"Energía verde"

De Chernóbil a 'La La Land': la batalla de la nuclear para que Europa tenga Wifi

Chernóbil
De Chernóbil a 'La la land': la batalla de la nuclear para que Europa tenga Wifi.
Agencia EFE
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A mediados de los años setenta del siglo pasado, un lema empezó a recorrer el mundo: “Nucleares, no. Gracias”. Cientos de miles de jóvenes se manifestaban por las calles, desde Berlín a París, de Madrid a Auckland, exigiendo que se acabase con las plantas nucleares. Lucían en la solapa un pin con un sol sonriente diseñado por la activista danesa Anne Lund que decía. “Nucleares, no. Gracias”. Se fabricaron 20 millones de pines en 45 idiomas.

Para el mundo del cine, la energía atómica en aquellos años era una fuente de inspiración. Una de las películas más famosas fue 'El síndrome de China', de 1979: una reportera (Jane Fonda) inicia una investigación sobre la posibilidad de que un accidente funda el núcleo de una central en EEUU a tal temperatura, que se tragaría todo lo que estuviera debajo hasta salir por la otra punta del planeta, es decir, China. Era una metáfora, claro, pero muy efectiva.

Desesperados, los ingenieros nucleares trataban de convencer a la opinión pública de que la nuclear era una energía limpia. Fracasaron. Era difícil defender una energía que producía residuos contaminantes que duraban milenios. Un montón de países comenzaron por repensar su política nuclear. Nueva Zelanda extinguió toda su energía de origen nuclear en 1984.

Hubo un cataclismo que dio la razón a los antinucleares. En 1986 estalló la central de Chernóbil, en Ucrania. La explosión causó la muerte de 31 personas de forma inmediata o a los pocos días. La radiación resultante afectó a miles de personas, y hoy día se debate cuántas más desarrollaron enfermedades por culpa de ese desastre. La agricultura de Bielorrusia, cuyas fronteras están a 17 kilómetros de Chernóbil, quedó casi devastada.

Suecia, Alemania e Italia, repensaron sus planes y empezaron a paralizar plantas en construcción. A partir de 1991 el gobierno socialista de Felipe González puso en marcha lo que se llamó “moratoria nuclear”. No se construirían más centrales en España, y se paralizarían las que se estaban construyendo.

Por si había dudas, el accidente de la planta nuclear de Fukushima disipó las dudas en 2011; una ola de más de diez metros de altura, inundó esta central japonesa e impidió que los sistemas de refrigeración siguieran en funcionamiento. El aumento de temperatura ocasionó la fusión del núcleo, y produjo explosiones y la extensión de la radiación. Todo el área fue evacuada. Desde entonces, Japón ha cerrado casi todos sus reactores nucleares: de 54 en 2011 a siete en 2021. Angela Merkel, que por entonces era la canciller de Alemania, tomó la decisión de ir cerrando las centrales nucleares y este año 2022 sería el último para mantenerlas abiertas. Siemens, uno de los mayores fabricantes de energía nuclear, quedó tan afectada por el accidente japonés, que decidió no fabricar más equipos de esa tecnología. Parecía el final de una truculenta historia.

Desde el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Japón en 1945, la energía nuclear ha sido vista con horror y con admiración. Con horror porque causaron la mayor muerte de seres humanos en menos tiempo: 100.000 personas en Hiroshima y Nagasaki. Cuando la URSS detonó su primera bomba atómica en 1949, el mundo pensó que la guerra nuclear podría ser una realidad.

Pero a partir de los años cincuenta, también se empezó a ver esta energía con admiración. Suministraba energía 24 horas al día, y de forma casi independiente. Era algo que no se había conocido hasta entonces. Empezó la edad de oro de la energía nuclear.

En 1954 se inauguró la primera central nuclear del mundo para suplir de electricidad: la central de Obninsk, en la Unión Soviética. Luego vino la de Calder Hall en el Reino Unido, 1956. Y la tercera fue la central atómica Shippingport en Pensilvania, Estados Unidos, en 1957. En España, la primera central fue la de Zorita (José Cabrera) que tardó tres años en construirse y empezó a operar en 1969.

Para el mundo civil, las centrales nucleares eran “la energía de futuro”. Con un poco de uranio, se podía obtener energía para millones de personas. Se hablaba de “aplicación para fines pacíficos”, de modo que el gran desafío de la Humanidad (obtener energía) estaba casi solventado. Se cumplía el sueño de Prometeo: robar el fuego a los dioses.

Pero a mediados de los setenta empezó a cambiar la percepción mundial. El movimiento ecologista, en parte financiado por la URSS, comenzó a protestar en las calles contra lo nuclear. Un accidente en la planta de Three Mile Island (Harrisburg) en EEUU en 1979, sobrecogió al mundo: parte del núcleo se fundió. Para colmo de males, el accidente surgió días después del estreno de “El síndrome de China”.

