismo inspiró.
El galardón de 'película más loca de Brian De Palma' está ciertamente discutido, pero sin duda este desquiciado thriller psicológico de múltiples personalidades con John Lithgow como improbabilísimo protagonista puntúa muy alto en la escala. El cineasta volvió con ganas al desmelene hitchcockiano de Vestida para matar o Doble cuerpo, sin dejarse en el tintero ninguno de sus recursos plásticos destinados a sacar todo el partido posible del lenguaje cinematográfico para conseguir fascinación.
El biopic sobre Malcolm X, dirigido y coescrito por Spike Lee (que incluso se guardó para sí un papel secundario, el de Chapo) y protagonizada por Denzel Washington, abarcaba la vida del controvertido activista afroamericano, desde su pasado como delincuente y su posterior encarcelamiento, pasando por su conversión al Islam y finalizando con las acciones de aquel líder del movimiento de liberación de la comunidad negra norteamericana. Curiosamente, Washington ya había dado vida al polémico personaje previamente en teatro.
Admitámoslo: Instinto básico fue, es y será mucho más que un cruce de piernas. La sospechosa de asesinato Catherine Trammell (Sharon Stone) hizo mucho más que poner nerviosos a los espectadores en el patio de butacas. El carácter provocador del filme de Verhoeven, de alto contenido sexual y violencia a raudales, lo convirtió en el estreno más exitoso en la taquilla española (por algo aquí llegó la versión sin censurar). Eso sí, asociaciones LGTB trataron de boicotear el rodaje por considerar que reflejaba la bisexualidad de forma negativa, y aún hoy en día no sabemos si Stone dio su consentimiento para que mostraran su entrepierna en pantalla de forma tan explícita. Director y actriz siguen sin ponerse de acuerdo al respecto.
Tras la desastrosa acogida del El principiante, el bueno de Clint Eastwood se reconcilió con público y crítica con uno de los mejores westerns de la historia del cine. Al fin y al cabo, era un experto en la materia: además de una extensa carrera actoral forjada en 'el Oeste', Eastwood ya había dirigido tres westerns: Infierno de cobardes, El fuera de la ley y El jinete pálido. Con guion de David Webb Peoples, el actor y director se metió en la piel de William Munny, un pistolero retirado que se veía obligado a hacer un último trabajo por razones económicas. Eastwood, respaldado por las brillantes interpretaciones de Morgan Freeman, Richard Harris y Gene Hackman, se llevó el Oscar a mejor película, todo un hito: Sin perdón fue el tercer western en ganar la preciada estatuilla dorada tras Bailando con lobos y Cimarrón.
¿Cómo era el cine antes de que Tarantino nos encerrase en aquel almacén? ¿Cómo se vestían los gangsters antes de que Harvey Keitel, Tim Roth, Steve Buscemi y el resto de la banda aparecieran con sus trajes y sus corbatas? ¿De qué manera escuchábamos los diálogos antes de esa explicación sobre el significado de Like A Virgin? Ni lo sabemos, ni nos importa. Aunque no fuera su debut (My Best Friend's Birthday se lleva ese honor, muy a su pesar), aunque no se llevara el premio gordo en Sundance (¿Alguien se acuerda hoy de la ganadora, En la sopa?) y aunque la prensa de entonces la considerase la perdición del arte cinematográfico (debido, en especial, a aquella famosa oreja), Reservoir Dogs sigue siendo LA película de 1992, y una de las pocas joyas auténticas que dejó esa edad dorada del cine indie de la que ya no queda ni el polvo.