Turquía, al igual que China, fue uno de los pocos países que evitó la recesión en 2020, en el peor momento de la pandemia, con un crecimiento del PIB del 1,8%, según su Instituto de Estadística, el Tuik. En el primer trimestre de este año, el PIB avanzó un 7% interanual y se aceleró al 21,7% en el segundo al compararlo con el mismo periodo de hace un año, durante la fase más aguda de la crisis -es el mayor dinamismo de la economía turca en más de dos décadas-. El levantamiento, a partir de mayo, de las restricciones que el Gobierno tuvo que volver a imponer para controlar la tercera ola del virus se ha traducido en un fuerte repunte de la actividad económica, con una recuperación rápida del consumo y la inversión.
Esto es esencial para una economía que depende en buena medida de su sector servicios: en 2020 éste aportó un 54,64% al PIB, frente al 27,8% de la industria. Para el turismo fue una buena noticia que Alemania y Rusia, principales emisores de viajeros al país, levantasen las restricciones de los viajes a Turquía justo a comienzos del verano. Su Instituto de Estadística confirmó recientemente que los ingresos por esta actividad alcanzaron los 3.000 millones de dólares entre abril y junio, es decir, que todavía siguieron lejos de los niveles prepandemia.
Tomando en cuenta todo lo anterior, el Fondo Monetario Internacional ha mejorado su pronóstico de crecimiento de la economía turca del 5,8% al 9% este año y, ya de cara al próximo ejercicio estima que avanzará entre el 3,3 y el 3,5%. Sin embargo, la decimonovena economía del planeta tiene que hacer frente a importantes vientos en contra de puertas para dentro, como son una inflación galopantes (que roza el 20%) y las continuas injerencias de su presidente, Recep Tayyip Erdogan en las decisiones de política monetaria de su banco central.
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