El método de... 

Steve Jobs o cómo crear los productos más raros en una realidad distorsionada

Steve Jobs
Steve Jobs o cómo crear los productos más raros en una realidad distorsionada. 
Apple
Steve Jobs

Apenas puso un pie en Apple, el ingeniero informático Andy Hertzfeld supo lo que era trabajar para Steve Jobs. Tenían que terminar para enero de 1982 el diseño de un ordenador nuevo llamado Macintosh. No había casi tiempo para hacerlo y Hertzfeld pensó que solo a un loco se le podría ocurrir esa idea. Y eso fue precisamente lo que se encontró.

Bud Tribble, otro de los ingenieros a cargo del Macintosh, se lo explicó con estas palabras. “La mejor forma de entenderlo es usando un término de la serie Star Trek (La conquista del espacio). Steve padece una especie de distorsión de la visión de la realidad (“reality distortion field”). En su presencia la realidad es maleable. Puede convencer a cualquier persona sobre cualquier cosa. Ese campo de distorsión desaparece cuando no está cerca de ti, pero el problema es que es muy difícil mantener una planificación realista con él”.

La idea de la realidad distorsionada la tomó Tribble de un episodio de “Star Trek”, la popular serie de ciencia ficción de los años sesenta. El capitán Kirk y su equipo caen en un planeta donde los alienígenas han creado un mundo irreal usando su fuerza mental. Kirk se ve envuelto en esa irrealidad donde las cosas y las personas solo existen en su mente. “Es peligroso caer en el campo de distorsión de Steve, pero eso es lo que le ha llevado a ser capaz de cambiar la realidad”, insistía Tribble.

Al cabo de las semanas de trabajar con Jobs, el ingeniero Hertzfeld confirmó lo que le habían dicho. “El campo de distorsión de la realidad era una mezcla de estilo retórico carismático, indomable voluntad y una tendencia a doblegar cualquier hecho con tal de que se adaptase al objetivo”. Por ejemplo, si un grupo de ingenieros discutía con Jobs cualquier detalle y le explicaban que era imposible, al cabo de las horas acababan rindiéndose y aceptando las ideas de Jobs como una fuerza de la naturaleza. Oponerse a ese campo de fuerza era inútil, incluso sabiendo que existía. El término se hizo tan popular, que algunos empleados encargaron camisetas que decían: “Campo de realidad distorsionada”.

Esa fuerza psíquica tenía tanta potencia que hasta sugestionaba al propio Jobs. Si Jobs convencía a la gente de que había que hacer algo, era porque antes él mismo se había sugestionado de que se podía hacer esa locura. Era capaz de engañarse a sí mismo con profunda convicción.

Su socio más antiguo en Apple, Steve Wozniak, lo describía así: “Su distorsión de la realidad consiste en que cuando tiene una visión ilógica del futuro, como decirme que diseñe un juego rompedor en un par de días, tú sabes que eso no es posible, pero de alguna forma él hace que sea posible”.

Algunos describían este campo de distorsión como una especie de hipnosis en la que caían los equipos que trabajaban con Jobs. En su presencia era como si te envolviera con una fuerza magnética especial, y a partir de ese momento hacías lo que decía. Eso explica que Jobs cambiara la historia de la computación teniendo muchos menos medios que la poderosa IBM. “Con Steve hacías lo imposible porque no te dabas cuenta de que era imposible”, afirmaba Debi Coleman, quien como otros empleados de Apple contaron estas técnicas psicológicas al periodista Walter Isaacson para su libro “Steve Jobs: una biografía”.

"Con Steve hacías lo imposible porque no te dabas cuenta de que era imposible" 

¿De dónde venía esta creencia en que la realidad podía ser distorsionada? La realidad normal nunca estuvo en la vida de Jobs, ni siquiera desde el principio. Jobs contaba cómo fue. “Mi madre biológica era una estudiante joven y soltera, y decidió darme en adopción. Ella tenía muy claro que quienes me adoptaran tendrían que ser titulados universitarios, de modo que todo se preparó para que fuese adoptado al nacer por un abogado y su mujer. Solo que cuando yo nací decidieron en el último momento que lo que de verdad querían era una niña. Así que mis padres, [adoptivos] que estaban en lista de espera, recibieron una llamada a medianoche preguntando:

“Tenemos un niño; ¿lo queréis?”

