Podemos elegir: formar parte del paisaje subido a un bote o caminar por los senderos marcados hasta alcanzar el mirador sobre la cascada Minainotaki, de 17 metros de altura. Cualquiera de las dos ideas es buena para disfrutar de los altísimos acantilados que forma esta garganta volcánica abierta por el río Gokase en la isla de Kyūshū, en la prefectura de Miyazaki.
Getty Images/iStockphotoA unos cien kilómetros de Tokio, este es uno de los cinco lagos de cráter ubicados en la base del Monte Fuji, que, con sus 3.776 metros de altura, es el pico más elevado de Japón. Su cima, coronada de nieve, se refleja en el agua, todo un espectáculo, sobre todo si lo contemplamos al amanecer o al atardecer. En primavera, con los cerezos en flor, todo es aún más especial.
Getty Images/iStockphotoEl rumor que provocan los miles de troncos de bambú al moverse mecidos por el viento forma parte del paisaje sonoro protegido de Japón. Un motivo más que suficiente para visitar este lugar casi de ciencia ficción situado a siete kilómetros de Kioto, muy cerca del templo Tenryū-ji. Un sendero conduce a los visitantes entre elegantes ejemplares de más de 20 metros de altura.
Getty Images/iStockphotoPájaros carpinteros negros, macacos japoneses, osos negros… Son solo algunos de los habitantes de este lugar, en las montañas del norte de la isla Honshu, que conserva los últimos vestigios de los bosques de hayas de Japón, muchas de ellas con más de 200 años de antigüedad. Una región apartada de todo, en el límite de las prefecturas de Akita y Aomori, repleta de picos, cascadas y lagos.
Getty Images/iStockphotoHay que caminar cuatro horas para alcanzar el Jōmon Sugi, una conífera de más de 5.000 años de antigüedad situada al norte de Miyanoura-dake, que es, con sus 1.936 metros de altura, la elevación máxima de la isla de Yakushima. En la playa Nagata Inakahama, en la costa noroeste, anidan infinidad de tortugas marinas. La costa sur es más para humanos: qué delicia un baño “onsen” entre las rocas.
Getty Images/iStockphotoEl final de la tierra. Eso es lo que significa Shiretoko, parque nacional que cubre la mayor parte de la península del mismo nombre, en el extremo noreste de la isla de Hokkaidō. Es un lugar remoto como pocos, que alberga la mayor población de osos pardos de Japón. Y alguna que otra sorpresa más, como la cascada de agua caliente Kamuiwakka-no-taki, “el agua de los dioses”.
davor lovincicHay quienes las llaman Las Galápagos de Oriente. Y razones no les faltan. Son treinta las islas que forman este archipiélago, a casi mil kilómetros de Tokio, aunque solo dos, Chichijima y Hahajima, están habitadas. Su flora y fauna han desarrollado un proceso de evolución único desde que se separaron del continente. Son refugio de más de 190 especies de aves en peligro de extinción.
Getty Images/iStockphotoInaugurada en 1971, esta ruta de 37 kilómetros atraviesa Tateyama, que, con sus 3.105 metros, es uno de los picos más elevados de las montañas Hida. En el camino encontraremos lugares sorprendentes, como la presa de Kurobe, la más alta de Japón. Desde aquí hasta Ogisawa haremos el trayecto entre impresionantes muros de nieve que alcanzan los 20 metros de altura. Solo abre entre abril y noviembre.
Norasit KaewsaiSituado al este de la isla Hokkaidō, no muy lejos de Kushiro, este pantano, catalogado como Parque Nacional, es, con sus 183 kilómetros cuadrados, el más grande de Japón. Hasta aquí podemos venir a observar la majestuosa danza de apareamiento que, sobre la nieve, cuando llega el invierno, realizan sus habitantes más famosos: las grullas de coronilla roja, aves veneradas en la cultura nipona.
iStockJusto en el centro de la isla de Kyūshū, en la prefectura de Kumamoto, emerge este supervolcán formado por cinco picos: Neko, Taka (es el punto más alto, a 1.592 metros de altura), Eboshi, Kishima y Nakadake, uno de cuyos cráteres, que emite humo casi de forma continua, lleva en activo desde los años 40. En el monte se puede hacer senderismo, montar a caballo o darse un baño de aguas termales.
