Dicen que en las sucesivas fiebres del oro del siglo XIX en Estados Unidos, Australia o Canadá, pocos fueron los afortunados en hacerse ricos y muchos los que se arruinaron por el camino. A la ilusión le sigue la decepción si no se cumplen las expectativas. Quienes seguramente sacaron partido en todo momento fueron los vendedores de picos y palas. Algo parecido está sucediendo con el fervor industrial por la Inteligencia Artificial (IA), donde muchos inversores comienzan a ver una burbuja porque las gigantescas inversiones corren el riesgo de no traducirse en ventas. No hay que olvidar que ese es el objetivo final.
Un informe del reputado fondo de capital riesgo Sequoia ha puesto el foco esta semana en el diferencial entre las ventas de productores de equipos para IA (picos y palas) y su traducción real en ingresos finales (extracción del oro). El hueco se cifra ya en los 500.000 millones de dólares teniendo en cuenta el gasto en compras vinculadas a la IA y las ventas que se necesitan para compensar ese coste y otros como el consumo energético o los márgenes de las propias empresas.
Bien es cierto que Nvidia, la compañía en el centro de la IA, sigue deslumbrando con el crecimiento de su negocio, pero no así otras compañías llamadas a ocupar un papel protagonista en esa escena. El desplome récord e inquietante de las acciones de Intel (casi un -30%) y Amazon (-10%) ha encendido alarmas en bolsa porque no es oro todo lo que reluce. La revolución de la IA no será café para todos como parecían descontar las cotizaciones en bolsa hasta la fecha.
El inquietante repunte hasta cerca de 30 puntos del VIX, el índice del miedo financiero de Wall Street, confirma que los grandes inversores buscan protección ante caídas porque las expectativas no se están cumpliendo en los resultados corporativos. También refleja el giro que se ha producido en las expectativas de tipos de interés de cara a la segunda mitad de 2024. Los mercados de deuda, que suelen guiar los movimientos de la renta variable, pronostican un descenso generalizado de los costes de financiación por los movimientos de los bancos centrales.
Por un lado, un agresivo Banco de Japón ha sorprendido subiendo los tipos de interés, aunque en su caso no tiene mucho mérito porque seguían el 0%. Por otro, y esto sí es significativo, la Reserva Federal (Fed) ha abierto la ventana a un recorte de tasas en septiembre como el Banco Central Europeo (BCE), ratificando el sentir general de que se está produciendo un deterioro de la economía y la política monetaria es demasiado restrictiva. Es desproporcionada y se corre el riesgo de llegar tarde a un proceso de marcha atrás.
La purga bursátil de finales de finales de julio y principios de agosto en los mercados es un recordatorio de que los excesos se pagan, pero tampoco debe ser un drama. La corrección de las bolsas puede sanar uno de los vicios en los que tienden a caer los inversores, por ejemplo, la complacencia y la previsión de que una tendencia alcista es para siempre. Todo depende del prisma temporal con el que se mire. Por ejemplo, el Ibex 35 acaba de cerrar la semana con una caída acumulada del 4,4%, la peor desde junio, pero que en el caso de los bancos supone poner fin a una racha de subidas de siete semanas consecutivas.
Los beneficios récord de entidades como Santander, BBVA, Caixabank, Sabadell, Bankinter o Unicaja ponen de manifiesto el momento dulce de los márgenes bancarios que, sin embargo, no pueden mejorar hasta el infinito. Después del ciclo alcista de tipos de interés con mayor verticalidad de la historia del euro, de 0 al 4,5%, ahora toca la reversión a la media. Si las revisiones de las carteras préstamos e hipotecas no hacían más que elevar y elevar los ingresos de la banca, estas métricas comenzarán a cambiar en sentido contrario más pronto que tarde, para bien del cliente bancario y para mal de sus accionistas. La fiebre del boom de tipos de 2022 y 2023 se corregirá de sus excesos.
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