“Por supuesto”, dijeron ellos”.

De pequeño, Jobs era un niño rebelde que creía tener poderes especiales, y que había sido escogido para una misión. De hecho, había hecho esa confesión a alguno de sus colaboradores cuando ya era adulto: él era una persona iluminada, como Gandhi. Y a la vez pensaba lo mismo de la gente: o estabas en el bando de los iluminados, o eras un idiota.

Ser tratado por Steve como dioses y puesto en un pedestal era la idea torturadora para muchos: sabían que cualquier día podían caer al suelo y hacerse trizas, como si fueran impostores. Pero esa era la polaridad que

Jobs quería extender por la compañía. Era capaz de adivinar el punto débil de cada uno y usar esa debilidad para sugestionar o intimidar, hasta el punto de hacerte sentir una porquería, según confesaba Joanna Hoffman, otra de sus colaboradoras. “Es lo que tiene la gente carismática: saben manipularte. Cuando sabes que te puede aplastar te sientes débil y estás deseando su aprobación”.

Steve Jobs era una persona impaciente que quería que las cosas se hicieran rápido y funcionaran rápido. Un día entró en el despacho de Larry Kenyon, uno de los ingenieros que estaba desarrollando el sistema operativo de Macintosh. Se quejaba de que el ordenador tardaba mucho en encender. Cuando Kenyon le explicaba las razones, Jobs le interrumpió: “Si pudieras salvar una vida, ¿serías capaz de recortar en diez segundos el encendido?”. Para convencerle, Jobs se acercó a una pizarra y le dibujó la analogía: si cinco millones de personas pudieran ahorrar diez segundos cada día, eso serían 300 millones de horas de tiempo ahorrado al año. Kenyon quedó impresionado. Semanas después comunicó que había ahorrado 28 segundos en el encendido.

Esa forma de creer en sí mismo con la solidez de una roca se reveló en los años 70, cuando se presentó en chanclas en las oficinas de Atari, en respuesta a una oferta de empleo. Una persona le dijo al jefe de los técnicos de Atari: “Tenemos un hippy abajo en el vestíbulo. Dice que no se va a ir hasta que le contraten. ¿Qué hacemos? ¿Llamamos a la poli o le traemos?”. “¡Que venga!”, respondió el jefe.

Fue uno de los primeros 50 empleados de Atari, pero muy pronto sus compañeros descubrieron lo difícil que era trabajar con él. Era vegetariano, no se bañaba a menudo y no usaba desodorante. Pero era un tipo brillante. Para resolver el problema social, le ofrecieron a Jobs venir solo en el turno de noche, cuando todos se habían ido.

Cuando llevaba pocos meses en Atari, Jobs se sintió llamado a hacer un viaje a la India. En los años setenta, era muy popular entre la juventud hacer un viaje espiritual a la India y meditar. Animado por un amigo, Jobs fue a la India en 1974. Durante un viaje en tren, alguien olvidó un libro titulado “Autobiografía de un yogi”. Como el viaje era largo, Jobs lo leyó varias veces. Luego, se encontró con un joven indio venerado, que le afeitó la cabeza para “sanarle”. A través del ascetismo, las privaciones y la simplicidad, Jobs aprendió a practicar meditación zen, y la hizo parte de su vida. Volvió a su casa de California vestido con gasas y con la capeza rapada. Era una persona diferente, con un sentido mas profundo de las cosas. En la India y a través de la meditación zen aprendió a desarrollar su intuición, algo que le serviría para adelantarse al futuro. “La intuición es algo muy poderoso, más poderoso que el intelecto. Tuvo un gran impacto en mi trabajo”, diría Jobs años después.

