OPINIÓN

El Corte Inglés marca un antes y un después en la crisis de la Covid

Marta Álvarez presidenta de ECI
Marta Álvarez presidenta de ECI
Marta Álvarez presidenta de ECI

Hubo un tiempo, allá por los primeros ochenta, en que ir a El Corte Inglés una mañana de sábado era como un día de fiesta. Desde luego lo era para quienes vivíamos en la periferia. Si el destino era el edificio de Goya y se llegaba con tiempo, antes de las diez, siempre se podía desayunar uno de los estupendos sandwiches de Lucky, cafetería ubicada en Conde Peñalver que hace tiempo bajó la persiana para dejar sus sabores en los paladares de la infancia. Una vez en el centro, todo era esperar a que tus padres acabaran con las compras con la certeza de que luego llegaría tu turno. Conservé durante muchos años un rutilante libro de Star Trek en tres dimensiones, de esos 'pop-up' en los que las naves podían moverse tirando de unas pestañas de cartón. No era fácil de encontrar en las papelerías del pueblo. Con el pasar de los años, ya en los noventa, los intereses se fueron acompasando a la adolescencia. En la sección de deportes de ese centro vi por primera vez las Air Jordan 1, con sus característicos colores rojo, blanco y negro. Las 15.900 pesetas que costaban serían hoy una ganga, después de haberse convertido en objeto de coleccionista. En el amanecer del siglo XXI, un mes de diciembre, abría un Hipercor en mi localidad. A su vera, todo un desarrollo urbanístico. El alcalde de turno lo vendió como si hubiera llegado el AVE. Y no era para menos. Había llegado la tienda por excelencia.

Y es que todo en aquel El Corte Inglés de los ochenta y noventa marcaba una diferencia, que culminaba con la fantástica y eterna promesa -siempre cumplida- de recuperar el dinero si no quedabas satisfecho. Por ejemplo, la atención de aquellos dependientes destacaba tanto por la exquisitez en el trato como por el conocimiento de sus departamentos. Algunos portaban en sus solapas con orgullo -desconozco si aún la lucen porque parecen quedar pocos de aquella camada- una insignia que anunciaba la antigüedad en la casa. A ellos recurrían los más noveles y sus consejos sobre unos pantalones o unos zapatos eran ley. Hoy, el contingente de trabajadores es más diverso, aunque esencialmente se encuentran ‘cobradores’ más que vendedores. Probablemente de nadie sea culpa. Ha cambiado la experiencia de compra y es habitual que el cliente tome por sí mismo las prendas que desee y ‘se sirva’ solo. Gentileza del ‘boom’ de los comercios ‘low cost’, acaso el primer ‘crochet’ a un modelo de negocio inimitable. Nada fue igual en Madrid desde que un Zara abrió sus puertas frente a cada uno de los locales bandera de la firma de Ramón Areces, primero, e Isidoro Álvarez, después.

En los últimos años, la cadena de grandes almacenes se ha visto inmersa en una batalla sin cuartel por el control de la sociedad, que ha enfrentado a la actual presidenta, Marta Álvarez Guil, hija adoptiva de Isidoro Álvarez, y su primo Dimas Gimeno, designado por su tío para gestionar la firma. El combate, ganado por la primera por abandono del rival, ha propinado en sí mismo el segundo gran ‘directo’ al conglomerado empresarial. No en vano, el lustro perdido en guerras intestinas y marcado por la falta de gestión del día a día ha retrasado decisivamente la apuesta por el ‘canal online’, una carencia que se ha hecho carne en toda su crudeza con la pandemia. Un escenario que, además, provoca desajustes y contradicciones. No es extraño en estos días esperar a ser atendido en el departamento de alimentación, sin otros clientes a la vista, mientas cuatro jóvenes dependientes preparan a destajo pedidos online al tiempo que se quejan -ay- por tener que atender esas dos vías de negocio. ¿Se necesitan esos inmensos edificios -y el coste de abrirlos y atenderlos a diario- cuando una parte creciente del negocio llega por la vía de Internet? En la combinación de golpes, el segundo, devastador, lo ha ejecutado Amazon, con mayor agilidad en la gestión, almacenamiento y entrega de mercancías.

