OPINIÓN

El enfermo Donald Trump y el magufo chute de lejía

Los desplantes al coronavirus han terminado llevando al inquilino de la Casa Blanca al hospital a 29 días de las elecciones presidenciales.

El presidente de EEUU, Donald Trump, trabajando en una sala de conferencias mientras recibe tratamiento después de dar positivo en coronavirus
El enfermo Donald Trump y el magufo chute de lejía.
EFE
El presidente de EEUU, Donald Trump, trabajando en una sala de conferencias mientras recibe tratamiento después de dar positivo en coronavirus

Es una ironía suprema: el negacionista más negacionista entre los negacionistas ha caído en las malditas redes del coronavirus. El hombre que ha retado al 'bicho' a cuerpo y a morro descubiertos desde el inicio de la pandemia es hoy un número más en las trágicas cifras de la muerte y la enfermedad de los Estados Unidos. El ingenioso presidente de las fórmulas milagro contra la Covid respira con dificultad atrincherado en el búnker hospitalario de Walter Reed. Trump, Donald Trump, genera hasta sentimiento de compasión cuando se le escucha un respirar agitado en los vídeos difundidos en las últimas horas. Y por sus mensajes a través de su querido Twitter, en los que parece un Bambi herido.

El contagio del inquilino de la Casa Blanca y de su señora esposa, doña Melania, era previsible de toda previsibilidad. Quien juega con fuego suele quemarse y el que le zumba a la ruleta rusa corre el riesgo de levantarse la tapa de los sesos. Trump ha caído en las garras de la Covid. El magnate ha sido derrotado en su desvergonzada chulería. Él, que se descojonaba de Jon Biden por llevar mascarilla, la más grande que haya conocido el planeta, pelea ahora contra el coronavirus.

Trump ha sido derrotado en su chulería desvergonzada. Él, que se descojonaba de Jon Biden por llevar mascarilla

Seguro que don Donald habrá pedido al equipo médico que le atiende que le pongan un chute de lejía. Pondría así en práctica su teoría magufa según la cual un desinfectante, además de para fregar a fondo suelos y otras superficies, sirve para guillotinar de cuajo al coronavirus. Fíjate, todos nosotros teniendo un litro de vacuna contra la Covid debajo del fregadero de casa y la ciencia gastando miles y miles de millones en hallar un remedio farmacéutico. Tontos que somos... y derrochones.

Estados Unidos ha mostrado que en situaciones críticas, como ha sido el ingreso hospitalario de Donald Trump al sentirse indispuesto, es un país tan hermético o más que China, Corea del Norte o Rusia, donde la información se difunde en dosis pequeñas, como los perfumes caros. Hemos visto y oído a Trump; y también hemos escuchado -y publicado en los periódicos- noticias contradictorias sobre su estado de salud.

Lo cierto es que el coronavirus ha venido a visitar a Trump en un momento especialmente importante para el poderoso país americano y, por extensión, para el resto de la humanidad. Su contagio ha venido a suceder en mitad de la campaña que le enfrentaba al demócrata Biden, 77 primaveras, y al que casi no le caben en la tarta las velas. Trump, 45 presidente de los Estados Unidos, no es tampoco un chaval: tiene 73 años y no ha dejado ni por un minuto los mandos a su segundo, al vicepresidente Mike Pence, pese a estar pasándolo tan mal como cualquier infectado en el país más remoto del mundo. Trump se ha desmarcado de lo que hizo, por ejemplo, el primer ministro británico, Boris Johnson, cuando resultó positivo al virus.

Todos con un litro de vacuna anti-Covid bajo el fregadero y la ciencia gastando pasta en hallar un remedio farmacéutico

¿Dónde se contagió el presidente? Se está estudiando. Podría Isabel Díaz Ayuso prestarle, si le sobran, algunos rastreadores para seguir su hilo de contactos, aunque parece que parte de las personas cercanas a Trump que han dado positivo antes o después que él participaron en el acto de nominación de la nueva jueza del Supremo, Amy Coney Barrett. Allí, en la Casa Blanca, entre el verdor del césped, una porción de los presentes respiraba la vida sin mascarilla. Luego pasa lo que pasa.

Trump había convertido al coronavirus en una de sus estrategias políticas en la campaña. Ahora es difícil saber cómo va a afectar la infección del actual presidente en las elecciones -¿podrían suspenderse?- y en su resultado, a la vista de que la realidad de la pandemia ha pisoteado al negacionismo y eso puede extender factura. Faltan 29 días para que los estadounidenses se decanten por el republicano o el demócrata. Que los dioses repartan suerte, que Trump se recupere rápidamente y que en las urnas gane el que esté dispuesto a construir un mundo más justo, más igualitario y más humano. Nadie dijo que fuese a ser fácil.

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