OPINIÓN

Ayuso, la 'conexión Sarkozy' y un plan económico para el PP

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso y el presidente del PP, Pablo Casado, en la Convención Nacional del partido.
Ayuso, la 'conexión Sarkozy' y un plan económico para el PP.
Europa Press
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso y el presidente del PP, Pablo Casado, en la Convención Nacional del partido.

Pablo Casado compartía esta pasada semana escenario con el expresidente francés Nicolas Sarkozy en uno de los actos estrella de la itinerante Convención Nacional del PP. Más allá de que el político galo fuera condenado en su país apenas horas después por la financiación ilegal de su campaña electoral a la Presencia en 2012 -lo que dejó a los populares en mal lugar y, cómo no, en la diana de sus detractores habituales-, no faltó quien en las huestes conservadoras se acordó de otro tiempo, un tiempo no mucho mejor donde también tocaba remar en tanto la expectativa de gobierno parecía lejana. Corría el año 2006 y Sarkozy, ministro del Interior en capilla para presidir la República, clausuraba el cónclave del Partido Popular con alabanzas al renacimiento económico español durante los primeros gobiernos conservadores. Miró hacia atrás y se deshizo en elogios para con Aznar, Acebes o Rato, todavía ajeno al periplo judicial que le aguardaba. Con la vista en el futuro, pronosticó un ejecutivo con Mariano Rajoy al frente. Los vericuetos por los que se cumplió su vaticinio son historia.

El principio del fin para el Gobierno Zapatero se produjo el 15 de septiembre de 2008, cuando Lehman Brothers certificaba la mayor quiebra en la historia de Estados Unidos. A lomos de la larga recesión posterior, que quebró sin remedio el sistema hipotecario español y el sector bancario en general, aquel PP que lideraba Rajoy accedió al poder. Las familias, las que podían, ya preparaban las duras Navidades de 2011. A un día de las campanadas de fin de año, la vicepresidenta Sáenz de Santamaría anunciaba un salvaje ajuste del gasto y una masiva subida de impuestos, contradiciendo el programa electoral y cualquier postulado liberal. Difícil olvidar aquella comparecencia. “No sabes lo que nos hemos encontrado”, argumentaban en privado los técnicos del área económica, con un déficit público coqueteando con el doble dígito y la sombra del rescate bancario en el horizonte. Muchos votantes del PP se sintieron traicionados por las políticas aplicadas y aún hoy lamentan la inmolación de algunos de sus cuadros. Otros recuerdan, empero, que sin las políticas de consolidación fiscal aplicadas el rescate no se hubiera quedado solo en las entidades financieras.

De aquellos polvos, por tanto, algunos mantras. Como aquel que manejan las élites económicas -y permea a parte de la población- según el cual el PSOE gasta a manos llenas cuando llega al gobierno, desbaratando las cuentas públicas, a la espera de ser reemplazado en la Avenida Puerta de Hierro por los populares y su ortodoxia fiscal. La actual crisis económica provocada por el coronavirus, imprevisible, de diferente origen y con distintas recetas, ha vuelto sin embargo a disparar el déficit público al doble dígito tras caídas del PIB que no se veían en España desde la Guerra Civil. Un escenario depresivo atemperado por la lluvia de fondos europeos que vienen pero que el descontrol en los precios de las materias primas amenaza con convertir en otra tormenta perfecta. En efecto, el coste de la energía, el repunte de la inflación y la dificultad de las empresas para sobrevivir y crear puestos de trabajo -o recuperarlos en el caso de aquellas aún en ERTE- amenazan ahora con minar la confianza de los hogares y drenar sus menguantes recursos tras más de un año de pandemia. Un tsunami en ciernes al que Nadia Calviño ha respondido con unas previsiones dadas por muertas antes de nacer por el Instituto Nacional de Estadística (INE).

