OPINIÓN

Donald Trump, Pedro Sánchez y el narcisismo de la política

Pedro Sánchez ha esquivado la presencia de Donald Trump en Davos.
Donald Trump, Pedro Sánchez y el narcisismo de la política.
Pedro Sánchez ha esquivado la presencia de Donald Trump en Davos.

Narciso era un joven apuesto, bello, bien formado... lo que viene a ser un guapito de cara con cuerpo cincelado de gimnasio. Para Narciso todo era poco; ninguna persona que le pretendiese podía conseguir ganarle el corazón. Y es que Narciso, realmente, estaba enamorado de sí mismo y lo que hubiese alrededor le importaba un pimiento. Su última amiga fue una tal Eco, que no hablaba sino que su condena era repetir la última sílaba de las palabras pronunciadas. Imaginen una conversación entre Narciso y Eco:

N.- "¿Cómo os llamáis?"

E.- "Ais, ais"

N.- "Raro nombre"

E.- "Ombre, ombre"

N.- "Sois varon y os creí mujer. Marcho, será una sucia ardid"

E.- "Id, id"

Así era imposible gestar un acercamiento ni nada que se le pareciera. A lo que iba, Narciso se quería tanto, tanto, que no se besaba porque no llegaba. En la cultura griega, se quedó mirando absorto su reflejo en el agua de un lago y acabó palmando contemplando su insufrible y criminal belleza. Justo allí  brotó una flor, un bello narciso, que parecía reclamar un beso. Eso, eso.

El narcisismo, que se esconde en los vericuetos de algunas mentes, es, según la RAE, una "excesiva complacencia en la consideración de las propias facultades u obras". Creérselo a base de bien, ser el epicentro y el ombligo del mundo, lanzar flores al aire -a ser posible, narcisos- y no tener abuela que te regale los oídos. El mundo está cada vez más lleno de engreídos que nos perdonan la vida aunque en ocasiones nos la estén laminando. La larga historia del poder político tiene ejemplos para dar y tomar. A la que te descuidas aparece un líder más bonito que un San Luis y te la lía parda.

El mundo que se había ido construyendo a nuestro alrededor se ha derrumbado. Vivimos en el frentismo, prosigue la destrucción económica y no hay empatía

Unos pocos días de enero han sido suficientes para convencerme de que el mundo que se había ido construyendo a nuestro alrededor, con más o menos éxito, se ha derrumbado ante nuestros ojos. Vivimos en un frentismo fuera de toda lógica y lugar, que nos retrotrae a pasados no tan remotos cargados de enfrentamiento; prosigue la destrucción de una parte de los cimientos de un sistema atestado de desempleo, salarios bajos, pensiones tambaleantes y pobreza en las calles; calan en la sociedad la desafección, los niveles mínimos de empatía, el individualismo… ande yo caliente y ríase la gente, que decía Luis de Góngora y Argote.

Arranca enero con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, resistiéndose a abandonar la Casa Blanca tras perder las elecciones frente al demócrata Joe Biden. Trump ha arengado y lanzado contra el Capitolio a sus seguidores con un balance de cinco muertos, durante un tsunami que ha asfixiado a la democracia estadounidense. El republicano ya había dado serias muestras de narcisismo, egocentrismo y otros ismos pero lo de ahora ya no es trabajo para el diván de un psiquiatra sino para la Justicia con mayúsculas. ¿Cómo reprender sino a quien ha puesto en riesgo la vida de personas, violado la Cámara de Representantes y asestado el mayor golpe de imagen contra el estado?

Hay quien dice que el trumpismo quiere mantener el poder de los blancos. EEUU, un país que rapiñó a los indios... Toro Sentado tiene que estar que fuma en pipa

Quedan menos de nueve días para que Biden se instale en el despacho oval. Trump ya ha anunciado que no acudirá al traspaso de poder, en una pirueta más para el desprestigio de su mandato… y no lo podrá contar porque le han cerrado los perfiles en las redes sociales, como se hace con quienes vulneran las normas o lanzan mensajes sospechosos de ser 'fakes'. La caída a los infiernos del magnate no tiene precedentes en la historia del país americano; su itinerario es más acorde con el de politicastros (de izquierdas o de derechas) que se aferran al poder para hacer de su capa un sayo.

Cuando Biden asuma el poder tendrá en la calle, o en los callejones, a millones de enfervorizados trumpistas deseosos de tumbar al demócrata y a Kamala Harris, que dicen que llevará los pantalones en este matrimonio político. Siempre que hay una contienda electoral, unos ganan y otros pierden; parece de perogrullo pero hay que repetirlo hasta la saciedad porque hay quienes no se enteran. Conducir un país como Estados Unidos no debe ser fácil, así que tener a la mitad de los ciudadanos gritándote en la oreja puede desequilibrar al más templado.