El ajuste en la firma que preside Marta Alvárez genera una lectura inquietante para el conjunto nacional. Los apuros de uno de los ‘tótems’ del tejido empresarial confirma las peores previsiones y apenas deja espacio para la melancolía.

Parece lógico que, con este ‘track récord’ y en esta suerte de apocalipsis para el ‘retail’ que conlleva la Covid, El Corte Inglés haya anunciado a los sindicatos la necesidad de recortar plantilla entre 3.000 y 3.500 trabajadores, en lo que parece solo el principio de futuros ajustes incluso de mayor calado. No será sencillo, siguiendo con el racional económico, que la firma pueda mantener abiertos centros que desde hace años son deficitarios y que ‘sotto voce’ directivos del grupo confiesan que no tienen recorrido. Del mismo modo, la situación financiera también obligará, necesariamente, a la redefinición de determinadas enseñas del grupo, algunas de las cuales ya han sucumbido a propuestas más acordes con los tiempos. Nada anormal en el mundo corporativo si no fuera porque, como se exponía unas líneas más arriba, El Corte Inglés está tan imbricado en la vida de determinadas generaciones y municipios, que bajar la persiana en un determinado enclave -con la pérdida añadida de puestos de trabajo- provocaría hasta una movilización política y ciudadana. Basta recordar cómo, en el fragor de la batalla familiar, uno y otro bando cortejaba y buscaba el mensaje de la Moncloa de Mariano Rajoy, cuya inquietud fundamental en esos días pasaba por el futuro de las 100.000 familias que viven de la sociedad y la crisis sociolaboral que podía generar un desencuentro en el accionariado.

La esperanza para los actuales dirigentes de la sociedad es que su encaje social e histórico no solo les aboca a asumir unos estándares éticos en materia laboral y fiscal que no se demandan a sus adversarios; también les concede una plataforma más que ventajosa y fértil para acometer el giro digital imprescindible que enamore a las generaciones que vienen, menos fieles hoy a las premisas que han hecho de El Corte Inglés un gigante fenomenal. Ese proceso, que no puede producirse de un día para otro, únicamente puede venir desde la gestión -por triplicado- y el talento. Se necesita una mente preclara que, en la línea de lo que ha hecho Juan Roig en Mercadona para su segmento de clientela, defina con claridad cuáles son los nichos de mercado de El Corte Inglés y sepa captar usuarios fieles para apuntalar los balances de las próximas décadas. En otra época fueron las devoluciones, la facilidad de financiación y la calidad. Sin renunciar a esas bases, hay que buscar fórmulas adicionales para atrapar al consumidor del siglo XXI, con mucha más capacidad para comparar precios y, por definición, más promiscuo a la hora de decidir dónde se deja sus dineros. La tarifa plana que incorpora El Corte Inglés Plus -en línea con Amazon Prime- o la apuesta por la entrega en el día son sin duda planteamientos que avanzan en la dirección correcta y sobre los que solo cabe incidir y mejorar.

Elevando el tiro, el ajuste que prepara la compañía que preside Marta Alvárez también aporta una lectura inquietante para el conjunto nacional. Y es que con unos 700.000 trabajadores ‘embalsados’ en ERTE, el mensaje de recortes que traslada uno de los ‘tótems’ del tejido empresarial español confirma las peores previsiones y apenas deja espacio para la melancolía. Por mucho que la campaña de vacunación acelere y pueda salvarse la temporada de verano, las cicatrices del coronavirus durarán años. De hecho, hay pocas dudas de que esa será la orden de magnitud en que habrá que medir el tiempo que necesitará la economía española para recuperar el nivel en el que se encontraba en marzo de 2020. Se constata cómo las empresas pequeñas más apalancadas están condenadas a la suspensión de pagos y sus empleados a las oficinas del antiguo Inem. Las más desahogadas y de mayor tamaño saldrán de la crisis con más deuda, menos rentabilidad… y más pequeñas. Por tanto, con necesidad de ajustar las plantillas. Con el maná de los fondos europeos camino de un selecto club de sociedades elegidas a dedo por Moncloa, el resto parece condenado al ‘sálvese quién pueda’. Los recortes en El Corte Inglés son un mal presagio. Ha fallado el modelo a seguir, la red de seguridad, una de esas pocas empresas que forma parte de nuestra vida. Imposible que no asome un sentimiento de desamparo y la convicción de que el resto del camino toca hacerlo a pie.

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