Getty Images/iStockphotoCada segundo, durante todo el año, una tonelada de agua se precipita por esta cascada de 133 metros que forma parte de los lugares sagrados y rutas de peregrinación de los montes Kii, tal y como nos recuerda una cuerda con papeles en zigzag. En armonía con la naturaleza se alzan el santuario sintoísta Kumano Nachi Taisha, al que se accede por una escalera de piedra, y el templo budista Seigantoji.
Getty ImagesLos primeros cerezos de esta montaña, en la prefectura de Nara, fueron plantados hace más de 1.300 años por los monjes que comenzaron a habitar los santuarios que aquí se instalaron. Hoy son más de 30.000 los ejemplares que lo pueblan, divididos en secciones a diferentes alturas, para que florezcan en momentos distintos. Desde el teleférico de Yoshino, uno de los más antiguos de Japón, se obtiene una fantástica panorámica.
Getty Images/iStockphotoEsta isla semi-tropical del archipiélago de Ryūky, situada en el mar de la China Meridional, entre Kyushu y Okinawa, es algo así como un paraíso, con playas blancas de agua transparente y arrecifes de coral, perfecta para una jornada de esnórquel o submarinismo. El color azul lo inunda todo, pero también el verde: aquí encontraremos el segundo bosque de manglares más grande de Japón.
Getty Images/iStockphotoEs el viento el responsable de empujar los sedimentos del río Sendai procedentes del monte Chugoku hacia el mar de Japón, pero son las olas las que los devuelven a tierra. Fruto de este constante movimiento desde hace miles de años son estas dunas que de norte a sur ocupan 2 kilómetros y de este a oeste, 16. ¡Algunas miden 50 metros de altura! Se pueden recorrer en “fatbikes”, las bicicletas de montaña de llantas gruesas.
Getty Images/iStockphotoCuando las aguas del mar interior de Seto colisionan con las del océano Pacífico en el canal de Kii se produce un fenómeno único: los remolinos de Naruto. El estrecho, que separa las islas de Shikoku y Awaji, apenas mide 1,3 kilómetros de ancho, de ahí el singular espectáculo, que podemos contemplar desde la pasarela Uzu-no-Michi, con suelo de cristal, que se extiende bajo el puente de Ōnaruto.
Getty Images/iStockphotoFormada por piedra caliza de la era paleozoica, la de Akiyoshido, cerca de la ciudad de Mine, es la meseta cárstica más grande de Japón. En el subsuelo se despliega un entramado de cuevas erosionadas por la lluvia, entre ellas esta, la más grande del país. De sus 11 kilómetros solo se puede recorrer uno, con sorpresas como los Cien Platos (auténtica vajilla de tierra) y el Pilar de Oro, una estalactita de 15 metros.
Getty ImagesNo estamos en el Caribe sino en la isla de Ishigaki, a dos mil kilómetros de Tokio. Y, aunque nos apetezca, no podremos bañarnos: esta es una de las dos únicas zonas de Japón dedicada al cultivo de la perla negra. Lo que sí podemos hacer es subirnos a un barco con suelo de cristal y disfrutar de los arrecifes de coral. Existe un mirador con vistas a la bahía y a las nueve islas deshabitadas que la rodean.
Getty Images/iStockphotoHasta los Alpes Japoneses del Norte tendremos que ir si queremos recorrer este remoto valle en las montañas de Hida, en la prefectura de Nagano, en el Parque Nacional de Chubu Sangaku. Habrá quien quiera realizar una travesía, pero también quien se conforme con un paseo a orillas del río Azusa o una ruta hasta el estanque Myojin. Desde el puente Kappabashi se obtiene una estupenda panorámica de la cordillera de Hotaka.
Getty Images/iStockphotoVaya por delante una advertencia: este estanque, en las inmediaciones de Biei, en Hokkaidō, es artificial. Fue construido para evitar los daños ocasionados por las corrientes de lodo del monte Tokachi. Su intenso color azul (los tonos cambian según la época del año) es producto de minerales naturales como el hidróxido de aluminio coloidal. En su interior crecen abedules plateados y alerces.
iStockA 35 kilómetros de Nagano, en los Alpes Japoneses, en el Valle del Infierno del río Yokoyu, llamado así por el vapor y agua en ebullición que surge de las fisuras abiertas en el suelo helado. Es ahí donde encontramos este parque habitado por macacos japoneses, los monos salvajes de la nieve, que con frecuencia huyen de los fríos bosques para darse un baño termal en los “onsen”. Solo está permitido mirar.
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