Jobs siguió profundizando en la meditación zen y en la concentración. Siguió a maestros japoneses en California, y lo convirtió en una técnica para dominar la realidad. Afinó el arte de influir en los demás. Lo hacía mirando a los ojos de una persona, sin pestañear, y haciendo una pregunta a la que la otra persona tenía que contestar aguantándole la mirada.

La clave de su éxito 

Su forma de pensar “distorsionada” fue la clave de su éxito. La mayor parte de las empresas creaba productos pensando en los consumidores. En Apple pensaban en ellos mismos. "Hicimos iTunes porque a todos [en Apple] nos encanta la música. Hicimos lo que pensamos que era el mejor reproductor de discos en iTunes. Luego, todos [en Apple] queríamos llevar todos nuestros archivos de música con nosotros. El equipo trabajó muy duro. Y la razón por la que trabajaron tan duro es porque todos queríamos un aparato… Quiero decir, los primeros clientes fuimos nosotros.

Por eso Jobs, no se fiaba de las consultoras ni de los estudios de mercado. Su método era fiarse de su intuición. “No hacemos estudios de mercado. No contratamos consultores… Solo queremos hacer grandes productos”… "Cuando creamos iTunes Music Store, lo hicimos porque pensamos que sería genial poder comprar música electrónicamente, no porque tuviéramos planes para redefinir la industria de la música”.

Más o menos fue lo que hizo cuando reunió a sus técnicos más cualificados en 2005 y les dijo que tenían que fabricar un teléfono móvil: no cualquier móvil sino el mejor del mundo. “Imposible”, dijeron los ingenieros. “Nosotros en Apple fabricamos ordenadores, no teléfonos”.

La idea de meterse en ese negocio era una gran preocupación: Apple había sacado el iPod en 2001, y el éxito fue tan asombroso, que había superado las ventas de los ordenadores de Apple. Jobs se asustó: alguien puede crear un día un móvil con almacén de canciones y puede reventar nuestro mercado de iTunes y iPod en un abrir y cerrar de ojos. De hecho, el móvil con cámara se estaba comiendo el mercado de las cámaras de fotos digitales.

En una entrevista con la revista “Fortune” en 2008, Jobs reconoció cómo nació la idea. “Hasta entonces, todo el mundo odiaba los móviles porque eran horribles de usar. El software era muy malo. El hardware no era muy bueno. Nuestros amigos también odiaban sus teléfonos móviles. Todo el mundo parecía odiar sus teléfonos”.

Fue entonces cuando Jobs se dirigió a sus ingenieros: “Hagamos un gran teléfono del que nos enamoremos. Tenemos la tecnología. Tenemos la miniaturización del iPod. Tenemos el sofisticado sistema operativo de Mac. Nadie ha pensado en poner sistemas operativos tan sofisticados como OSX dentro de un teléfono”.

Y ahí empezó el debate con los ingenieros sobre si lo podían hacer o no. Hasta que llegó un momento en que, apelando al campo de distorsión de la realidad, Jobs dijo: "Lo haremos".

Y les salió una revolución. Lo mismo pasó con el iPad, con en Mac Book Air (el portátil más delgado del mercado), y con las sucesivas versiones de sus productos que presentó antes de fallecer en 2011. Dejó una de las empresas más importantes del mundo. Las ventas en 2020 fueron de 274.000 millones de dólares, la mitad de las cuales proceden del iPhone. En ese año vendió, 194 millones de iPhones, 71 millones de iPads y 20 millones de unidades Mac y MacBook. Tiene 147.000 empleados en el mundo y su valor en bolsa supera los dos billones (con b) de dólares.

Pocas empresas en el mundo lograron distorsionar el mercado con tanta eficacia. Sus ordenadores eran los más caros, pero había una legión de fans haciendo cola para comprarlos. Sus productos parecían imposibles, como cobrar por escuchar música (iTunes) en la época de la piratería. Pero lograron cambiar la industria de la música. Cuando se padece una distorsión de la realidad, al final se piensa de forma diferente. De hecho, “Think different”, fue una de sus campañas más logradas. Pensar diferente. Era la esencia de Steve.

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