La ‘eficacia económica’ de la que habla Rajoy debería recorrer la distribución de los fondos europeos, a la sazón un río caudaloso pero revuelto, plagado de pescadores y manos negras

Con este caldo de cultivo, que no solo abre la senda del debate intelectual sobre el modelo económico sino la batalla por las propuestas sobre el terreno, sorprende el escaso peso que el PP ha concedido a las propuestas económicas en su última cumbre, más allá de paneles de expertos y lugares comunes. Un vacío que no es nuevo y no termina de conjurarse. ¿Quién puede citar a los tres primeros espadas del partido en los sectores claves de la actividad, futuros ‘ministrables’ de un gobierno de Pablo Casado? Por más críticas que pueda recibir su desempeño posterior en el ejecutivo, la travesía del desierto en la formación durante la ‘era Zapatero’ estuvo marcada por nombres como Cristóbal Montoro, Álvaro Nadal o Fátima Báñez, figuras visibles de la oposición. Todavía hoy los más veteranos del sector eléctrico recuerdan intensos intercambios de ideas con Génova y hasta reuniones a cara de perro con el mayor de los Nadal con el déficit de tarifa como telón de fondo. En su paso por Santiago de Compostela, la Convención Nacional de este año se limitó a abordar los retos económicos futuros con el exministro Román Escolano; el vicepresidente de la CEOE Iñigo Fernández de Mesa, y dio voz a Lorenzo Amor, presidente de la patronal de los autónomos.

Entre los dos Sarkozy, el que rozaba el Elíseo hace 15 años y el que tendrá que llevar un brazalete electrónico para librar la cárcel, han transcurrido dos crisis brutales e irrumpido un movimiento como el 15-M que ha cambiado radicalmente el juego de las legitimidades y el peso de lo público. Durante su intervención en el último foro de los populares, Mariano Rajoy advertía de que “la eficacia económica evita toda suerte de tentaciones populistas”. No es mala receta desde la que armar un discurso liberal, centrado, que desde la eficiencia económica pase de las musas a los hechos y aborde las reformas pendientes con impacto inmediato en el bienestar de los ciudadanos. Con convicción, es posible. Por ejemplo, ¿seguiremos poniendo parches al recibo de la luz o algún partido se atreverá, sin casarse con nadie, a plantear una liberalización en serio del mercado de la electricidad, rompiendo de una vez en mil pedazos la integración vertical ‘de facto’ que asienta el control de las grandes eléctricas? ¿Acaso no merece la pena revisar las bases de un modelo que se estableció por ley hace más de dos décadas, allá por 1997? Se trata de un plan más honesto que sentarnos a ver con suspicacia como expolíticos de toda clase y condición inundan los consejos de esas firmas. Hay ejemplos ese mismo fin de semana. Del mismo modo, esa ‘eficacia económica’ de la que habla Rajoy debería recorrer la distribución de los dineros europeos, a la sazón un río revuelto plagado de pescadores y manos negras.

Frente a las aparcadas discusiones de fondo, esta Convención probablemente pase a la historia por la última jugada de Isabel Díaz Ayuso, que llegó a Valencia desde Estados Unidos para dejar claro que su sitio está en Madrid y que no tiene aspiraciones nacionales. ¿Hacía falta exponerlo? ¿Refuerza a Casado o le debilita, en tanto supone admitir que previamente al anuncio había alguna duda al respecto? Superado el ‘fenómeno Ayuso’, se esforzó Génova por ‘vender’ el viraje al centro en marcha y el afán por recorrer esa autopista electoral, de la que se adueñó el tándem Redondo-Sánchez en los últimos comicios. No será la única clave en ese trance. Y es que aunque este año y el que viene arrojarán elevados niveles de actividad, asentados en la inyección de dinero comunitario y el efecto escalón sobre los años de crisis, la cruda realidad amenaza con golpear en 2023, cuando la estimación de crecimiento del PIB apenas alcanza el 2%. No estaría de más que, para entonces, cuando finalice el ‘dopaje’ europeo, el PP pudiera responder al agotamiento de la economía con un programa de reformas de calado, apoyado en un equipo económico reconocible. Está a tiempo.

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