Hay quien dice que la actitud de al menos una parte del trumpismo es simple y llanamente una estrategia para mantener en el poder a los estadounidenses de raza blanca. Un White Power que vería alarmado cómo en pocos años la población de raza negra o latina superará a la blanca. Tiene gracia que este caldo de cultivo se cocine en un país que colonizaron extranjeros y sufrieron los esclavos negros. Kamala Harris, sin ir más lejos, es hija de una india tamil y de un padre jamaicano. EEUU, un país que rapiñó a los indios, únicos habitantes originarios, sus praderas y los metió en reservas. Toro Sentado tiene que estar que fuma en pipa.

El choque político se ha trasladado a los estudios, los trabajos, las calles... No hay que temer la confrontación de ideas sino la violencia que se puede llegar a utilizar

España no es muy diferente a Estados Unidos políticamente hablando. El Gobierno que preside Pedro Sánchez es tan legítimo como los que tutelaron sus predecesores, empezando por Suárez y acabando por Rajoy. El PSOE no tuvo el respaldo de una mayoría absoluta en las urnas, algo que parece que ya es cosa de otros tiempos, y gobierna en coalición con Unidas Podemos gracias al respaldo de otros parlamentarios, fundamentalmente del independentismo catalán y del nacionalismo vasco. Un Ejecutivo multicolor no es ni bueno ni malo; es la opción posible en un momento dado. Si las Matemáticas hubieran caído del lado del PP, Casado habría gobernado con Vox y Ciudadanos y rasparía respaldos aislados entre los escaños para culminar la cuadratura del círculo. Ambas opciones, la de Sánchez y la de Casado, son o habrían sido de ley. ¿Qué sucede? Que el que está subido en el asno es el tándem PSOE-UP y eso, a PP-Vox-Cs no les hace gracia.

El problema aquí no es quién gobierna sino cómo lo hace: Sánchez, que también parece tener dosis de narcisismo, está bajo la bota de Pablo Iglesias y engrilletado por los extremismos políticos catalán y vasco. El secretario general del PSOE se ha convertido en una especie de Papá Noel que va repartiendo caramelos a su alrededor para matar el gusanillo, haciendo girar las políticas socialistas hacia los vientos de la parte minoritaria del Consejo de Ministros. Lo cierto es que con Unidas Podemos ha desembarcado el mismo talante chulesco de ‘la calle es mía’ de Manuel Fraga. Desde el 78, ningún partido a la izquierda de la izquierda había pisado moqueta… y los morados se han dado cuenta ahora, con el paso de los años, de que quita el frío y es cómoda. Además, les permite dar vueltas de tuerca al sistema: intentar tumbar la Monarquía, enfilar al empresariado, alentar la diferencia de clases, repartir parné como si las alforjas estuvieran llenas en lugar de quebradas… Todo ello sin objetar mejoras necesarias o acciones como la de los ERTE que han salvado, de momento, a no pocas pymes.

Sánchez no es Trump. Pero caminar un metro por encima del suelo da alas. Los trumpistas veneran a su líder; los sanchistas, tanto de lo mismo

Con una pandemia como la que nos aplasta hacen falta políticas sociales que cubran con su paraguas a los que se queden fuera del juego. Nadie lo pone en duda, supongo. Las previsiones del Banco de España o del BCE pintan un paisaje siniestro en el que desaparecerán empresas, habrá más desempleados y las necesidades de la población aumentarán. El panorama que tenemos frente a nuestros ojos no es gratificante y es muestra de que en este aspecto el sistema socioeconómico conocido se está resquebrajando.

La política, o la mala política, ha hecho que los choques del Congreso y el Senado se hayan trasladado a los centros de estudios, a los trabajos, a las calles... No hay que temer la confrontación de las ideas sino la violencia que se puede llegar a utilizar. No hace tanto en España había grupos de extrema derecha y de extrema izquierda que llevaban el miedo a las calles. Hacía mucho que el ambiente no se impregnaba de tanta ideología como ahora y todo da que pensar que el descalabro del empleo y los cierres empresariales complicarán aún más el asunto.

Sánchez no es Trump. Pero caminar un metro por encima del suelo da alas. Los trumpistas veneran a su líder; los sanchistas, tanto de lo mismo. Solo una salvedad: el presidente de España tiene en sus casas y en las calles a decenas de miles de votantes del PSOE que depositaron su papeleta confiando en que decía verdad cuando afirmaba que no pactaría con Unidas Podemos. Y pasó lo que pasó.

Que tengamos suerte. Erte, erte.

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