A partir de los noventa, los gobiernos europeos, especialmente el español, se esmeraron en desarrollar energías limpias como la eólica, la solar y la hidráulica. ¿Qué podía haber más verde que un país con paisajes llenos de aerogeneradores, huertas solares y caídas de agua naturales? España sería como el 'La La Land' de la energía. Y desde luego, lo estaba logrando porque los días en que soplaba mucho viento, había mucho sol, o los ríos rebosaban sus caudales, las energías limpias surtían de electricidad al país.

Hasta que llegó 2021. El primer aviso llegó cuando en enero un temporal cubrió el país de hielo y nieve, como no se había conocido en décadas. El consumo de energía eléctrica se disparó y las empresas propietarias de instalaciones tuvieron que quemar carbón y gas por la sencilla razón de que, justo en esos días, no sopló el viento ni había mucho sol. Eran los días más cortos del año. El gas pasó de 40 euros por megawatio/hora a más de 70 euros en pocos días.

El segundo aviso llegó a partir de verano de 2021: a la sequía, siguieron largos periodos en los que no sopló el viento. Las energías que estaban evitando que los españoles se quedaran sin energía eléctrica eran la nuclear, y sobre todo, el gas. El precio de la electricidad sobrepasó la barrera de los 100 euros megawatio/hora.

Y el tercer aviso llegó en diciembre de 2021 cuando a electricidad sufrió los precios más elevados de la historia: más de 300 euros por megawatio/hora.

Fue entonces cuando los ingenieros nucleares se tomaron la revancha: “Si no se hubieran cerrado centrales nucleares, hoy no estaríamos pagando ese elevado precio de la luz”, decían en las redes. Su victoria aumentó cuando, antes de que terminase 2021, la Comisión Europea presentó un borrador para que se considerase a la energía nuclear como “energía verde” hasta 2045. Las plantas nucleares que estuvieran en funcionamiento y las que se construyeran de aquí a esa fecha, disfrutarían de ese trato. A los ecologistas les dio un ataque al corazón. ¿Verde? ¿La energía nuclear?

Iñigo Errejón, diputado de Mas País, dijo en Twitter: “De los creadores del agua que seca y el fuego que enfría: la energía nuclear verde”. Un ingeniero nuclear famoso en esa red social, Alfredo García (@OperadorNuclear), le contestó rescatando una foto del Errejón en 2016, en el cual defendía “el carbón autóctono”. El carbón es una de las fuentes de energía más contaminantes del planeta.

Los pronucleares han podido colocar su discurso verde: la energía nuclear solo emite vapor de agua. Sí, están esos residuos molestos, claro, pero todos los residuos producidos en medio siglo en España por Enresa, la Empresa Nacional de Residuos, ocupan el espacio de una pequeña colina.

Y la batería de cifras que aportan para apoyar la energía nuclear apabulla a cualquiera. Según Alfredo García, un reactor nuclear (1 GW) genera la potencia de: 3,125 millones paneles fotovoltaicos (320 W), 431 aerogeneradores (2,32 MW), 100 millones bombillas LED (10 W), 1,3 millones de caballos, 2000 Corvette Z06 (650 caballos de vapor)… Como dice otro ingeniero nuclear Miguel Angel Fernández Ordóñez, (TheGoodMafo), “dato mata relato”.

El relato o “storytelling” de los ecologistas sufrió otro varapalo pocos días después del comienzo de 2022. Las cinco mayores potencias tenedoras de arsenal nuclear militar (China, Rusia, Reino Unido, EEUU y Francia ), aprobaron un comunicado diciendo que “no se puede ganar una guerra nuclear y nunca debe librarse”. Aquel miedo de los años 50 del siglo pasado que era la Gran Guerra Nuclear, parecía desvanecerse. Era un 2-0 de los pro-nucleares a los anti.

Buena o mala, si hay algo que la energía nuclear es en estos momentos es “necesaria”. Si cerrasen todas las plantas nucleares de golpe, Europa se quedaría sin wi-fi tarde o temprano. Como en los años setenta, miles de jóvenes se manifestarían por las calles con el lema: “No sin mi wi-fi”. Y si un gobierno no es capaz de dar wi-fi pierde las elecciones. Es una metáfora. Pero la amenaza de sufrir apagones si no se apuesta por la energía nuclear es muy real.

Los pronucleares están recuperando territorio, no cabe duda. Pero su ilusión podría dar un vuelco el día menos pensado. Basta pensar en una escena de la serie de televisión Chernóbil de cinco capítulos producida para la plataforma HBO. Es cuando uno de los soviéticos le pregunta a otro qué es lo peor que puede pasar si no pueden controlar la fusión de la planta nuclear. Y otro científico responde: “Que acabemos con Europa”.

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