Juan F. Jimeno Doctor en Economía y Profesor asociado en la Universidad de Alcalá
OPINIÓN

Comunicar la economía sin camiseta

Congreso de los Diputados, debate de investidura
Comunicar la economía sin camiseta.
EFE
Congreso de los Diputados, debate de investidura

Sostiene Jean Tirole, Premio Nobel de Economía 2014, que difícilmente los gobiernos podrán desarrollar políticas económicas eficaces si la opinión pública no está bien informada. Sin embargo, al menos entre los que nos dedicamos profesionalmente al análisis, la investigación y a la docencia económica, existe una cierta insatisfacción sobre la manera en la que se difunde la economía en los medios de comunicación. Una percepción generalizada es que buena parte del esfuerzo que se realiza en el avance del conocimiento económico tarda en llegar y llega difuminado a la opinión pública y a los responsables de las políticas económicas.

Aun habiendo aumentado notablemente la presencia pública de economistas e investigadores que antes se encerraban en sus torres de marfil universitarias o de otras instituciones, los debates públicos sobre cuestiones económicas no siempre tienen en cuenta todo el conocimiento y la evidencia empírica disponibles.

Una de las principales razones de este estado de la cuestión nace de la propia naturaleza de la Economía. Se trata básicamente de asignar recursos escasos a la resolución de problemas sociales que no todos priorizamos de la misma manera y que se presentan en contextos diferentes en el tiempo y en el espacio. Así, en la búsqueda de determinados objetivos políticos la Economía se utiliza, no como un instrumento de análisis, sino como una justificación de determinadas posiciones ideológicas que acaban dominando la toma de decisiones sobre políticas económicas.

El auge del populismo y la polarización política que conlleva han empeorado la situación: los mensajes sobre políticas económicas se simplifican hasta convertirse en lemas ideológicos e, incluso, memes. No caben medias tintas. Por una parte, hay quien defiende que la solución a todos los problemas económicos es “bajar impuestos” todo lo posible. Otros, por el contrario, aspiran a un “Estado omnipotente” que solo necesita tener claras sus misiones. En esta lucha política la opinión pública es bombardeada con datos y relatos que, despreciando el conocimiento acumulado a lo largo de siglos, se diseñan en gabinetes de comunicación al servicio de determinadas agendas políticas o aspiraciones personales. Utilizando un símil fácil, es el periodismo deportivo en manos de los fanáticos de cada equipo, de las oficinas de prensa de los clubs o de acólitos y propagandistas al servicio de las ambiciones personales de sus dirigentes.

Muchos debates económicos recientes pueden ilustrar esta insatisfacción. Por ejemplo, las consecuencias del control de precios de los alquileres, la situación financiera del sistema de pensiones, o la necesidad de otra reforma laboral, son cuestiones sobre las que existen un consenso bastante extendido entre los analistas e investigadores económicos. Sin embargo, son los prejuicios y las percepciones de rentabilidades electorales las que fundamentan las posiciones de los distintos grupos políticos. En todos los casos, se echa en falta un balance equilibrado de los pros y contras de las distintas propuestas, de lo que la evidencia empírica disponible apunta sobre sus costes y beneficios y, también, sobre la falta de conocimiento e incertidumbre inherente a cualquier acción de política económica.

Todas nuestras decisiones tienen un componente económico. Todas ellas implican disyuntivas que nos obligan a renunciar a algo para conseguir otras cosas. Conviene estar bien informado sobre los costes y los beneficios, ciertos e inciertos, de cada opción. Con esta esta columna semanal que empieza hoy, espero realizar mi modesta contribución a la mejora de esa información o, al menos, ofrecer una perspectiva menos identificable con el color de las camisetas de los equipos en juego.

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