OPINIÓN

El asunto catalán que le duele a Sánchez, aunque no demasiado

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont
El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont
JUNTS
El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont

Las cosas en Cataluña y en Waterloo siguen revueltas por mucha amnistía que se anuncie. El culebrón Puigdemont está dando de que hablar, pero también se especula bastante en esta otra parte del sur de Europa conocida como España acerca del futuro Gobierno de la Generalitat. Tanto es así, que Sánchez empieza a temerse lo peor… o quizá, al final, sea lo mejor para él, según se mire. No olvidemos que los dos políticos más imprevisibles en el panorama nacional son el presidente del Gobierno español y el ex presidente huido a Waterloo, Carles Puigdemont.

Ambos son tal para cual a la hora de jugar su partida de estrategia política. No reparan en gastos ni en medidas terminales y los dos emplean los mismos faroles y las mismas apariencias engañosas, si la ocasión lo exige. En este caso que nos ocupa, uno y otro se juegan el gobierno de Cataluña y de rebote el gobierno de la nación. Pero la realidad electoral y la política son muy tozudas y acaban imponiéndose, por desgracia, a la verdadera necesidad social de pensar en el bien común por encima de los intereses partidistas. En definitiva, aquí van dos preguntas pendientes de respuesta: ¿Habrá Gobierno independentista en breve, o al final ERC permitirá que el socialismo catalán, con Salvador Illa a la cabeza, ocupe la Generalitat?

Esa es la cuestión del nudo gordiano que nadie acaba de desenredar con seguridad. Supongo que los republicanos, empezando por el propio Pere Aragonés, se estarán tirando de los pelos por haber convocado estas elecciones antes de lo previsto ya que lo único que han conseguido es crear más problemas. Las convocatorias electorales siempre las carga el diablo y así de paso se complica aún más la vida de los sufridos humanos, que ven como los políticos son cada vez más indiferentes ante las necesidades vitales y más insaciables a la hora de codiciar el poder. A las pruebas me remito. Vista la constitución de la mesa del Parlament presidida por Josep Rull, hombre de Junts y de confianza de Puigdemont, todo apunta a que los separatistas no van a votar a un gobierno socialista, por mucho que este haya ganado las elecciones. A lo sumo se podría forzar una nueva convocatoria electoral que sólo Puigdemont desea, o al menos es al que más le beneficia.

Eso lo saben bien los de ERC, que temen esas nuevas elecciones pero también ser vistos como unos traidores si apoyan al candidato del PSC. Durante estos años los republicanos catalanes han tenido que sufrir la etiqueta de “botiflers” -traidores- por su gran complicidad con Sánchez y con las políticas de Madrid. Tras su descalabro electoral el 12 de mayo, ha llegado la hora de que ERC pliegue sus velas y vuelva a remar en dirección exclusivamente soberanista, aunque todo su trabajo hecho hasta ahora acabe tirado por la borda. Sus votantes se lo han dejado muy claro, nada de coqueteos políticos con los partidos españoles. La economía catalana se puede resentir de esta crítica decisión aunque parece que importa más de nuevo la independencia que la solvencia.

Ante esta tesitura solo cabe una bienvenida o una despedida: Adiós, Salvador Illa, adiós; adiós a un gobierno socialista en Cataluña. Si los republicanos de Esquerra tuvieran la osadía de hacer presidente a un “centrista españolista” como Illa, los de Junts les comerían la poca tostada que aún les queda y los dejarían fuera del juego soberanista. El problema es el espacio político, en Cataluña el espectro de izquierda se lo lleva el PSC, y sólo hay espacio para una izquierda vinculada al soberanismo. De ahí, que una vez que Junts y la CUP sellaron un acuerdo, a los de ERC les entró el pánico escénico de ser el único partido independentista que quedaba fuera de la entente soberanista.

Aunque la decisión deja cicatrices entre los negociadores socialistas y republicanos siempre hay alguien que puede sacar tajada de esta rocambolesca situación que beneficia a una parte pero no a todos. Y ese es Pedro Sánchez, que ve su panorama político más despejado si los separatistas consiguen auparse en el poder. Como siempre, el presidente juega a dos bandas: dice que apuesta por Illa, pero necesita que gane Puigdemont, ya que este le advirtió de que si él no era presidente, Sánchez tampoco lo sería, o dejaría de serlo, dicho de otro modo.

Incluso le recordó que él gobernaba en España sin haber ganado las elecciones, que el verdadero vencedor había sido Núñez Feijóo, y que por tanto Junts también podía acceder al poder siendo la segunda fuerza más votada: "La única opción que tiene Sánchez de seguir en Moncloa es que Illa no sea presidente", comentó el propio Puigdemont a unos periodistas en el pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo, hace unas semanas. Seguimos en esa película de suspense. Sánchez sabía que si Illa no ganaba por mayoría absoluta lo iba a tener muy difícil para gobernar ya que Puigdemont no se lo iba a permitir, como así está sucediendo.

Los del PSC ponen cara de despechados aunque se mantienen en la línea de no alzar mucho la voz, pero su malestar es notorio y lo expresan en petit comité. Además, lo que está sucediendo da la razón al PP cuando insiste en afirmar que Pedro Sánchez en realidad no ha conseguido nada bueno en Cataluña con la amnistía y que tarde o temprano volverá a pagarse un precio elevado por practicar el “falso” apaciguamiento con los independentistas. Una nueva treta teatral de la factoría “monclovita”, igual que con los cinco días de reflexión que se tomó Sánchez para amenazarnos de que podía irse por amor, cuando él sabía perfectamente que pasara lo que pasara iba a continuar en el poder. Como dijo un humorista gráfico en una de sus tiras aparecida en la prensa durante esos días: “Mucha carta de amor para Begoña, pero Pedro es capaz de divorciarse antes que dejar La Moncloa”.

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