OPINIÓN

El día que cambió nuestra vida y la de Donald Trump también

El ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump
El ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump
Paul Sancya - AP
El ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump

No es la oreja de Van Gogh sino de Donald Trump. La oreja vendada que ha dado la vuelta al ruedo en la convención republicana. Una oreja para mayor gloria de un candidato que huele a victoria con poco esfuerzo y a final de partida electoral. Una oreja bien paseada como una herida de guerra y como bandera de gloria política. Qué fácil es disparar a un presidente en Estados Unidos y qué difícil es matarle si su hora aún no ha llegado.

El guionista de esta perpetua tragicomedia que es la vida ha puesto toda la carne en el asador y de golpe ha colocado en una sola carambola un fin de semana imposible de imaginar, con un intento de magnicidio a un presidente, como casi siempre norteamericano, y en el reverso de la medalla una magna consagración deportiva con balones de fútbol por doquier y pelotas de tenis elevadas a la categoría de símbolos del orgullo patrio. Ambas situaciones han hecho que en Estados Unidos y en España se aparque por unas horas la tensión política, por cuestiones distintas pero aprovechables.

Todo empezó la noche del sábado y todo cambió el domingo a altas horas de la madrugada. La suerte estaba echada. La de Trump con mucha parafernalia escénica ya que todo sucedió en el escenario de un mitin con las cámaras de TV apuntando a la “víctima” que estuvo a punto de convertirse en mártir y se quedó afortunadamente para él en héroe herido. El candidato republicano ha pasado a engrosar el cuarto de trofeos y tiroteos presidenciales que tanto abunda en USA.

Parece ser que en esos lares gringos, donde es más fácil comprar un rifle que un paracetamol, para pasar a la historia primero te han de tirotear. Les ha sucedido a varios presidentes; unos lo han podido contar, como Reagan; otros muchos, como los hermanos Kennedy, sólo han podido dejar su escueto testimonio ensangrentado y la inspiración de unos miles de libros e informes sobre los asesinatos a políticos en activo.

Como bien apuntaba un cronista norteamericano: la bala hirió a Donald Trump pero acabó de rematar a Joe Biden. El actual presidente ya estaba tocado en las encuestas, a partir de ahora también está hundido. El atentado no ha hecho otra cosa que allanar el camino a la Casa Blanca para Trump. Antes su victoria parecía “segura”, ahora resulta “inevitable”. No sé que pensará Joe Biden, pero el intento de magnicidio no es un punto de inflexión, en todo caso será un acelerador de votos para el republicano.

Si los demócratas le pedían al presidente que renunciara a presentarse de nuevo, dados sus múltiples lapsus mentales y sus meteduras de pata, ahora todos le ruegan que siga. Puestos a quemar a alguien mejor hacerlo con Biden que ya está amortizado y para el arrastre final. En estos momentos no hay ningún demócrata con dos dedos de frente que quiera inmolarse enfrentándose a un Trump convertido en “pobre víctima” de un atentado, que además ha salido ileso, con el subidón que ello otorga y la aureola de “protegido divino” que te confiere el destino.

Hay otros analistas que creen que esta situación de impacto sufrida por Trump puede conseguir que en un futuro el candidato a presidente cambie su estilo de hacer política y renueve sus planteamientos, siguiendo la estrategia y los consejos de sus asesores; aunque también puede convertirse en un candidato minimalista, cuando llegue al convencimiento de que una bala que te silba en la oreja no es una mosca cojonera sino el aviso de que la existencia se puede acabar en medio segundo. Aprovechar esta oportunidad para valorar lo sucedido no suele ser un mal augurio. Que la bala haya preferido el lóbulo de la orejuela en lugar de impactar en la frente hace que te replantees algunas cosas importantes, aunque seas de Wisconsin.

De la oreja a la sien hay solo un centímetro de distancia y de vida. Quizá sea la misma longitud que mide el éxito del fracaso. Este fin de semana todos celebraron algo grande. Los zapatazos de Nico Williams o de Lamine Yamal cristalizados en goles de un sueño posible; las dejadas irresistibles de Carlos Alcaraz para volver loco a un Novak Djokovic … La vida es un juego de buena suerte y mucha fe. La suerte se la llevó Donald Trump, pero la fe en la victoria llevaba sangre española. Ah, y un seleccionador sereno y discreto, Luis de la Fuente, capaz de decir públicamente a los periodistas que se lo preguntaban que él no es supersticioso, que cuando reza lo hace por devoción y no por superstición. Con ideas claras, a veces incluso ganas.

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